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La Rosa Blanca: el pacifismo antinazi, guillotinado

Se cumplen 75 años de la ejecución de Sophie Scholl, una joven idealista alemana que, junto a su grupo universitario, trató de frenar al régimen de Hitler con la «no violencia» que predicaba.
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  • David Solar

    David Solar

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Se cumplen 75 años de la ejecución de Sophie Scholl, una joven idealista alemana que, junto a su grupo universitario, trató de frenar al régimen de Hitler con la «no violencia» que predicaba.
El día 18 de febrero de 1943 apareció en la Universidad de Múnich un panfleto con esta arenga: «¡Condiscípulos! La nación está conmovida por el aniquilamiento de los soldados de Stalingrado. La genial estrategia del cabo de la Guerra Mundial (la Primera) ha conducido insensata e irresponsablemente a trescientos treinta mil alemanes al desastre y a la muerte. ¡Te damos las gracias, Führer!»... Era el sexto comunicado de la Rosa Blanca, cuyas horas estaban contadas.
Y no fue sólo había protestas en la Universidad: la capitulación de Von Paulus en Stalingrado el 31 de enero de 1943, conmovió más que ningún otro revés a los alemanes, sobre todo, a los familiares de los muertos y de los 113.000 prisioneros sobre los que el régimen guardaba silencio. Muchos soldados del 6º Ejército procedían de la región de Franconia, cuya ciudad más importante era Núremberg, por lo que allí tuvo especial repercusión el desastre. Hubo manifestaciones de los allegados que gritaron consignas de este tono: «¡Hitler, mentiroso! Nos has estado engañando durante tres meses». Algo inusitado en época nazi, tanto que ni siquiera los policías infiltrados en las manifestaciones se atrevieron a intervenir o denunciar.
Chistes sobre el Führer
Otro síntoma del cambio experimentado por Alemania en aquellos días era el humor. Los chistes sobre Hitler o el partido nazi siempre habían circulado de manera muy discreta; tras Stalingrado el SD (servicio secreto de las SS) detectó que: «Hasta los camaradas que apenas se conocen intercambian chistes políticos. Hoy es normal que cualquiera pueda contarlos sin verse rechazado y, menos aún, denunciado a la policía».
En el entorno del Führer sólo un hombre parecía percibir que se necesitaba un cambio radical para cambiar el curso de la guerra: Joseph Göbbels. El ministro de Presa y Propaganda dijo a sus colaboradores: «Desde comienzos de la guerra nuestra propaganda ha seguido este camino desacertado: Primer año de guerra: hemos ganado. Segundo año de guerra: ganaremos. Tercer año de guerra: tenemos que ganar. Cuarto año de guerra: No podemos ser vencidos».
Debían olvidarse las promesas vacías convencer a todos los alemanes de que debían arrimar el hombro. El 18 de febrero de 1943, ante 14.000 simpatizantes reunidos en el Palacio de los Deportes de Berlín, lanzó su plan de «Guerra total». Su oratoria encendida condenó los bienes de consumo, los espectáculos frívolos y los restaurantes lujosos. Había que terminar con lo superfluo y volcar todas las energías y los recursos de Alemania en la lucha y en la producción de armas para vencer a los Aliados, cuya superioridad industrial estaba cambiando la guerra. Su éxito ante la opinión pública fue más relevante que las realizaciones. La camarilla próxima a Hitler (su secretario Bormann, sus jefes de gabinete, Lammers y del OKW, Keitel) advirtió que Göbbels acapararían el poder y conspiraron para impedirlo. El Führer, astuto y desconfiado, contrapesó el poder de sus colaboradores y la «guerra total» se quedó en una consigna.
Aquel 18 de febrero del resonante éxito de Göbbels, La Rosa Blanca distribuía su último panfleto. El grupo había nacido el año anterior a partir de una cuadrilla de amigos salida de las aulas de Medicina de Múnich, donde estudiaban Alex Schmorell, Willi Graf y Hans Scholl, a la que se unió su hermana Sophie, estudiante de biología y filosofía.
Una lluvia de octavillas
Les unía su interés por el arte, la música, la literatura y la filosofía y les inspiraban ideas cristianas, pacifistas y democráticas, aspectos llamativos dentro tempestad nacionalsocialista –de la que habían huido escaldados- y de la guerra. Hallaban su inspiración en La Biblia, Aristóteles, Lao Tsé, Goethe y Schiller, los grandes escritores alemanes del Sturm und drang. En ese clima maduraron su deber moral de oponerse a las atrocidades nazis.
No pensaron un una acción de espionaje, como la de la Orquesta Roja, ni en una oposición política, como la del grupo de Goerdeler (la trama civil del atentado de Von Stauffenberg) ni en un atentado, como el grupo de Von Tresckow, entre otras cosas porque todo aquello era desconocido en el origen del grupo. Su arma sería la palabra: denunciarían la injusticia, la inmoralidad, la dictadura, la incapacidad del régimen y pedirían a los estudiantes de Múnich que se opusieron por todos los medios.
En el verano de 1942 lanzaron sus cuatro primeros «Folletos de la Rosa Blanca», cuyo alcance sobrepasó Múnich y el ámbito universitario, alcanzando clandestinamente a muchos millares de alemanes. La Gestapo detectó las octavillas, pero no averiguó su origen, que súbitamente cesaron. Ocurría que Hans Scholl, Alex Schmorell y Willi Graf estaban en Rusia realizando sus prácticas médicas. Cuando regresaron en noviembre el equipo aumentó con la incorporación de Sophie –vinculada al grupo pero ignorante de su actividad, cuyos resultados conocía y admiraba– de Chistoph Probst y del profesor de Filosofía Kurt Huber.
Mientras, del Este llegaban noticias tremendas: el frente Sur se desmoronaba. Los soviéticos habían destrozado a rumanos, húngaros e italianos; el 6º Ejército estaba cercado en Stalingrado, las tropas de Von Kleist se retiraban del Cáucaso... Con ese telón de fondo, la Rosa Blanca inició su segunda etapa: los llamados «Panfletos de la Resistencia».
El general descontento les proporcionó nuevos colaboradores, apoyo logístico y económico. En enero de 1943 editaron la «llamada a los alemanes» en el que anunciaban el inminente aplastamiento de Alemania si no frenaban a Hitler. Días después, Von Paulus capituló y la Rosa Blanca editó su segundo panfleto de esta época. El 18, al atardecer, coincidiendo con el final de las clases, Sophie y Hans repartieron los folletos y, como sobraran algunos centenares, ella subió a la terraza y los lanzó al patio. La lluvia de octavillas alarmó a un bedel, que vio a Sophie y la retuvo; Hans acudió en su auxilio pero los guardias de la Universidad los retuvieron y entregaron a la policía, que registró su casa y encontró pruebas incriminatorias contra Chistoph Probst.
El propio Hitler se interesó por el caso e indicó que fueran juzgados por el más sanguinario carnicero del aparato judicial nazi, Roland Freisler.
En los tres días siguientes la policía trató inútilmente de que delataran a sus amigos, infligiéndoles torturas tremendas, en las que Sophie sufrió la rotura de una pierna: llegó al juicio escayolada y con muletas. La vista se celebró el 22 de febrero. Freisler, según era habitual en él, rompió las normas de la neutralidad e independencia judiciales insultándoles y admitiendo las pruebas y la versión policial sin cautela alguna, tanto que Sophie le plantó cara: «Usted sabe, igual que yo, que la guerra está perdida. ¡No sea cobarde y admítalo!». Los tres fueron condenados a morir en la guillotina esa tarde. Tras escuchar la sentencia, Hans Scholl gritó al juez: «Dentro de poco, usted estará en nuestro lugar».
Morir como católico
Aquella tarde, Chistoph Probst (casado y con tres niños, el último de un mes), pidió morir como católico: fue bautizado, recibió la eucaristía y la extremaunción antes de ser conducido al cadalso. Los hermanos tuvieron la oportunidad de despedirse y antes de que llevaran a Sophie a la guillotina dijo: «Hans, sus cabezas también caerán».
La Gestapo logró identificar y detener a los otros tres miembros de La Rosa Blanca: el profesor, Kurt Huber y los estudiantes Alexander Schmorell, Willi Graf; los tres fueron guillotinados en verano.
Los colaboradores del grupo también resultaron detenidos y condenados a penas de prisión. Al parecer sólo pudo escapar Jurgen Wittenstein, también estudiante de Medicina, que logró «perderse» en el frente, pasar a Suecia y luego a Estados Unidos, donde terminó la carrera y vivió hasta 2015, falleciendo a la edad de 97 años.
Una trama novelesca que el cine –al igual que ha hecho el teatro, el cancionero popular alemán y una bibliografía que no olvida al movimiento de Scholl– se ha encargado de recordar con dos películas: «La Rosa Blanca» (1982, Michael Verhoeven) y «Sophie Scholl. Los últimos días» (2005, Marc Rothemund).
Sophie Scholl contra «los bajos instintos» del nazismo
«Nada tan indigno para una nación como permitir que la gobierne sin oposición una casta inspirada en los más bajos instintos». Estas palabras, entre muchas otras, hicieron de Sophie Scholl (arriba, imágenes de su ficha policial) un agente subversivo por organizar una resistencia pasiva contra el poder nazi.