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La salvación de Sachs

Aparece por primera vez en español «El Sabbat», la biblia negra de uno de los autores franceses más controvertidos y perversos
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Aparece por primera vez en español «El Sabbat», la biblia negra de uno de los autores franceses más controvertidos y perversos
La maldad humana, desde los tiempos de Caín, siempre ha sido un motor para la creación y la literatura. La figura del malo, el maldito, la perversión sin límites levanta más interés en los lectores que las narraciones blancas y planas dedicadas a las almas más benévolas. ¿Quién si no puede ser mejor espejo para cada uno de nosotros que aquel que traspasa los límites de la legalidad, la moral y la humanidad? Sus actos sirven para ponernos cara a cara contra lo peor de nuestro yo, frente al lado negro de la raza humana, tan real y permanente que hay que tratar de ocultarlo para poder sobrevivir en la Historia. En nuestra especie, la lista de quienes disfrutaron, y disfrutan, metiéndole el dedo en el ojo al prójimo, en mayor o menor medida, es inacabable, el manto negro es suficientemente amplio para acoger a una legión de malos, pero entre ellos destaca la figura de Maurice Sachs (París, 1906-Hamburgo, 1945) que además de dedicarse a introducir el hocico en cualquier ámbito de la depravación escribió algunos de los textos más luminosos, aunque oscuros en su temática, de la primera mitad del siglo XX en lengua francesa.
Acaba de publicarse por primera vez la que es consideraba por muchos su biblia negra, «El Sabbat. Recuerdos de una juventud tormentosa», que constituye un libro autobiográfico escrito a lo largo de los últimos años de la década de los treinta y que fue publicado tras su muerte por Éditions Corrêa en 1946, convirtiéndose rápidamente en un verdadero éxito que ahora llega traducido por Lola Bermúdez Medina en una cuidadísima edición realizada por el Instituto municipal del libro de Málaga (IML) y la editorial Cabaret Voltaire.
Desde el primer momento, el estupor se hace presente en las páginas por las que Sachs destila todo su universo –como tal, infinito y siempre en expansión–, de crímenes, miserias y podredumbres que surgen desde sus primeros tiempos de infancia. Nacido en una próspera familia de judíos alsacianos, su primer apellido era Ettinghausen, dedicados al comercio de joyas y diamantes, desde primera hora asume que vive en una saga maldita y que su destino no es más que el crimen en cualquiera de sus vertientes y posibilidades. Se da cuenta de ese don tras hurtar unos céntimos del bolso de una prima de su madre y la reacción no puede ser más clara: «¡Qué desastre en mi interior!, ¡Cómo me hervía la sangre! Luego, una vez realizado el robo, ¡qué dulzura, qué bienestar! Uno se siente salvado y realizado», narra con exquisita prosa Sachs su primer baño en la delincuencia, un mar en el que emprenderá travesías por la prostitución, el abuso sexual, el contrabando de metales preciosos y la delación de compatriotas y judíos durante la ocupación francesa. Hijo de la III República, comparte amistad y trato interesado con los invasores nazis a los que no ve como enemigos sino como una interesante fuente de obtención de beneficios sin pensar en ningún caso en las víctimas de sus delaciones. Su nombre aparecerá para siempre junto al de tantos franceses que asumieron con buenos ojos la llegada de las tropas alemanas para subirse al festín de aquel París festivo bajo las botas teutonas. Sin embargo, él no puede estar en el mismo lado que otros intelectuales y artistas como Pierre Drieu la Rochelle, Robert Brasillach, Louis-Ferdinand Céline o la propia Coco Chanel porque no hay ninguna intencionalidad política ni ideológica, el egoísmo de Sachs se sitúa por encima de cualquier posición que no sea la de su propio bien.
Alfredo Taján, director del IML, prologa en un nutrido y exquisito texto, esta autobiografía en la que se cuentan atrocidades que Sachs siempre justifica desde las acciones de los demás. Una realidad atroz en una moral atrofiada pero que se cuenta con la mayor de las exquisiteces literarias y sin ningún atisbo de pudor o culpa, pues observa su mundo y los actos que realiza desde la más absoluta de las frialdades, lo que lo hace verdaderamente atrayente para el lector que sufre un doble asombro por lo que cuenta y por cómo lo cuenta hasta el punto de que no son pocos quienes sienten hasta simpatía por el personaje. «No estoy de acuerdo con nada de lo nauseabundo y abyecto que hizo Sashs, pero sí es cierto que describe perfectamente cómo era aquella sociedad francesa de principios del siglo XX que desembocó en la II Guerra Mundial. El antisemitismo, la doble moral sexual e intelectual, la soberbia y el clasismo de Francia; vive con total naturalidad la traición, que justifica por su infancia y asume la homosexualidad con una naturalidad increíble», explica Taján.
Al borde del precipicio siempre, consigue que el lector sea arrastrado con él hasta el abismo porque «tiene un estilo impresionante. Es como la atracción que sentimos ante la caída, siempre es atractiva como el vértigo, que es una doble sensación que te lleva a dejarte caer pero a la vez tienes que dar un paso atrás por el miedo y el terror. La franqueza de Maurice Sachs es lo mejor, su claridad y cómo se enfrenta a su propia miseria con un desparpajo que tiene mucho que ver con su valía».
En la vorágine de la guerra, cuando ya todo está perdido para él, acabará muerto en una cuneta por los disparos de un oficial alemán cuando se niega a seguir andando en la cuerda de presos en la que está incluido. Muere a manos de los que hasta hace poco eran sus colaboradores, a los que delataba dóndes se escondían los judíos que más tarde iban camino de la cámara de gas por el mero placer de ver cómo cambiaban sus vidas cuando él decidía tirar de los hilos y moverlos como si fueran marionetas. Su desparpajo, la naturalidad con la que escribe y una excelente prosa se convierten en la única salvación de un ser humano despreciable que alojó a un escritor exquisito.

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