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La verdadera historia de Balduino de Bélgica y su madrastra

Los recién desclasificados archivos de Achille van Acker demuestran que el primer ministro de Bélgica temió que el rey y la esposa de su padre mantuvieran una relación amorosa.
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Los recién desclasificados archivos de Achille van Acker demuestran que el primer ministro de Bélgica temió que el rey y la esposa de su padre mantuvieran una relación amorosa.
La figura del rey Balduino de los Belgas, a pesar de su esfuerzo en ser siempre ecuánime y cumplidor y –como diría Don Juan Carlos refiriéndose a sí mismo y a España– de ser «el rey de todos los belgas», no caía bien a todos. Ahora, cuando los archivos que en Brujas se conservan del que fuera varias veces primer ministro belga, Achille van Acker, se han desclasificado, se ha buscado lo más impactante para la opinión pública. Así, se ha revelado que este político socialista temía por lo que parecería una relación sentimental entre Balduino y la segunda esposa de su padre, el rey Leopoldo III, Lilian Baels, princesa de Réthy y princesa de Bélgica, una hermosa mujer que hablaba perfectamente inglés, neerlandés, francés y alemán, buena esquiadora, nadadora, golfista, cazadora y amante de las artes. Acker lo expresa en sus notas personales, donde da por buenas las habladurías de cortesanos y políticos, incluidos varios ministros. Toman por prueba de infidelidad de la princesa el que en viajes al Tirol y a la Costa Azul haya compartido, en el tren, el mismo compartimento con su hijastro Balduino, algo habitual entre desconocidos en muchos trenes, y bastante más entre familiares. Además se aduce que en ciertas escuchas telefónicas se les haya oído expresiones de afecto, muy del estilo de la época. Todo ello no es raro entre madre e hijo, pero cuando se quiere denostar, fácil es encontrar una excusa. Por otra parte, quienes dominen el francés saben que las expresiones «je suis à vous», o «je ne vous quitterai jamais» era improbable que fueran usadas por Balduino hablando con su madrastra ya que en familia se tuteaban y en todo caso hubieran sido «je sui à toi» o «je ne te quitterai jamais». Sinceramente pienso que más bien se trató de una comprensible fascinación por quien era una belleza sofisticada y amable, y una excelente relación con su madrastra, que fue tomada por algo diferente por parte de algunas personas y, entre ellas, por Acker, que recibió la noticia en noviembre de 1952. En el momento del que estamos hablando, inicio de los años cincuenta, Balduino tenía 20 años y Lilian 36. Él era un chico tímido y muy religioso. Había perdido a su madre, la reina Astrid, en 1935 a causa de un accidente de tráfico cuando él tenía solo cinco años y Lilian fue fundamental en su desarrollo como niño y como adolescente, dándole calidez y amor maternales, a pesar de que tras su boda con Fabiola de Mora y Aragón se alejaran ambos matrimonios. Incluso siendo ya rey vivía con su padre y su madrastra. Su forma de ser le hubiera impedido cualquier «affaire» con ella, máxime cuando el momento era tan delicado: joven rey, tras la regencia de su tío el conde de Flandes, y la abdicación de su propio padre.
En efecto, el 17 de julio de 1951 ascendió al trono de resultas de la llamada «cuestión real», es decir, la crisis política vivida por el país desde 1945 a 1950 con su zénith entre marzo y agosto de 1950. Se achacaba a Leopoldo III, entre otras cosas, haber actuado durante la Segunda Guerra Mundial de modo anticonstitucional. Lo cierto es que el rey se negó a unirse a su gobierno exiliado en Londres y decidió quedarse junto a su ejército, sufriendo arresto domiciliario y siendo deportado por los nazis a Alemania poco antes de la liberación del país en 1944. Pero tuvo que abdicar y Balduino se convirtió en monarca de un país dividido entre flamencos y valones en el que el rey constituye un referente de unidad. Los valones sustentaron con mayor ahínco la idea de la abdicación de Leopoldo, que finalmente se produjo. De la vida y figura de Balduino se pueden destacar muchos aspectos. Era extremadamente virtuoso, cumplidor de su deber constitucional y de su función como rey más allá de lo exigible, muy trabajador, siempre acogedor y hospitalario, dándose a los demás con una alegría interior manifestada en la gran sonrisa que a todos dedicaba. Algunos decían de él, de manera injusta, que era triste, cuando seguramente era más alegre que ellos, aunque no estuviera todo el día riendo a carcajadas, y, sobretodo, era el amante esposo de Fabiola, su mujer. El no haber podido tener hijos, tras cinco abortos espontáneos, les unió aún más. Basta leer «Balduino, el secreto del rey», la estremecedora biografía que le dedicó el cardenal Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas, que le conoció muy bien, para darse cuenta de que era otro el secreto de ese gran monarca, verdadero gigante desde el punto de vista humano y cristiano. Algunos cortesanos, como el mariscal de la corte Herman Liebaers se permitieron juegos de palabras como decir que «Balduino no entró en un monasterio, el monasterio entró en él en la persona de Fabiola».
poner en peligro la corona
A algunos les estorba que un monarca del siglo XX haya renunciado a firmar, para ser fiel a su conciencia, la ley del aborto, como hizo en abril de 1990, poniendo en peligro una corona que para él era menos importante que su alma. Y fue molesto para ciertos sectores que se abriera el proceso de beatificación de un rey contemporáneo, que esperemos tenga el mismo éxito que tuvieron los de otros príncipes como la reina María Cristina de las Dos Sicilias, en cuya beatificación en la Basílica de Santa Clara de Nápoles estuve con el actual Duque de Calabria, o del príncipe Augusto Czartoryski. La supuesta relación amorosa secreta entre Lilian y Balduino, cuyos rumores no son nuevos pues llevan muchos años comentándose por amantes de comadreos y habladurías, dudo que haya sido tal. Y, si lo hubiera sido, no sería relevante en el conjunto de su vida, que –en todo ser humano– es lo significativo. También los santos tuvieron defectos, tentaciones y caídas. En levantarse de estas y luchar por ser cada día mejor, con rectitud de intención, está la verdadera santidad. Pero, claro, esa rectitud no se encuentra en todo el mundo. El socialismo nunca se ha caracterizado por su monarquismo. Y naturalmente, ha bastado un pequeño indicio para que las «alarmas» hayan saltado y para lanzar la caballería contra el pequeño pero sólido fuerte que es la vida de Balduino. Son las llamadas «contradicciones» de los santos, que sufren incluso después de muertos, como le pasó a otro monarca del siglo XX, el beato emperador Carlos de Austria, ejemplo de búsqueda de la paz y de resignado sufrimiento por su pueblo. El cardenal Godfried Daneels pidió ya la canonización del monarca belga, «cuya santidad Dios vio ya hace mucho tiempo», dijo. Esperemos que se produzca pronto.