La verdadera historia de «El renacido»
La película de González Iñárritu, candidata a 12 Oscar, recrea con variantes la vida de Hugh Glass (interpretado por Leonardo DiCaprio), que logró sobrevivir y comerciar entre los pawnee y los arikara en las tierras «sagradas» de Nebraska en la primera mitad del siglo XIX
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La película de González Iñárritu, candidata a 12 Oscar, recrea con variantes la vida de Hugh Glass (interpretado por Leonardo DiCaprio), que logró sobrevivir y comerciar entre los pawnee y los arikara en las tierras «sagradas» de Nebraska en la primera mitad del siglo XIX
Historia de una venganza. Pocas cosas hay más poderosas que las emociones ciegas, ésas que llevan al ser humano hasta su límite. Esto es lo que se cuenta en «El renacido», la nueva cinta del director mexicano Alejandro González Iñárritu, la versión de la novela de Michael Punke, titulada «The Revenant: A novel of revenge» (2002), basada en un héroe de la cultura popular estadounidense: Hugh Glass.
La mezcla de mito y realidad, de cuentos al calor de la fogata y datos históricos, nos presenta a un típico pionero, símbolo de los valores y la actitud de los forjadores de Estados Unidos. No eran sólo los yeomen, labradores de su propia tierra, los «elegidos de Dios» de los que hablaba Thomas Jefferson, sino los que personificaron la nueva identidad americana en su marcha hacia el Oeste. Uno de esos hombres, mitificados luego, fue Glass, del que se dice que nació cerca de Pennsylvania, en torno a 1780, y que fue capturado por los piratas franceses cuando tenía 35 años. Logró escapar junto a un amigo para adentrarse en las Llanuras Centrales de América del Norte buscándose la vida. Allí reinaban los pawnee, que los apresaron.
Los pawnee venían de las estrellas. Tirawahat, dios del universo, los puso en un lugar de la Tierra llamado luego Nebraska. El paisaje sagrado y su religión marcaban sus costumbres, su estratificación social y señalaba a los enemigos. Los pawnees, una confederación de cuatro grupos, llegaron a ser los más poderosos de la Llanura Oeste, que hicieron continuamente la guerra a las tribus vecinas para dominar las zonas de caza como los sioux, cheyenne y arapohe por el norte, y los omaha, kansa y osage por el este. Es una cuestión que hemos visto en otras películas, como «Bailando con lobos» (1990), de Kevin Costner, o referidos a los indios de la otra América en «Apocalypto» (2006), de Mel Gibson. La idea de la «nación india», muy edulcorada en cintas de la época hippie como «Pequeño Gran Hombre» (1970), de Dustin Hoffman, es un mito.
w los primeros blancos
El primer contacto con el «hombre blanco» fue con los franceses, en el útimo cuarto del siglo XVII. Misioneros y comerciantes se establecieron casi a la vez, y no tardaron en construir pueblos. A los pawnee les fue indiferente la Guerra de los Siete Años, que fue la primera guerra de carácter mundial que libraron entonces Inglaterra, Francia y España. El intercambio de territorios entre las potencias no les incumbió, porque los pawnee no reconocían la supremacía de ninguna nación sobre la suya.
El gran cambio para los pawnee no fue la llegada del «hombre blanco» sino del caballo y las armas de fuego, que se convirtieron en un símbolo de prestigio social y tribal, y, claro, de poder. Los pawnee tenían una rígida división de clases en función de la propiedad y la religión. No vivían en tipis nada más que en época de caza –junio y noviembre–, y el resto del tiempo habitaban en viviendas algo más sofisticadas, en las que no faltaba el altar a Tirawahat y la apertura en el techo para contemplar las estrellas, su origen. La unidad familiar la componían dos mujeres con sus respectivos esposos, sus hijos, y los ancianos. Sus prácticas estaban marcadas por su religión, que dictaba que era preciso un sacrificio humano para que Tirawahat bendijera su tierra. Así, cuando los pawnee capturaron a Hugh Glass y a su amigo, quemaron a éste en una hoguera tras perforar su cuerpo con astillas de pino ardiendo. Nuestro protagonista se salvó porque ofreció al jefe de la tribu una bolsa de bermellón, lo que pareció a los indios una señal de los dioses. Le integraron en la comunidad y tomó esposa, con quien tuvo un hijo.
Ya en 1823, la expansión estadounidense chocó con las tribus, casi siempre en guerra. Glass fue contratado como explorador por una compañía llamada «Los cien de Ashley», comerciantes de pieles. Y es que la relación de los pawnee con los estadounidenses no fue tan mala como con otras tribus indias. Fueron aliados para acabar con los grupos más salvajes, incluso formaron un cuerpo del ejército de Estados Unidos para luchar contra los sioux y sus grandes jefes: Toro Sentado, Caballo Loco, Pie Grande, y el único que los derrotó, Nube Roja. Los pawnee languidecieron por las epidemias, ya trasladados de la «sagrada» Nebraska a Oklahoma, y por la guerra, sobre todo a mano de los mexicanos, los sioux y los arikara.
La otra tribu de «El renacido» son precisamente los arikara, no muy distintos a los pawnee. Tenían asentamientos permanentes, las mujeres cultivaban la tierra, especialmente maíz, y los hombres cazaban. Observaban la costumbre de pintarse la cara en tiempos de guerra, y de arrancar la cabellera a sus enemigos derribados como trofeo. En 1823 comenzó la guerra entre EEUU y los arikara, dirigidos por su jefe Bloody Hand, a lo largo del río Missouri, donde atacaban a los comerciantes. Dos años después firmaron el tratado de paz, al que siguieron otros hasta que acabaron en una reserva en la década de 1870.
En realidad este conflicto es la historia de la lucha por la supervivencia, para indios y para blancos. Es el reflejo de ese contacto con la naturaleza, más real y pegado al paisaje, e incluso al espíritu humano, que disfrutamos, por ejemplo, en «Centauros del desierto» (1956), de John Ford, o en «Las aventuras de Jeremiah Johnson» (1972), de Sydney Pollack y Robert Redford. Todo ello mezclado con sentimientos tan primarios como el amor y la venganza. Ésa es la historia de Hugh Glass, interpretado ahora magistralmente por Leonardo Dicaprio –todavía sin «oscarizar»-, y que ya fue llevada al cine por Richard C. Sarafien en «El hombre de una tierra salvaje» (1971). El relato de aquel trampero, convertido en pionero y héroe popular en EE UU, había sido ya tema de varias novelas desde comienzos del siglo XX, que construyeron el mito del hombre que luchó contra el oso y que venció a la naturaleza. Pero quizá, lo que queda ahora, en plena era ecologista, es la historia de un hombre que renació para vengarse de aquellos que le habían arrebatado lo único que le quedaba: su hijo.
Leonardo DiCaprio: ¿a la quinta irá la vencida?
Sin un favorito claro entre las cintas con más nominaciones en el cómputo global de los Oscar, la gran pregunta de la gala de esta noche es si a la quinta irá la vencida para Leonardo DiCaprio. El actor californiano ha sido nominado con anterioridad cuatro veces y siempre se ha ido de vacío. Su primera candidatura fue, nada más y nada menos, que hace 23 años, cuando un jovencísimo DiCaprio llamó la atención de los académicos como Mejor Actor de Reparto por «¿A quién ama Gilbert Grape?». Sin embargo, es en el nuevo siglo donde se han ido sucediendo las nominaciones y los fracasos. En 2004 fue candidato al Oscar como Mejor Actor por «El aviador», en 2006 por «Diamante de sangre» y en 2013 por «Lobos de Wall Street», dirigida por Martin Scorsese, uno de sus grandes valedores. Con «El renacido», DiCaprio suma 5 nominaciones y, al parecer, muchos dan por hecho que, en esta ocasión, Leo logrará la tan ansiada estatuilla.