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Arte

Lartigue, la felicidad a todo color

La Fundación Canal muestra por primera vez en una exposición la obra alejada del blanco y negro del célebre fotógrafo

Esta fotografía resume lo que era el color para el fotógrafo
Esta fotografía resume lo que era el color para el fotógrafoLartigue /Fundación Canal

Solo aspiraba a ser un fotógrafo «amateur», un aficionado común, pero una inesperada exposición en el MoMA en el año 1963 dio al traste con sus humildes pretensiones y lo consolidó como uno de los grandes maestros de la instantánea. La vida, ya se sabe, es tan inesperada como tremendamente injusta. Jacques Henri Lartigue fue un hombre afortunado desde su nacimiento. Vino al mundo en el seno favorecido de una de las ocho familias más prósperas y acaudaladas de Francia. Provenía de un hogar acomodado gracias al ventajoso negocio que supuso el ferrocarril a finales del siglo XIX. Él creció rodeado de uno de esos ambientes culturales que siempre acuna a la burguesía. En su existencia no había más preocupación que el desasosiego que siempre alienta la despreocupación.

Enseguida mostró una temprana aspiración por disfrutar de la vida. Mostraba desde pequeño la irrefrenable atracción que suelen ejercer los coches, los aviones, la velocidad y los asombros que procura periódicamente la tecnología, algo que siempre seduce a las mentes más jóvenes y que en los alegres años de la Belle Époque encandiló a toda una generación. Pero pronto comprendió lo inasibles que son en realidad los días y la extraordinaria fugacidad del tiempo, lo que le emparentaba de manera colateral con un escritor después releería: Marcel Proust.

Lo que comenzó como una mera apreciación se convertiría luego en una extraordinaria sensibilidad hacia lo efímero. Iniciaba así una incesable lucha por aprehender los momentos de dicha. Aquello que la gente corriente suele denominar felicidad y que él vinculaba, por distintos motivos, con el color. Trató de satisfacer esa primitiva inquietud a través de la pintura, pero a través de las posibilidades que ofrecían los autocromos lograría fijar en placas fotográficas esos instantes de carácter huidizo. Era el inicio de la carrera de un fotógrafo que despuntó en blanco y negro y que siempre peleó por mostrar el lado más colorida de la existencia.

"Para mí la vida y el color son inseparables"

Jacques Henri Lartigue

La Fundación Canal nos lo revela ahora en una muestra y lo hace como un verdadero maestro del color. «Lartigue, el cazador de instantes felices» es un recorrido por esa parte de su trabajo que había quedado ignorado por el prestigio que suele tener el blanco y negro. El color, que llegó de manera más tardía a la fotografía, siempre tuvo menos reconocimiento porque se vinculaba a la moda, los anuncios y las portadas de las revistas. Pero Lartigue elevó el nivel y consiguió al final apresar en sus fotos el gozo y el esplendor de vivir. «Para mí la vida y el color son inseparables. Siempre he sido pintor. Por lo tanto, todo lo veo con mi ojo de pintor», declaró en los primeros momentos de su carrera. Pero en cuanto se desarrolló el color, en la década de los años treinta, dejó a un lado el pincel y tomó la cámara. Al inicio se dedicó a retratar flores, pero después expandió su campo.

La exposición enseña cómo en la posguerra se iniciaba una nueva época para el color gracias a unas técnicas más sencillas de usar. Empezó a trabajar en la Costa Azul, se codeó con Cocteau y con Picasso, como revelan varias obras suyas. Su prestigio creció tanto que las revistas le encargaban reportajes y llegó a ser el fotógrafo oficial de la boda entre Grace Kelly u Raniero III en Mónaco en 1956. Su mirada pictórica parecía crecer a través de la cámara y por primera vez, sus fotografías sí parecían responder a la imagen que desde pequeño tenía de la felicidad, del ensueño de vivir. La influencia de Richard Avedon y de Hiro resultó determinante para su evolución. Estos dos artistas derrocharon enormes esfuerzos para liberar el color a través de sus imágenes. Y él fue contagiado por ese empeño avasallador. Algo que apreciaron enseguida publicaciones como «Vogue» o «Harper's Bazaar».

Esta preocupación por el color condujo a Lartigue a tomar una resolución inesperada. Su obsesión por dejar registro de esta «felicidad en color» le llevó a reinterpretar las fotografías en blanco y negro que tomó al comienzo de su carrera. Un trabajo que revela cómo en su memoria permanecían los encuadres y miradas que había hecho en el pasado en Francia y que ahora emularía en la década de los 70 en Nueva York sesenta años después, quizá porque existen inquietudes que nunca acaban por satisfacerse.