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Las dos pasiones de Arroyo

El artista monta una exposición muy personal, «La oficina de San Jerónimo», en la que literatura y pintura se dan la mano.
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El artista monta una exposición muy personal, «La oficina de San Jerónimo», en la que literatura y pintura se dan la mano.
La literatura y el arte, y el arte y los libros, tanto monta, son dos de las pasiones que han ocupado la vida de Eduardo Arroyo. La han ocupado y la ocupan. Han sido y son, pues el artista, que excede sobradamente la etiqueta de pintor, se ha perdido muchas veces entre ellos. Inquieto, lenguaraz a veces, cáustico e irónico, ahora enciende una mecha muy particular en Madrid porque él no es de esos que deciden montar una exposición como mandan los cánones. Arroyo busca, piensa y es capaz de hallar relaciones entre las artes en las que ni siquera habríamos reparado aun a fuerza de sólo vivir para ello. Y es ese Arroyo torrencial, aunque ahora esté recuperándose de una dolencia, baje más calmado y utilice un tono que susurra y se nos antoja un tanto imposible en él, el que ha entrado en acción en la Casa del Lector para poner en pie una exposición que no es cualquier cosa, pues en ella ha unido de la manera que él ha entendido, de la suya, las letras y la pintura, encomendándose a la advocación de San Jerónimo, al que ha montado una oficina tan singular como arroyista.
Pieza a pieza
La muestra está dividida en siete secciones y la primera recibe, como en las grandes ocasiones, con un conjunto de pinturas que ha ido buscando año a año, como él mismo explicaba ayer, «buscando pieza a pieza para construir una especie de locura literaria y pictórica, una exposición compleja y complicada en la que el catálogo pretende ser un manual para visitarla». De ahí que quien espere una sucesión de obras con hilo conductor pueda salir más bien escaldado: no lo hay, no existe, dice el propio artista, ni lo ha pretendido. Y son los retratos que dan el pistoletazo de salida, 17 de San Jerónimo, que es el patrón de escritores y traductores, quien se multiplica tras el pincel de Guido Reni, Murillo y Diego Polo. Otra sección de esta singular muestra reúne 13 lienzos pintados en 1965 por Gilles Aillaud, Recalcati y el propio Arroyo a partir de la novela de Balzac «Una pasión en el desierto» (1830), que está representada a través de varios volúmenes. Hay pintores españoles, como son Cidoncha, Carlos García-Alix y Sergio Sanz, que exploran también esa fructífera relación inter artes, y otros aquí apenas sabidos, olvidados a la postre y que responden a los nombres de Alfred Courmes, Jules Lefranc, Pierre Roy y Clovis Trouille, que podremos conocer gracias a este encuentro tan singular.
Ni podía ni quería dejar el artista-comisario de darse un capricho e incluir el que confesaba ayer que es su libro, «el más excepcional que he leído nunca en mi vida. El cuadro que envejece, el artista que no es extraordinario e ilustra perfectamente la relación entre literatura y pintura», decía sobre «El retrato de Dorian Gray», al que se puede revisar tanto en la versión literaria de Oscar Wilde como en la cinematográfica firmada por Albert Lewin en 1945. Y no olvidemos citar la columna de Simón el Estilita. Pero eso, mejor, vayan ustedes a verlo. Y escucharlo.