Cine
"Las meninas"en versión "noir"
Andrés Sanz estrena “El cuadro”, un curioso documental con el lienzo de Velázquez como protagonista, cercano al thriller y lleno de misterio
Andrés Sanz estrena “El cuadro”, un curioso documental con el lienzo de Velázquez como protagonista, cercano al thriller y lleno de misterio
Jugaba el director de “El cuadro” con la ventaja, que es inconveniente también, de trabajar con una obra maestra, un lienzo que es historia del arte vivo por mucho que se pintara hace trescientos y pico años. ¿Qué no se ha dicho y qué queda por decir de “Las meninas”? Todo. Y eso lo sabía cuando se dejó atrapar por una obra que al verla le produjo un sueño en bucle. Esa mirada, los ojos que se clavan y escudriñan a través del agujero de una cerradura buscando lo que tiene delante de la vista. Andrés Sanz la vio cuando se exhibía en solitario y uno podía pararse de minutos a horas delante del real cuadro sin que nadie le importunase con un teléfono móvil. Cuando cerca de la obra, frente a ella, colgaba un espejo. Eran los tiempos en blanco y negro. Y no existían las hordas de turistas que todo lo colapsan y se arraciman porque hay hambre de redes. Cuando lo vio, era un chico pequeño, se quedó con la idea de que aquello no era nomal, de que parecían más un truco de prestidigitador, de un gran , inmenso mago llamado Diego velázquez, que no parecía un pintor al uso. Ahí empezó todo.
Sanz ha optado por un formato como es el documental y dentro de éste se ha decidido por construir un a modo de thriller, un relato policiaco en el que va sentado delante de él quizá, de un interlocutor al que vemos la silueta, a grandes expertos en al materia, tanto nacionales como internacionales. Todo ellos hablan, elucubran, tejen nuevas teorías y devuelve a la luz otras que no por oídas resultan menos interesantes. ¿Cuántas incógnitas se desarrollan alrededor de este lienzo? Todas. ¿Conseguiremos algún desentrañar su significado? No, pues habrá tantos como ojos lo vean.
El director se vale, además, del proceso de “stop motion” para fabricar a medida una caja en al que meternos. Por ella desfilan los protagonistas del lienzo, desde Velázquez hasta los reyes, de la Infanta Margarita al aposentador real que el mismo pintor (que también ostentaba ese cargo) retrata). Luces, sombras, aire, atmósfera, pinceladas, impresionismo. “Las meninas” son un enorme espejo, el espejo más atractivo que jamás haya dado la pintura, pintado por uno de los grandes genios, indiscutible, de la historia del arte.
Sanz ha creado muñecos en miniatura que responden a cada personaje que se representa en el cuadro. Desfilan todos. Se mueven. Los mismo que algunos de los que participan, empequeñecidos solo físicamente, convertidos en figura parecería que de porcelana.
Querer frotarse los ojos
El actor Eusebio Poncela sirve como excusa para correr el telón y hacernos partícipes de esta función que tiene bastante de policial. Jonathan Brown, hispanista y uno de los máximos expertos en la figura del pintor sevillano, es a quien encarga el director abrir el fuego. Recuerda sus inicios en Madrid, de estudiante. Fue entonces cuando se enfrentó por primera vez a la obra, con el espejo con que entonces, cuando Brown era un jovenzuelo, se exponía. Y vio “la cumbre de la pintura universal”. Tuvo la sensación de que “el cuadro me pertenecía. Me impresionó tanto que he dedicado sesenta años a estudiarlo”. Manuela Mena lo visitó de niña, tendría unos seis años y fue con sus padres. “No había nadie. Y te preguntabas dónde estabas tú y dónde estaba el cuadro”. Ahí aparece por primera vez la palabra “misterio”, que se repetirá una y otra vez. Francisco Calvo Serraller, a quien va dedicada la obra y que fue director del Museo del Prado, confiesa uno tiene la sensación de querer frotarse los ojos. Lo que veo es así o no es lo que creo ver. Ese “bosque intrincado” del que habla se repetirá a lo largo del metraje, aunque el ex responsable de la pinacoteca prefiere hablar de una obra compleja.
Pero este documental de poco más de cien minutos ahonda en cuestiones sin resolver y en enigmas eternos. ¿Por qué se pintó Velázquez? ¿No era una soberana desfachatez para al época que el artista apareciera en un lienzo en el que él mismo estaba retratando a la familia real, nada menos? Cruz Valdovinos lo tiene claro: “Que aparezcan los reyes en el espejo y el pintor pintando, que es algo que hoy veríamos como normal, en aquella época era algo completamente incomprensible. Un pintor no tenía categoría para aparecer en la misma obra que los monarcas”. ¿Quién fue Velázquez? Dice Félix de Azúa que incluso en esas fechas “ya era difícil no dejar rastro”. A lo que le daba verdadera importancia era a su cargo en palacio. “Ése era su verdadero orgullo”. El pinto no se pudo plantar en la obra, sino que tuvo que comunicarlo al soberano, como apunta Cruz Novillo y decir que sí: “De esta manera ellos están bendiciendo a Velázquez como pintor”.
Cada uno de los personajes que hablan parece que estuvieran sometidos a un curioso tercer grado. Ellos hablan todos, detrás de una mesa, frente a alguien a quien nunca vemos, quizá para enfatizar la atmósfera de misterio que envuelve al trabajo. Una estancia cerrada, una mesa y dos sillas. Y una caja a la que Manuel Mena, por ejemplo, da cuerda. Sin embargo, no suena música. Qué ganas, se apunta también, de dar la vuelta al caballete y ver qué estaba en realidad pintando el pintor. “El espejo refleja el lienzo oculto”. ¿No refleja en realidad a los monarcas? ¿Cómo es posible que los pintase de medio cuerpo? ¿No serían dos figuras gigantescas, algo muy poco o nada usual en la época?
¿Qué es “Las meninas” sino el engaño ocurrido en una tarde de invierno de 1656 en el Alcázar de Madrid?, dice Fernando Marías, a lo que Calvo Serraller añade que se trata del “mejor teatro de sombras que se haya hecho jamás. No creo que se pueda mejorar en absoluto”.
Instantes en blanco y negro
Y como todo va de pistas, preguntas sin resolver e interrogaciones que se cuelgan del aire, no podía faltar un pintor. De cámara, que se toma su tiempo y que ama al protagonista de este filme. Antonio López también se sitúa frente al foco y explica con sus pausas, como no queriendo encontrar las palabras, lo que representan cuadro y artista: “Lo bien que pinta, cómo coloca las figuras. Si te fijas, no hay nada que las contenga, van hasta donde tiene que ir. Todo va creciendo como si se tratara de un árbol”. Y es en ese momento en que imaginamos cómo habría sido el encuentro entre ambos, qué altura, que dominio del pincel por parte de ambos, cuando Sanz rescata unas imágenes históricas que pertenecen a la restauración del lienzo. Instantes en blanco y negro de cuando Pérez Sánchez fue director del Museo del Pardo. Y ahí se puede ver al pintor realista acercándose a un cuadro que no tiene marco, mirándolo, cerciorándose de cada pincelada: “Hay mucho trabajo. Y es que lo aparentemente ligero lleva mucho trabajo detrás. Tan cerca podías verlo todo, las pinceladas primeras y también las últimas. Todo el proceso estaba ahí. Daba la sensación de estar hecho sin esfuerzo”. Para Antonio López Velázquez es un maestro y una referencia.
¿Era tan buena la relación entre monarca y pintor? La respuesta es casi afirmativa. Felipe IV le dejó autorretratarse. “Tuvo cerca a un rey que le protegió”, asegura Antonio López, al tiempo que Félix de Azúa tilda al monarca de “extraordinario, un hombre que amaba la pintura para construir la mejor colección del mundo”. Se conocían y el aposentador tenía su genio su carácter. “Ya sabéis la flema de Velázquez”, dicen que repetía el rey. Y le consentía hasta donde debía.
Jonathan Brown defiendo lo casi imposible del empeño, cuatro meses nada menos para pintar un cuadro de más de tres metros: “Demostró que se podía. Y lo hizo muy rápido. En el fondo, Velázquez lo está inventando todo para que se adapte a sus propósitos”.
Cada uno de los expertos que desfilan en este documental aporta su grano de arena. Todos hacen y contribuyen a engrandecer. Desde el Museo del Pardo al Metropolitan, pasando por el mundo de la arquitectura. Ellos, de Brown a Mena, de Valdovinos a Azúa, de Serraller a Antonio López, lo mismo, exactamente lo mismo que nosotros, ha creído que podrían desentrañar la madeja, pero el ovillo lleva siglos tratando de ser desenredado. Pero, ¿es realmente necesario arrojar luz sobre el misterio de esta obra? ¿Existe ese misterio o lo hemos fabricado nosotros con unas teorías un tanto conspiranoicas? Solo podríamos recurrir a Velázquez para que nos respondiera. Y eso, por desgracia, es imposible.
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