Leila Slimani: «Monopolizar la riqueza crea rencor»
La escritora describe en «Miradnos bailar», una novela sobre el devenir de una familia de clase media en Marruecos, la conflictiva búsqueda de identidad de su país después de alcanzar la independencia
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Leila Slimani narra en su nuevo libro, «Miradnos bailar» (Cabaret Voltaire), la compleja búsqueda de identidad que emprendió Marruecos después de conseguir su independencia. A través de la historia de una familia de clase media describe la oscilación que su país vivió entre la tradición y la modernidad, la industria y la agricultura, la esperanza y la realidad. Ilusiones y empresas que tejieron su devenir durante los turbulentos años sesenta. «Existe un paréntesis que podría llamarse de encantamiento. El joven rey llega al trono en 1961 y por primera vez una generación de jóvenes accede de manera masiva a los estudios. Es una generación que lee, que accede a un mundo nuevo, que se interesa por la política, que está muy viva y que piensa que puede cambiar su país y el mundo». Leila Slimani intercala una pausa con flecos de una metáfora. Un silencio que, en realidad, evoca el momento en que todas esas ilusiones se truncaron de repente. «En 1971 todo se altera con el atentado al Rey. El régimen cambia». La escritora describe lo que supuso ese giro: «Se optó por la agricultura en lugar de por la industria. El país se acercó a Estados Unidos. No hubo una ruptura con el colonialismo. Se perpetuó un sistema corrupto, con desigualdades. Era un país con miseria donde solo unos pocos monopolizaban la riqueza. Eso crea rencor».
«No se rompió con el colonialismo en mi país y se perpetuó la corrupción», dice la escritoraLeila Slimani
Leila Slimani, una de las narradoras actuales más prometedoras, con una literatura singular, capaz de viajar entre los acontecimientos mínimos que marcan las vidas comunes y desplazarse a continuación hacia los grandes sucesos políticos, no duda en señalar cuál fue el fracaso en ese periodo: «La educación. Menciono en el libro las manifestaciones en Casablanca en 1965. Los jóvenes salieron a las calles porque querían estudiar, pero a cambio recibieron un tiro en la cabeza. El régimen no fue capaz de responder al deseo de la población, que aspiraba a tener una buena enseñanza». Por eso incluye una declaración de Hassan II: «No hay peligro más grave para el Estado que el de los supuestos intelectuales. Más os habría valido ser unos iletrados».
La respuesta de Leila Slimani a esas palabras son contundentes: «El poder siempre ha tenido miedo de las personas que piensan. Es mejor la ignorancia, que la gente no reflexione. Es lo que quiere el populismo, que los ciudadanos no piensen y mantenerlos en el desconocimiento. Esa es la cuestión». Luego añade un detalle nada irrelevante: «Fue el poder el que incitó a regresar a la tradición y la religión. A partir de los setenta, Hassam II se hace fotografías con chilaba y sosteniendo el Corán entre las manos. Le dice al pueblo que si no tiene dinero que se dirija a Dios. El poder tenía entonces miedo a la modernidad, por eso, el Rey y los partidos nacionalistas incitaron a la población a dirigirse a la religión para luchar contra el marxismo».
La narradora, que nació en Rabat, vivió en Francia y ahora reside en Lisboa, reconoce lo difíciles que fueron los procesos de descolonización durante el siglo XX: «Sí, por supuesto, es necesario y conveniente un acto de contrición por la colonización, sobre todo, por parte de algunas naciones. Hay que investigar esas épocas y cuales fueron las consecuencias entonces y, por supuesto, las que han quedado y que todavía perduran hasta hoy. Escribiendo este libro tuve conciencia de que también hay que descolonizar los cuerpos y las mentes de las personas». Sobre la paradoja de que únicamente catorce kilómetros supongan una distancia tan grande para entablar una amistad más estrecha entre las poblaciones de España y Marruecos, no titubea: «Nunca he entendido esta separación entre nuestros países cuando están tan próximos el uno del otro. Espero que las nuevas generaciones que vienen detrás, y con todos los marroquís que viven en España hoy en día, se puedan establecer mejores relaciones entre nuestras naciones. Para eso tiene que haber una curiosidad mutua por parte las dos sociedades. Aunque entiendo que el Sáhara y la inmigración puedan crear tensiones que posterguen este sueño».