Historia

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Leonardo da Vinci y el misterio del «Salvator Mundi»

El Premio Planeta de este año y autor de una novela sobre Da Vinci publicada en 42 países («La cena secreta») nos cuenta sus impresiones sobre el cuadro más caro jamás subastado, vendido esta semana en EE UU: un Leonardo lleno de misterios

Según los autores Picknett y Prince, los rostros de la Sábana Santa y el «Salvator Mundi» encajan a la perfección e incluso podrían tratarse de dos autorretratos
Según los autores Picknett y Prince, los rostros de la Sábana Santa y el «Salvator Mundi» encajan a la perfección e incluso podrían tratarse de dos autorretratoslarazon

El Premio Planeta de este año y autor de una novela sobre Da Vinci publicada en 42 países («La cena secreta») nos cuenta sus impresiones sobre el cuadro más caro jamás subastado, vendido esta semana en EE UU: un Leonardo lleno de misterios.

Casi quinientos años después de su muerte, Leonardo da Vinci sigue ejerciendo una enorme fascinación en nosotros. Su mente poliédrica e inquisitiva lo abocó a explorar casi todos los ámbitos del conocimiento humano y a preguntarse por aspectos tan dispares de la realidad como el vuelo de las aves, la navegación, la cocina, el urbanismo o la óptica. Sin embargo, en lo que destacó realmente –y lo que convirtió en su modus vivendi– fue en la pintura. Por extraño que parezca, se conservan pocos cuadros suyos –apenas una veintena, y no todos autentificados–. Por eso la subasta de uno de ellos, como la que esta semana ha saltado a los titulares de todos los periódicos, se ha convertido en la sensación de los amantes de arte.

Más allá de la cifra pagada o las especulaciones que se han vertido sobre la identidad del hombre o institución que resolvió la puja en Christie’s con 450 millones de dólares, sobre esa tabla de nogal pesan algunos misterios de los que no se ha hablado nada en estos días. El primero –apenas circunstancial para mí– tiene que ver con el «rescate» del cuadro. El «Salvator Mundi» que se ha vendido en Nueva York apareció en realidad en 1958 en los sótanos de una propiedad británica del vizconde de Montserrate Francis Cook, que, al parecer, lo adquirió a principios del siglo XX de manos de otras familias nobles. De hecho, fue tenido durante años como una más de la docena de copias del cuadro que se hicieron en vida de Leonardo, y nadie le prestó atención hasta fechas relativamente recientes.

Su singularidad, en cualquier caso, se subrayó con los primeros análisis científicos de la tabla. Tras ser sometida a rayos X y a reflectografía infrarroja para husmear bajo sus trazos, se descubrió que era la única de las copias conocidas que presentaba «pentimentis». Esto es, correcciones a detalles de la obra hechas por el artista durante su proceso de elaboración y que, naturalmente, nunca aparecen en ninguna de las posteriores reproducciones. Pero ni ese detalle, ni la leyenda de que fue escondida durante la II Guerra Mundial para evitar que cayera en manos de los nazis esconden, para mí, el verdadero misterio de este óleo. Ahora, su reivindicación como obra indubitada de Da Vinci podría ayudar a resolver un enigma aún mayor. En 1994, dos autores británicos, Lynn Picknett y Clive Prince, saltaron a la fama gracias a un ensayo en el que aseguraban haber resuelto uno de los grandes enigmas de la Historia. Según ellos, la imagen del hombre que aparece representado sobre la célebre Sábana Santa de Turín –la reliquia cuya tela había sido datada en 1988 por el método del Carbono 14 como una pieza del siglo XIII– era en realidad una suerte de protofotografía. El hecho de que no fuera del siglo I y que el cuerpo del varón desnudo que muestra el lienzo se perciba mejor cuando se observa en un negativo fotográfico que al natural, les dio la pista de que podríamos estar ante la «primera foto» conocida. Algo –aseguraban– perfectamente al alcance de la tecnología medieval si se utilizaba una cámara oscura (una habitación cerrada, donde se practicaba un agujero por el que pudiera entrar luz y la imagen a representar que usaban ya artistas de la Edad Media), una lente o cristal para enfocar la imagen y un elemento químico para fijar la imagen a un soporte, como las sales de plata que entonces no faltaban en ningún taller o laboratorio alquímico. La cuestión, claro, era averiguar qué genio podría haber combinado esos elementos de forma adecuada y gestado un «fraude» tan elaborado como el de la Síndone de Turín.

Picknett y Prince tenían su propio candidato para semejante tarea: Leonardo da Vinci.

Como es fácil de suponer, su provocativa hipótesis enseguida tropezó con algunos obstáculos. Existían, por ejemplo, referencias históricas muy anteriores al nacimiento de Leonardo que aludían a exhibiciones públicas de la reliquia –«ostensiones», en el argot sindonológico–, como la de 1353 en Lirey, Francia, a donde fue llevada por los cruzados. Pero estos autores los sortearon argumentando que aquella no debía de ser una reliquia muy creíble cuando pocos años después, en 1389, Pierre d’Arcis, obispo de Troyes, escribió a Clemente VII para denunciar que la Síndone era una pintura torpe, hecha con «engaño y maldad» para enfervorizar a los fieles. De hecho, según su hipótesis, sería en el siglo XV cuando Leonardo crearía «su» reliquia, una mucho más creíble que la de Lirey, y le daría el cambiazo en algún momento de su estancia en la Lombardía. Pero no solo hizo eso: según estos investigadores, el modelo que Leonardo utilizó para «fotografiar» el rostro de Cristo no fue otro que... ¡el suyo!

El libro de Picknett y Prince –publicado en España en 1996 bajo el título de «El enigma de la Sábana Santa»– abrió una caja de Pandora que aún hoy es objeto de encarnizadas discusiones. ¿Inventó Leonardo también la fotografía? ¿Y por qué si consiguió un logro como la Síndone no volvió a utilizar su revolucionaria técnica, ni dejó constancia alguna de sus «experimentos» en sus cuadernos de notas? ¿Podría probarse de algún modo, al menos, que Da Vinci estuvo en contacto con la Síndone?

En 2006, en una versión revisada de su obra, Picknett y Prince darían respuesta a muchos de esos interrogantes. Y lo harían recurriendo... al «Salvator Mundi». «Nos interesamos por esta pintura atribuida a Leonardo porque contenía una reproducción frontal del rostro de Jesús en una posición idéntica a la del hombre de la Síndone», me comentaron Picknett y Prince el pasado mes de octubre, en León, durante su primera visita a España. «Se nos ocurrió comparar y superponer ambas imágenes utilizando un software específico y comprobar si tenían algún parentesco. Si lo hallábamos, nos permitiría demostrar una de estas dos cosas: que Leonardo tuvo acceso a la Síndone de Turín y la utilizó como fuente de inspiración para su trabajo, o que, como creemos, él elaboró ambas imágenes a partir de su propia imagen».

Una lente de cuarzo

Los análisis –realizados hace algo más de una década utilizando el programa Photoimpression 4 de ArcSoft– dieron un resultado mucho mejor del esperado. «Sinceramente, casi nos caímos de la silla», me explicaron. «Se hizo evidente de inmediato que los rostros del Salvator Mundi y del hombre de la Sábana encajaban a la perfección. Incluso medían lo mismo en ambos originales: 18,2 centímetros desde la base del cabello a la barbilla. Eso no podía ser una mera casualidad».

En aquel entonces, Picknett y Prince utilizaron como base para su trabajo una copia del cuadro que no era la que acaba de subastarse en Nueva York. Recurrieron a otra, propiedad del marqués Jean-Louis de Ganay en París y que en 1999 se vendió en Sotheby’s por solo medio millón de dólares. Sin embargo, ambos han repetido ahora sus pruebas con el cuadro «matriz» y los resultados no han hecho sino mejorar. «Los dos rostros encajan también a la perfección», aseguran. «La única conclusión lógica a la que puede llegarse es que el ‘‘Salvator Mundi’’ fue, como poco, copiado de la Síndone. Y eso nos acerca mucho a la hipótesis de que Leonardo sí estuvo muy cerca de esa reliquia. Eso, si no la creó, claro, y ambas son autorretratos suyos», sonríen.

Picknett y Prince –amantes de los «códigos Da Vinci» como pocos, amigos de Dan Brown y de quien esto escribe– añaden un dato más para aumentar nuestro desconcierto. «Fíjate en la esfera de cristal que sostiene el Salvator Mundi en la mano izquierda», me piden. «Es de cuarzo. Y ese tipo de cristales se usaban en tiempos de Leonardo como lentes. Las mismas que requeriría una cámara oscura para captar una imagen. Tal vez no sea casualidad, ¿no crees?»

Yo, en estas cosas, la verdad, prefiero no creer. Quiero saber.