Leonardo de Vic (y otras leyendas)
El fanatismo ideológico ha sentido siempre un ansia por la apropiación de personajes ajenos. El nacionalismo catalán ha decidido ahora apoderarse de Leonardo
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El fanatismo ideológico ha sentido siempre un ansia por la apropiación de personajes ajenos. El nacionalismo catalán ha decidido ahora apoderarse de Leonardo
Han dicho que «El Quijote» se redactó en catalán, que Erasmo de Rotterdam y Teresa de Jesús eran catalanes, que Tartessos estaba situado en Tortosa y ahora le ha tocado el turno a Leonardo. El Institut de Nova Història, sustentado con dinero del contribuyente, ha decidido convertir a Leonardo de Vinci en catalán e incluso el fondo de «la Gioconda» en las montañas de Montserrat. Como en los otros intentos, sólo la ignorancia más supina o la demagogia más descarada –o la suma de ambas– permiten realizar afirmaciones semejantes. Por desgracia para los nacionalistas catalanes, la vida de Leonardo no está menos documentada que la de Cervantes o Erasmo y no permite el menor resquicio a sus delirantes teorías. Las fuentes históricas señalan de manera unánime que el padre de Leonardo fue Piero Fruosino di Antonio, notario, canciller y embajador de la república de Florencia. Se trataba, pues, de un noble acomodado. La madre –Caterina– era de extracción humilde. A pesar de que Leonardo era un hijo natural fue tratado como legítimo. Tras su bautizo, pasó los cinco primeros años de su vida en la casa paterna en Vinci. Su patronímico –Da Vinci– estaba relacionado con una planta semejante al junco que crece cerca del arroyo Vincio y que era empleada por los artesanos de la Toscana. Durante los años siguientes, Leonardo se relacionó con los doce hermanastros de los cuatro matrimonios de su padre, aunque los vínculos más intensos fueron con Lucrezia Guglielmo Cortigiani, la última esposa de su padre a la que calificó en un texto publicado por Alessandro Vezzosi, historiador de Vinci, como «querida y dulce madre». Con todo, quien inició a Leonardo en las artes fue su abuela paterna, Lucia di ser Piero di Zoso, una notable ceramista. Vasari refiere cómo la primera obra de Leonardo fue la pintura de un dragón escupiendo fuego que, vendida inicialmente a un campesino local, fue a parar a las manos del duque de Milán. Como no podía ser menos, Leonardo no escribía en catalán sino en italiano en su versión toscana y comenzó su aprendizaje con Andrea del Verrocchio, que quedó fascinado al poder contemplar de cerca sus primeros dibujos y que en 1469, lo convirtió en aprendiz suyo. Curiosamente, en 1473 pintó un paisaje donde se aprecian al fondo montañas achatadas que quizá un fanático nacionalista identificaría con Montserrat, a pesar de que Leonardo escribe de su puño y letra que no es otro que el del valle del Arno. Un año antes, Leonardo ya había sido registrado en el Libro Rojo del Gremio de San Lucas en Florencia. Comenzaba a partir de ese momento y formalmente una carrera de pintor en la que no inventaría, pero sí realzaría el empleo del sfumato. En 1476, el archivo judicial de Florencia recoge que fue acusado de sodomía por una denuncia anónima, si bien resultó absuelto. En 1482, Leonardo abandonó Florencia, pero no fue, como habría deseado, para pintar la Capilla Sixtina en el Vaticano, sino para trasladarse a Milán, donde estuvo al servicio de Ludovico Sforza hasta 1500. El Codici Atlántico conserva la carta –por supuesto, en italiano– de Leonardo al noble informándole de su habilidad como técnico y sólo secundariamente como pintor. En Milán, Leonardo pintó la «Virgen de las rocas», una obra maestra que ocasionó pleitos recogidos documentalmente, y «La última cena», que los invasores franceses pensaron en llevarse a Italia cortando el muro en que estaba plasmada. La cantidad de documentos de Leonardo en esta época es inmensa yendo desde los técnicos, artísticos y bancarios a los gastos del funeral de su madre. En 1490, creó una academia con su nombre y fue recogiendo sus investigaciones en tratados donde, por supuesto, jamás empleó el catalán.
- ¿Dónde está Cataluña?
Tras abandonar Milán, Leonardo se trasladó a Venecia, Florencia, Mantua, Venecia otra vez, la Romaña y de nuevo Florencia. En todos y cada uno de los lugares se conservan no sólo obras suyas sino documentación relativa a sus actividades, lo mismo si se trataba de ubicar «el David» de Miguel Ángel que de desviar el río Arno. Por supuesto, no hay nada relacionado con Cataluña.
En 1504, Leonardo estaba en Milán. De esa época, entre otros muchos, hay documentados dos importantes acontecimientos. El primero es la muerte de su padre y el pleito relativo a la herencia de la que Leonardo fue excluido por su condición de hijo natural; el segundo es el inicio de «La Gioconda». A pesar de lo que se ha escrito, sabemos que se trató de un retrato realizado a Lisa Gherardini o, según el nombre de casada, de Monna Lisa del Giocondo. Vasari escribiendo unos años después nos informa de que «Leonardo, mientras pintaba, procuraba que siempre hubiera alguien cantando, tocando algún instrumento o haciendo chanzas» para que Monna Lisa estuviera «de buen humor» y no presentara «una apariencia triste, cansada». La referencia a Cataluña es, por lo tanto, imposible y disparatada al mismo tiempo. De esa época además contamos con abundante documentación relativa a trabajos diversos y al pleito con otros posibles herederos de su tío, que lo había nombrado heredero universal. En 1513, estaba el artista en Roma trabajando al servicio del Papa León X en una relación documentada de la que el artista acabó profundamente desilusionado. En 1515, Francisco I de Francia tomó Milán y, al año siguiente, Leonardo aceptó la invitación del monarca para trasladarse al castillo de Clos-Lucé, cerca del castillo de Amboise, convirtiéndose en «primer pintor, primer ingeniero y primer arquitecto del rey». El 23 de abril de 1519, Leonardo otorgó testamento ante un notario de Amboise. Murió el 2 de mayo de 1519 en Cloux tras recibir los últimos sacramentos. Durante medio siglo, Melzi, su discípulo preferido, se encargó de administrar su legado, que incluía nada menos que cincuenta mil documentos redactados en toscano y en lo que no aparece el menor rastro de una posible relación, del tipo que fuera, con Cataluña. Ciertamente, que Leonardo no fuera catalán ni sintiera el más mínimo interés por Cataluña no resulta, sinceramente, nada grave. Lo que sí es verdaderamente grave –y también escandaloso– es que se empleen fondos públicos para intentar demostrar lo contrario.
Parecidos ¿más que razonables?
Las claves: la boca y el paisaje montañoso
En el afán apropiacionista de personajes ajenos hay quienes han querido ver entre la «Gioconda» y la Moreneta más de una coincidencia; insisten en su parecido en el rostro, en la similitud de sus bocas y en el óvalo de su cara. Por otro lado, el paisaje del fondo del lienzo, que podría corresponder al pintado por Da Vinci (según un reciente estudio) y estar localizado en la de la región italiana de Montefeltro, una zona de lagos y montañas al este del país, se asocia con la orografía de Montserrat, de montañas escarpadas y agujas de piedra como la de Cavall Bernat.
Prototipo renacentista
Leonardo Superstar
No fue uno y trino, sino uno y múltiple. En él cabían los más variados oficios y su mente no dejó de experimentar ni de aprender hasta el final de sus días, de ahí que haya sido un verdadero filón tanto para la investigación y la literatura como para la industria del ocio y el entretenimiento. Que se lo pregunten si no a Dan Brown, elevado a la categoría del «best seller» gracias a su novela «El Código Da Vinci». La televisión no ha sido ajena a a este poderoso influjo y así la serie de Fox «Leonardo» se centra en la vida y obra del genio, autor de la inmortal «Mona Lisa». Sobre su musa, la enigmática mujer que le inspiró al obra, aún quedan unos cuantos cabos sueltos. No sólo su enigmática media sonrisa ha llenado miles de páginas tratando de dar respuesta a un enigma, sino que sus restos, sometidos a estudio, están pendientes de un próximo veredicto. Podría ser que el misterio que ha acompañado durante 600 años a Lisa Gherardini pudiera quedar en breve desvelado. Se sabe que fue enterrada en el convento de Santa Úrsula en Florencia, pues según diferentes historiadores hay documentos escritos por el párroco de la iglesia que así lo corroboran. «Es cierto, Lisa Gherardini fue enterrada allí, pero a mediados del siglo XVI la iglesia sufrió una remodelación», ha asegurado Silvano Vinceti, al frente del Comité Nacional italiano para la Valoración de los Bienes Históricos, Culturales y Ambientales.