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Literatura
Leonardo Padura: «La gente en Cuba calla porque conoce las consecuencias de gritar»
En «Morir en la arena», el novelista desgrana cincuenta años de la historia de Cuba a través de un parricidio y de sus consecuencias

Aquella guerra desilusionante de Angola, una gavilla de ideales rotos, vidas estranguladas por realidades asfixiantes y el asesinato, con ocho golpes en la cabeza, de un padre a manos de su hijo, bautizado en las cuadras de la ciudad con el sobrenombre de Caballo Loco. Leonardo Padura vuelve con una historia de filamentos reales para contarnos cincuenta años de la historia de Cuba. «Morir en la arena» (Tusquets) se erige en una lograda narración de tensiones psicológicas y una meditada reflexión sobre las consecuencias de los actos.
¿Por qué un parricidio?
Ocurrió en una familia cercana a la mía, pero en la historia está novelizado. He reproducido las consecuencias. Este hecho es el motor dramático de la historia. El parricidio tiene una connotación psicológicamente muy dura. Todos cometemos parricidio. Los escritores con los autores de la generación precedente. Matar al padre es casi necesario. Cuando el parricidio es real, eso ya tiene otra connotación y, desde Grecia, supone una rebelión que excede los códigos. El parricidio me proporcionaba un elemento para percibir un suceso cubano de manera universal. Pero hay otro elemento.
¿Cuál?
Determinar de dónde salen las ideas de una novela es una de las cosas más complicadas que existen: de dónde procede la idea de una novela. No tengo una carpeta de ideas. Esa carpeta está vacía, y esto me provoca una enorme tensión. Por suerte, esta es la novela número quince. Ojalá caiga pronto otra historia posible en esa carpeta. El parricidio es lo que me iluminó para escribir la vida de una generación, la mía, en Cuba.
«Si la Unión Europea fracasa, el mundo no tiene otro proyecto al que aferrarse»
Hay un escritor en el libro. ¿Qué representa?
En Cuba, a inicios de los setenta, se establecieron exigencias hacia el arte. Comenzó con la marginación de muchos intelectuales y docentes, porque se establecieron los parámetros de los que representaban y no representaban a la cultura cubana. Aquí hay nombres, como José Lezama Lima, que muere en 1976 en total ostracismo. El personaje de mi libro alude a lo que significó esa experiencia de adaptar cualquier necesidad expresiva a unos códigos ideológicos, lo que marcó a toda una generación. Ahí aparece una palabra: miedo, una reacción humana y natural. Sabes que escribes textos que nunca van a ser publicados y que la censura puede traer consigo castigos. Los autores, por eso, buscan estrategias de supervivencia, como la autocensura y la adaptación a los códigos que citaba. Todavía sigue funcionando ese sistema de censura y de percepción de que el arte es un arma de la revolución y no puede funcionar en contra de la revolución.
¿Siempre ha escrito lo que ha querido?
He tenido una enorme fortuna, porque desde 1996, Tusquets me ha apoyado y ha demostrado una enorme solidaridad con mi trabajo. Eso me ha permitido que lo que escribo sea lo que necesito escribir. Me siento satisfecho. Al principio no lo hice con la libertad con la que hubiera podido o mi capacidad me permitía, pero a partir de «El hombre que amaba los perros» he tenido una liberación absoluta. A partir de ahí, he dicho lo esencial de mi forma de entender la política, la vida y la sociedad. Milán Kundera decía que no se puede convertir la literatura en un panfleto político porque devalúa la literatura. Eso no quiere decir que la literatura no esté cargada de elementos que hagan referencia a la situación política que se vive en un momento determinado. Y es lo que he tratado de hacer. Que la política esté, pero que la política no sea la que me determine lo que quiero escribir. Creo que una novela como «Morir en la arena» tiene una enorme carga política sin ser una novela que tenga un contenido expresamente político.
«No hay fecha de vencimiento en Cuba, pero el agotamiento y el cansancio histórico es enorme»
Sale la guerra de Angola.
En primaria, a finales de los sesenta, en la escuela, te hacían contar los países que se convertían en socialistas. Se afirmaba que el desarrollo conducía al socialismo. A inicios de los setenta, en la URSS se decretó que entraban en el comunismo, desaparecían las clases sociales y el dinero. Había una frase: «El futuro de la humanidad pertenece al socialismo». La guerra de Angola... El movimiento para la Liberación de Angola pide ayuda a Cuba y esa guerra se convierte en la más larga en la que ha participado Cuba. Trajo consecuencias geopolíticas: la descolonización de Namibia, el fenómeno que acabó con el Apartheid en Sudáfrica, pero yo aquí lo veo desde el lado humano: los que murieron y las consecuencias psicológicas que tuvo.
¿Algo real en esta parte?
Está inspirado en mi experiencia. Estuve en Angola como periodista civil. A mi lado tenía un AK-47 con cargadores por si me tenía que incorporar al ejército. Lo llamo el año del miedo, porque tenía miedo. No tengo nada que ver con la violencia y menos con una violencia militar, y eso dejó un sedimento. Es lo que he querido representar con esas personas mermadas físicamente, como uno de los personajes que sale en las novelas de Mario Conde, o Rodolfo, en este libro, que está mermado psicológicamente. Eso está en el sustrato de una experiencia de una generación. Ha quedado la parte heroica, pero hubo un trauma humano para muchos... Tengo dudas sobre la cifra, pero dicen que hubo 300.000 cubanos en Angola. Ese conflicto significó una experiencia dolorosa. A mí me dejó una secuela: un pitido, desde que volé en un carguero militar. Desde entonces tengo ese trauma acústico.
«Existe una degradación de expectativas en el mundo»
Esta Cuba, ¿aguantará?
El cansancio histórico puede aguantar eternamente. No hay fecha de vencimiento, pero el agotamiento es enorme. Sigo viviendo en el mismo barrio y la misma casa, pero cada vez me quedan menos amigos: unos porque han muerto; otros porque se han marchado. Los que quedan buscan estrategias de supervivencia. La gente calla en Cuba porque sabe las consecuencias de gritar. La represión policial no fue brutal en términos universales, pero sí en los judiciales. La necesidad de que cambien las cosas está presente. Vivimos una crisis energética interminable. En La Habana casi todos los días se va la luz cinco o seis horas. Eso cambia el ritmo de vida. Muchos se iban a Estados Unidos porque les concedían ayudas, pero con Trump... Es doloroso cómo un proyecto que apostó por un bienestar colectivo busca soluciones individuales.
Habla de «vacío de expectativas». Es una sensación global.
El siglo XX fue un siglo que desarrolló y probó en la práctica procesos utópicos que tenían un fin. Existía la necesidad de encaminar la sociedad hacia algo. Ese rumbo, equivocado o cierto, se ha extraviado. Lo que está ocurriendo a nivel universal con la forma de entender la realidad y relacionarse las personas me preocupa; hay una degradación de expectativas. Lo que ocurre en Estados Unidos es la consecuencia de algo que venía ocurriendo ya de antes. Trump no sale de la nada. Desde hace quince años, tengo ciudadanía española y estoy viendo cómo el proyecto europeo se está resquebrajando y me produce dolor, porque si fracasa el proyecto europeo, el mundo no tiene otro al que aferrarse.
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