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Adam Michnik, un sabueso que nunca concede entrevistas

El director del periódico más importante de Polonia hace balance en su nuevo libro de su pasado como opositor comunista y como periodista en la particular transición que vivió el país del este

Adam Michnik
Adam Michniklarazon

Llegar desde cero hasta la Unión Europea. Ser protagonista y en parte responsable de la transformación de un país comunista, satélite de la URSS, en una democracia con un mercado libre. Desde las cárceles de la República Popular de Polonia a director de Gazeta Wyborcza, el periódico más influyente de la República de Polonia, Adam Michnik relata en «En busca del significado perdido» (Acantilado) las claves de ese periodo de cambios clave que vivió su país. Con una tos oxidada que retrotrae a las redacciones condensadas por el humo, ya fuera por los pitillos o por las noticias candentes de una Polonia camaleónica, ahora cuenta su experiencia como opositor comunista y como periodista con un cigarrillo electrónico en la mano. En su visita promocional a Madrid le acompañan un equipo de reporteros de televisión que, sorprendidos, intercambian miradas ante sus respuestas. Será la primera vez que en su país vean a este líder sometido a las preguntas de los periodistas.

Usted fue uno de los integrantes de la Mesa Redonda en el 89, una suerte de Pactos de la Moncloa.

Sí. Recuerdo que en mayo del 89, en París, se celebró la efeméride de la revolución francesa en la que me entrevistó un periodista de «El País». Me preguntó: «¿Cómo es posible que te sientes con los vigilantes de tu celda, con aquellos que te habían encarcelado?». Bueno, en España pasó lo mismo. Cuando empezaron a darse síntomas evidentes del colapso de la URSS, muchos de nosotros dijimos que debíamos dirigirnos a la libertad por el camino español, es decir, a través de una negociación con los representantes de la dictadura comunista. Consideramos con acierto que el camino a la democracia tenía que ser uno de compromiso.

¿Cómo consiguió la «Gazeta» perfilarse como el diario principal de Polonia?

En los ochenta era evidente que el sistema que tenía la Unión Soviética no funciona bien, que necesitaba ser reformado. Incluso en Rusia se intentó analizar por qué no funcionaba ese sistema. Fue el momento en el que en la Prensa rusa había más libertad que en la polaca. Nosotros comprábamos los periódicos rusos y los citábamos. En un primer momento parecía un gesto de cara a la opinión pública, a Occidente, pero luego resultó que iban en serio. Se construyó una señal tanto para la élite dentro de la dictadura como para la oposición. Nosotros todavía teníamos en mente la política de Bresniev y de repente vimos cómo ésta deja de funcionar y comprendimos que podíamos exigir mucho más.

¿Cómo llegó usted, opositor que había frecuentado la cárcel, a dirigirlo?

Yo fui durante sus primeros años una especie de marca comercial del periódico. Cuando nos autorizaron a crearlo, una de las pocas instituciones creadas desde las bases de la oposición, se trataba de que una persona con un apellido fácilmente reconocible encabezara esa publicación. Yo había sido durante muchos años el favorito de la propaganda comunista. Era la imagen perfecta para dar una sensación de que había libertad, aunque aún existía algo de censura.

¿Cuál es el momento ético más complicado al que se haya tenido que enfrentar como director de la «Gazeta»?

Cuando intentaron sobornarme. Tampoco puedo decir que antes hubiera sido un modelo de honradez, porque nunca me había enfrentado a una situación en la que podría perderla. Pero lo más impactante para mi vino después: se llevó a cabo una encuesta sociológica en la que se deducía que el 30% de los encuestados no creía en lo que yo decía o escribía. Antes pensaba que era creíble en un 100%, pero esto me hizo ver que no era así. Fue una lección de humildad.

¿Cómo vive un director el momento en el que cierra la edición, las rotativas comienzan a funcionar y sabe que al día siguiente una noticia de grandes dimensiones va a ser publicada?

En esos momentos mi reacción es beberme 100 gramos de Vozka y prepararme para lo peor (ríe). Hemos vivido muchas situaciones de esas características.

¿Y en qué momentos se ha dado cuenta de la responsabilidad que tiene un director de periódico para con la opinión pública?

Ha habido muchas situaciones. En el año 89 entrevisté al entonces ministro de exteriores de la URSS y le pregunté por la invasión del Checoslovaquia en el 68 a lo que él me respondió con muchos rodeos. Al final se justificó diciendo que no fue sólo la URSS, que también intervinieron otros países. Unos días más tarde recibí por vía clandestina una carta abierta sobre este tema redactada por los que habían sido presidente y primer ministro checos durante la invasión. Horas después, recibí una llamada del gabinete del primer ministro pidiéndome que no publicara la carta, que no era el mejor momento porque iba a hacer un viaje a Moscú para reunirse con el gobierno ruso a negociar. Yo le dije que no podía hacer eso, que hubiese sido absolutamente inmoral por mi parte. Hubo otro momento cuando una periodista nuestra entrevistó al artífice de la reforma económica y financiera de Polonia. Fue una entrevista muy agresiva y después de celebrarse recibí una llamada pidiéndome que retuviera esa pieza, que quería expresarse en otros términos. Me llamó hasta el presidente de la República.

¿Qué le sugiere el «caso Snowden»?

Estoy absolutamente en contra de lo que ha hecho. Creo que una persona como él, que se presentó para trabajar voluntariamente para el FBI y que firmó todos los documentos de lealtad y discreción, que luego los rompa y se vaya a China y a Rusia, y revele información es una postura inmoral. No merece mi empatía.

¿Bajo ninguna circunstancia se puede romper ese compromiso?

Cuando propusieron darle el premio Sajarov me pareció completamente fuera de lugar, porque Sajarov fue un científico que era enemigo acérrimo del régimen soviético. Sin embargo nunca reveló nada de lo que sabía como constructor de las armas nucleares, porque se había comprometido a guardar ese secreto. Era algo sagrado.

¿Hubiera publicado los cables de Wikileaks?

Otra cosa es lo que haría yo de haber recibido esos papeles. Los habría leído y evaluado si podrían ser útiles para los terroristas de Al Qaeda, ETA o cualquier otro criminal. Si hubiera llegado a la conclusión de que no les ayuda en nada, los habría publicado con toda tranquilidad. Yo me considero además de redactor jefe también ciudadano. Por ello creo que la moral por la que me rijo es la de un periodista, pero también la de ciudadano de Polonia. Es un aspecto muy importante para mí, porque durante una parte muy importante de mi vida yo no me sentí leal para con el gobierno de mi país. No era democrático, yo no lo había legitimado con mi voto. Ahora sí es un gobierno democráticamente elegido. Pero por supuesto entre la posición entre el gobierno británico y la redacción de "The Guardian», yo apoyo a esta última.

¿Un Estado tiene derecho a tener secretos?

Por supuesto, el Estado tenderá a tener cada vez más secretos y los periodistas tendremos que tener como objetivo destaparlos. Pero considerar que un Estado no tiene que tener secretos es absurdo. Sobre todo un Estado democrático. La tensión entre éste y los medios de comunicación siempre existirá; es algo de lo que hay que tomar conciencia y con lo que convivir.

¿Conseguirían ahora el mismo éxito, con internet y la «crisis del papel»?

Creo que no. No debería decir esto, porque parece como si me estuviera echando flores a mí mismo, pero creo que nuestro éxito se debió a que aparecimos durante los primeros aires de libertad, cuando había una gran demanda de información independiente que ofrecíamos a la sociedad y que luego supimos mantener. Porque en aquel momento aparecieron otros medios, como por ejemplo el semanario «Solidaridad», que hoy en día nadie lee. Hay circunstancias y también hay un mérito nuestro.

¿Cuáles son los principales retos a los que se debe enfrentar hoy el periodismo?

Creo que ya ha mencionado uno de ellos: la red. Otro sería la crisis.

¿Cómo ha cambiado Internet el periodismo, a la «Gazeta»?

Internet podría compararlo con un cuchillo: sirve para cortar una barra de pan, pero también para matar a una persona. El mercado, a largo plazo creo que está asesinando los medios de comunicación. La calidad se está sustituyendo por mala calidad y por ser los primeros en publicar algo. Yo estoy un poco chapado a la antigua y creo que es mejor no publicar una noticia que hacerlo de forma errónea.

Si uno estudia su biografía, es un hombre curtido en eso de nadar en contra de la corriente. ¿Ha vencido el miedo después de haber lidiado con todo tipo de circunstancias políticas, sociales, personales, económicas...?

Sólo los idiotas no sienten miedo, pero la cuestión está más bien en cómo gestiono ese miedo, porque si no lo hago, es el miedo el que me controla a mí. Cuando «Gazeta» salió a la Bolsa a los empleados nos correspondía una porción de las acciones. Las mías eran por valor de 34 millones de dólares. Yo renuncié a ellas. No las quise. Yo no tenía que estar preocupado por la evolución en Bolsa, sino por el contenido del periódico. El tener estas acciones me habría cambiado el punto de vista y no quería

En el libro se percibe cierto tono melancólico.

Es verdad que hay un sentimiento de melancolía. Sobre todo porque cada vez somos más mayores. Cuando miramos atrás parece como si viéramos las cosas más claras, más nítidas. Cuando somos jóvenes queremos cambiar el mundo, pero cuando nos hacemos mayores vemos que si el mundo cambia no es necesariamente en el sentido que nosotros hubiésemos querido. Y sin embargo creo que la última historia de Polonia es alentadora. Hemos conseguido un gran cambio, el mayor éxito que ha tenido el país en los últimos años. Llegar desde el cero hasta la Unión Europea.