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Banville, a la manera de Henry James

En «La señora Osmond» firma una obra cuyos personajes ha construido de manera magistral

Banville, a la manera de Henry James
Banville, a la manera de Henry Jameslarazon

En «La señora Osmond» firma una obra cuyos personajes ha construido de manera magistral.

Un genio absorbiendo la esencia de otro. Este es el pensamiento que viene a la mente mientras se lee «La señora Osmond». John Banville toma una de las novelas más icónicas de uno de los grandes escritores de la literatura universal, «El retrato de una dama», de Henry James, y sigue a su protagonista en su difícil y doloroso periplo para volver a ser Isabel Archer en busca de la libertad. La novela termina con un final abierto que despierta la intriga: qué pasó después con la señora Osmond. Banville responde a esa pregunta y la sigue a partir de esos momentos finales devolviéndola al lector en su huida después de heredar una colosal fortuna.

Isabel deja Roma y viaja a Londres vía París acompañada por su doncella, Steines, un nuevo y magnífico personaje creado por Banville. Además encontramos a su perverso marido, Gilbert Osmond, epítome de personaje cruel y maquiavélico, que resulta aún más ruin y mezquino de lo que recordamos cuando se descubre en esta segunda parte todo lo que hizo en el pasado. Y además están la mayoría de los personajes de la obra de James: Madame Merle, la condesa Gemini, lord Warburton, su angelical hijastra, Pansy... y aunque ha muerto Ralph Touchet, su bondadoso primo, su recuerdo aparece en la medida necesaria para compensar tanta ruindad como rodea a la protagonista. Tras su estancia en Londres, Isabel vuelve a Italia para arreglar las cosas con su marido, o más bien para que el señor Osmond descubra que su mujer ha cambiado y hasta qué punto le afectan a él esos cambios.

Libre de servidumbres

La forma en que Banville construye la evolución interior de Isabel Archer es un auténtico prodigio literario, como lo es en la novela de James. Sin embargo, este último escribió su novela por entregas para un diario y, como suele suceder en esos casos, hay páginas que entretienen de la trama esencial. Banville está libre de esa servidumbre. Todo en su libro está al servicio de la protagonista, hasta lo más banal tiene sentido para señalar la progresiva construcción de una mujer que, una vez que ha comprendido la magnitud de su error, no deja de crecer interiormente hasta ser capaz de pergeñar una venganza a la altura de sus oponentes.

La forma en que Banville se introduce en la mente de su protagonista para contar sus miedos, sus dudas y cavilaciones y su evolución es sencillamente magistral. La novela avanza ajustando con habilidad cada nuevo paso de la protagonista. Dosifica las sorpresas y maneja la intriga de tal forma que en algunos momentos pensamos que bien hubiera podido firmar la obra como Benjamin Black, el nombre con el que firma sus novelas negras y que utilizó en la secuela de «El largo adiós», de Chandler que tituló «La rubia de ojos negros». Banville ha vuelto a escribir una gran novela, con un tono de época exquisito y unos personajes que transmiten lo mejor y lo peor de los seres humanos. Si un día, por fin, le conceden el Nobel no será una sorpresa.