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Barcelona esconde al padre

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Reconocidos novelistas como Juan Marsé o Eduardo Mendoza han recreado el espacio urbano como un ente ficcional propicio a la evocación nostálgica del pasado, al melodramatismo testimonial, la reivindicación civil, la intriga argumental y los referentes simbólicos. En esta línea narrativa, Sergi Doria (Barcelona, 1960), profesor universitario, periodista cultural y crítico literario, publica «La verdad no termina nunca», una historia que alterna la atmósfera de la Barcelona de los años veinte –que ya había frecuentado en su anterior novela, «No digas que me conoces»– con la de los cincuenta en un vaivén temporal motivado por la pretensión del protagonista, el joven Alberto, de conocer la identidad perdida de su difunto padre. De nada ha servido preguntar a la madre, humilde modista en la opresiva postguerra, instalada en un contundente mutismo.

Entre el característico clima de canciones folclóricas y el vespertino «parte» radiado, y aprovechando su modesto empleo como redactor en una enciclopedia, Alberto se irá documentando sobre aquella década de «años locos» y el bullicioso barrio chino barcelonés, los fastos de la Exposición Universal de 1929 o la modernidad de sofisticados clubes y cabarets. Y avanzará en sus pesquisas hacia la década siguiente, donde encontramos a estafadores internacionales, como Strauss y Perle, promotores de una ruleta trucada que provocará la caída del gobierno Lerroux, y originarán el vocablo «estraperlo» como sinónimo de engaño; al mítico boxeador Paulino Uzcúdun, la intrépida periodista aviadora Elisabet Sauvy «Titayna», el escritor falangista Luys Santa Marina o la legendaria cupletista Raquel Meller. Pero la clave reside en un siniestro personaje, Alphonse Teufel, trasunto de Alphonse Laurencic, el sujeto real que ideara las torturas psicotécnicas de las terribles checas barcelonesas de la Guerra Civil.

Avanzada la novela, la acción cobra un nuevo sesgo con la aparición de Marta de Queralt, delicada muchacha de la alta burguesía que proporcionará al relato un deliberado sentimentalismo irónico. Más allá de variadas peripecias y sorprendentes acontecimientos, este es un relato sobre las ambivalentes identidades personales que pueden anidar en un inquietante pasado, la persistencia del trágico ayer, el influjo del devenir histórico en las circunstancias individuales y la certidumbre de que la verdad, que «no termina nunca», gravita con su fuerza demoledora sobre la impostura del olvido y la manipulación de la memoria. Huidizas miradas, secretos familiares, intrigas políticas y jocosas anécdotas conforman el variopinto y azaroso friso de unas desnortadas vidas.