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Bóers, hasta la última bala

Carlos Roca / Escritor y periodista. Ha publicado un volumen sobre la fascinante historia de este pueblo guerrero, avanzado en lo educativo y, sin embargo, profundamente racista

La dureza de estos «granjeros salvajes» hizo que fueran capaces de resistir durante años a todo un imperio
La dureza de estos «granjeros salvajes» hizo que fueran capaces de resistir durante años a todo un imperiolarazon

Carlos Roca ha publicado un volumen sobre la fascinante historia de este pueblo guerrero, avanzado en lo educativo y, sin embargo, profundamente racista

Si para Winston Churchill «un solo bóer, a caballo, en su propio país vale por cuatro o cinco de nuestros soldados regulares», para Arthur Conan Doyle eran «los contrincantes más formidables que alguna vez se han cruzado en el camino imperial de Gran Bretaña». Resultado de la suma de los holandeses que resistieron cincuenta años ante la España todopoderosa, el linaje de los inflexibles franceses hugonotes y siete generaciones de lucha constante; aderezada –decía el propio Doyle– con tácticas de cazador, tirador y jinete, más las escrituras del Antiguo Testamento. De ahí sale un verdadero bóer. Un ser «despreciable» para las crónicas de la época, que les tachaban de «granjeros –significado de bóer– salvajes». Su dureza fue la que les curtió con una selección natural que resistió durante años a todo un imperio. Genes holandeses, franceses y alemanes citados en una sociedad arcaica que supo hacer del sur de África su casa desde que llegara en el XVII Jean Van Riebeeck. ¿Su haber? Su garra y un sistema educativo del siglo XXI. ¿Su debe? Un racismo insoportable. Todo ello lo aborda el periodista y director regional de Atresmedia Radio Carlos Roca en «Bóers. Auge y caída de la tribu blanca africana».

–¿Por qué el hombre blanco impactó en el sur de África de forma especial?

–Primero, el clima es más benigno y, segundo, es una zona riquísima, de allí salieron las minas de oro más grandes del mundo.

–Siempre importante...

–Claro. Había oro en cantidades abrumadoras y las naciones poderosas pusieron el ojo aquí, motivo por que se originó la Segunda Guerra Bóer.

–Gran Bretaña trató de echarlos, pero no fue fácil.

–Cuando huyen de los británicos comienza lo que ellos llaman la Gran Travesía, un recorrido salpicado por continuas luchas con tribus de nativos africanos. Fueron conquistando a precio de sangre, vivían en constante conflicto. Antes de la guerra contra los europeos tuvieron otras nueve.

–¿Cómo es posible que teniendo una base educativa tan potente se dejaran arrastrar por ese espíritu bélico? En teoría eran una sociedad formada que huye de los conflictos...

–La guerra para ellos era inherente a su forma de vida. Con siete años ya sabían montar a caballo y competían en torneos de tiro con armas de fuego; y a los 16, todo bóer estaba obligado a presentarse al jefe de su distrito y pasar a formar parte del comando.

–Eran avanzados en educación.

–Tenían el mejor sistema a finales del XIX. Hasta la Francia de Napoleón III envió a gente para saber cómo podían tener los bóers un índice de éxito tan apabullante.

–Que era...

–Mientras en España un profesor pasaba hambre, allí uno de escuela rural tenía un sueldo equivalente al de catedrático universitario; el 50% del salario estaba condicionado al resultado, evaluado por otros profesionales y por el propio Estado; y por último, tenían becas... La educación lo era todo.

–Y, además, ayudas.

–Todo lo relacionado con minusvalías físicas o psíquicas corría a cargo del Estado.

–¿Llegaron a desarrollar algún referente intelectual?

–No. Tomaban su conciencia de una lectura fatalista y vetusta de la Biblia, sobre todo, del Antiguo Testamento. Uno puede fascinarse por la sociedad bóer, pero hay que tener en cuenta que era profundamente racista.

–Llevaban muy dentro ese sentimiento bóer de su lema: «La maravilla de ser africano blanco».

–Se consideraban una de las razas más extraordinarias del mundo. Esa gran migración hizo que los débiles murieran en un trayecto que duró años. Hubo una especie de selección natural. Eso provocó un sentimiento de exaltación increíble: se veían como un pueblo escogido por Dios y a Paul Kruger como una especie de Moisés.

–¿Cómo define a los bóers?

–Una raza muy viril, muy segura de sí misma y convencida de luchar hasta la muerte. De otra forma hubiera sido muy difícil mantener esa forma de vida arcaica.

–¿Nunca hubo posibilidad de entendimiento?

–Desde el minuto uno, cuando se descubrió que en sus tierras había diamantes y oro, los británicos planificaron todo para la guerra.

–Que iba a ser un paseo militar...

–Pensaban que cuando vieran la disciplinada infantería que venía del Sudán se iban a atemorizar y se encontraron con gente que había pegado más tiros que cualquiera de sus soldados. Al final, el Imperio británico tuvo que movilizar tropas de Nueva Zelanda, Australia y Cánada para dominar a un puñado de miles de granjeros.

–¿Cómo cambiaron el siglo XX esas dos grandes batallas, Majuba y Spioenkop?

–Para mí son el prólogo de la Gran Guerra; Alemania estuvo a punto de entrar en batalla a favor de las repúblicas bóers del Transvaar. Fue la primera vez que en una guerra hubo pólvora sin humo, fusiles de tiro rápido, donde se contabilizaron más bajas civiles que militares y en la que aparece la palabra genocidio en las primeras crónicas.

–¿Fue tal el genocidio?

–Hay una frase de Churchill que dice: «Lord Kitchener quiso pescar a los bóers y como no pudo hacerlo quiso drenar el mar». Conocían que iban a luchar hasta la última bala y por eso se pusieron en marcha campos de concentración.

–¿Cómo deriva ese espíritu racista en el Apartheid?

–Pierden la guerra, pero ese sentido de identidad y de superioridad se mantiene. En 1910 se forma la Unión Surafricana con más de 1.000 leyes para segregar. Pero en el fondo nace en el corazón del hombre blanco el temor a las razas africanas; eran una minoría muy marcada, por eso era algo que no se podía aguantar en el tiempo.

–¿Qué queda?

–El sentimiento hipernacionalista bóer queda reducido a una parte que es la extrema derecha surafricana, cuyo líder fue asesinado hace dos años. Hoy la mayoría de africanos blancos tiene el mismo sentimiento de nación que cualquier nativo de origen zulú. Por eso pasó a ser el país del arco iris, representando todos esos colores y nacionalidades. Por desgracia, siempre quedarán algunos que ven el pasado como algo mejor. Nunca debemos olvidar que aunque fue un pueblo viril, de conquistadores, fueron profundamente racistas.

40 años enganchado a África

La relación de Carlos Roca con África comenzó a los diez años, cuando su padre le regaló el libro de «Las minas del rey salomón» y vio «Zulú». Desde entonces «Rebusqué por bibliotecas y librerías y no había nadie que no fuera a Inglaterra sin que le pidiera un libro sobre el tema», comenta. Ahora, el resultado de esos cuarenta años de pasión se ve en los siete libros con la trama puesta en el continente negro.

Mujeres de armas tomar

Históricamente la adversión por la guerra ha sido infinitamente mayor en el género femenino que en el masculino, sin embargo, esta norma no se cumple en el mundo bóer. El núcleo familiar formado por madres, abuelas y tías machaban a sus pequeños constantemente recordando que cuando fueran mayores su destino y deber era defender al país y a la familia. Una consigna que, repetida hasta la saciedad, se convertía en un automatismo llegado el momento. De hecho, ellas eran las primeras en increpar a sus hombres cuando estos eran tomados como prisioneros por sus enemigos. Este espíritu llevó a Lord Kitchener a uno de los puntos más negros de la guerra anglo-bóer: la reclusión en campos de concentración de mujeres y niños como única manera para ganar la guerra. Una medida para la que no estaban preparados y por la que se terminó tornando, como era presumible, en un auténtico desastre. Más de 20.000 menores de 16 años perecieron en estos lugares víctimas de múltiples enfermedades y hambruna. Cuando se quiso reaccionar –impulsados por la foto de Emily Hobhouse en la que se mostraba a una niña consumida por el hambre– ya era demasiado tarde.

Precisión de cirujano

La lucha cuerpo a cuerpo no era su estilo. Ya lo pudieron comprobar los miles de británicos que vieron que esas luchas al sur de África que les habían prometido como un paseo no iban a ser tal. El estilo bóer era «pegar unos tiros, montar su caballo y salir corriendo», explica Roca. Aunque a veces no necesitaban ni bajar de la silla para dar en el blanco: «Donde ponían el ojo ponían la bala. La puntería era excelente. Se conocen casos de tiradores que a pleno galope mantenían una precisión de cirujano».