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Boulanger, la música es femenina

Boulanger, la música es femenina
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A lo largo de cinco años, que fueron los últimos de la vida de Nadia Boulanger, Bruno Monsaingeon mantuvo encuentros intermitentes con una mujer que se deterioraba paulatinamente pero que conservaba la lucidez que caracterizó su inteligencia excepcional a lo largo de su vida. Monsaingeon, que además de escritor es director de cine, afirma en una nota previa que la redacción de este libro se asemeja al montaje de una película cuyo guión se hubiera escrito después del rodaje. Él recompone sus conversaciones, algo nada fácil cuando se trata de recoger un pensamiento «hecho de intuiciones pascalianas», y las reorganiza en forma de diálogo que es la más verosímil y eficaz para transmitir la esencia y el carácter de «Mademoiselle». Nadia Boulanger (1887-1979) fue una de las personas más influyentes en la música a lo largo del siglo XX. Nació en París en 1887 en una familia de músicos, su abuela fue una célebre mezzosoprano y su padre era profesor del Conservatorio de Música de París y compositor. Nadia fue compositora, pianista y directora de orquesta (yla primera directora de la Boston Symphony Orchestra y de la New York Symphony Orchestra, de 1940 a 1946) y, ante todo, la mujer que formó a muchos de los grandes compositores del siglo XX. Entre sus alumnos estuvieron Yehudi Menuhin, Leonard Bernstein y Aaron Copland, por citar solo tres nombres de los cientos de músicos a los que formó y que se convirtieron en íntimos amigos que la veneraban, como en el caso de Stravinski. Las ideas sobre la música de Nadia Boulanger están llenas de pasión y sabiduría, y constituyen una teoría musical que puede aplicarse a la vida misma: la atención para mantener viva la capacidad de asombro y captar no solo la superficie de la existencia, sino su profundidad; el deseo que mantiene viva la capacidad de asombro, la pasión y el entusiasmo unidos al conocimiento.

Palpar la libertad

Boulanger hacía que sus alumnos palparan la libertad que infunde conocer los recursos necesarios para poder expresarse, descubrir lo esencial del lenguaje de la música para, así, uniendo pasión y conocimiento, o lo que es lo mismo, un don natural más una técnica draconiana, conseguir la excelencia. Una mujer incansable que ya mayor y enferma continuaba sus clases desde la cama si se trataba de un alumno dotado, alguien que le hiciera olvidar el cansancio y a quien mereciera la pena ayudar a vivir su propia vida. Monsaigeon nos pone en las manos un libro apasionante en el que ha sabido sacar a la luz la esencia de esta mujer excepcional sobre la que Paul Valéry afirmó: «Es la música personificada».