Camino, luego pienso
Si es interesante estudiar lo que la pasividad corporal extrema –por ejemplo, el estatismo de los llamados «encamados», que como Proust u Onetti realizaron gran parte de su obra como escritores yacientes– provoca químicamente en el cerebro y en el proceso creativo, no menos lo es analizar a quien escribe de pie o, como en esta ocasión, a quien se inspira en el caminar para el desarrollo de sus pensamientos. Sigue esa senda el profesor de filosofía francés Frédéric Gros, que nos presenta un estupendo recorrido por aquellos que hicieron de las caminatas un medio de inspiración vital para sus creaciones personales. En una reivindicación individual y ensayística del hecho de andar para mejor pensar, y desde un enfoque histórico-cultural, Gros defiende los beneficios de la lentitud, de los pasos perdidos en la naturaleza o en la ciudad, hilando sus reflexiones con exempla de ilustres paseantes. Empezando por Nietzsche, que dejó las rigideces académicas, para pasear por los montes y las ciudades en un proceso de liberación dionisíaca de su pensamiento que acabó en la locura, y culminando por el paseante urbano por excelencia, el «flâneur» baudeleriano (como lo glosó Benjamin), o con los beatniks de Kerouac, el camino, como defendió el poeta, se convierte en la meta de todo conocimiento. Especial mención merece también Thoreau, representando la comunión total del artista con la naturaleza en su reclusión autárquica parapetado tras los paisajes de Walden Pond. Kant y sus paseos diarios, el misticismo de Gandhi, el romanticismo de Nerval y la huida a otras latitudes de Rimbaud completan el interesante panorama. En fin, he aquí una apología del caminar que conviene tomarse con calma, respirando hondo y tomando impulso en pos de un mejor autoconocimiento.
Sobre el autor
Es profesor en la Universidad Paris-XII y experto en psiquiatría y filosofía
Ideal para...
conocer a los autores que creaban mientras andaban
Puntuación 8