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Casi todos estamos solos

Casi todos estamos solos
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Hay un tipo de literatura que solo aspira a contar buenas historias. Historias, eso sí, que además de buenas sean entretenidas, muy bien construidas, que toquen el corazón del lector y no le exijan demasiado esfuerzo intelectual o una atención plena, pues en ellas no suele haber trucos ni técnicas ni destrezas lingüísticas: solo una historia agradable, bastante plana, por momentos divertida, y que le ha ganado la partida a las historias que suelen aparecer en la Prensa mundial. Ese tipo de literatura es la que predomina en Mark Haddon, autor de una novela que fue todo un éxito («El curioso incidente del perro a medianoche») y que ahora, con «El hundimiento del muelle», se estrena también en la distancia corta. Nueve historias breves (algunas de ellas no tan breves) y atravesadas por un rasgo común: el contraste. Es decir: la oposición entre extremos tan variados que van desde lo público a lo privado, desde lo exótico a lo cotidiano, desde la inocencia a la perversión y, también, desde los amplios y desolados paisajes hasta el registro de detalles mínimos pero importantes. Todo matizado con una sensación de aislamiento que impregna el carácter de los personajes.

Un cuerpo extraño

Así, en estas historias que pueden transcurrir en cualquier parte del ancho mundo, aparecen personajes tan variados como una princesa que se despierta en una isla desierta y que descubre que ha sido allí abandonada por su amante, alguien que se ha quedado encerrado definitivamente en un cuerpo tan enorme como extraño; unos hombres perdidos en el espacio y que esperan las señales de una ayuda que parece no llegar jamás; una tripulación de un barco en las profundidades de la selva amazónica; unos niños que se encuentran con la pistola automática de uno de sus hermanos, una mujer recién divorciada que regresa de Estados Unidos a Inglaterra y se va a vivir con su madre inválida, un ser extravagante que se inmiscuye en la intimidad de una familia en la víspera de Navidad y, especialmente, un muelle que se derrumba estrepitosamente y con trágicas consecuencias.

Algunas sorprendentes, otras divertidas, un par que resultan tediosas, la mayoría de estas historias son entretenidas. No proponen una nueva manera de abordar el relato corto ni se parecen, tampoco, a ninguna de las narraciones clásicas de un género en el que han brillado autores como Chéjov o Carver, porque están destinadas a quienes buscan nada más que un poco de entretenimiento, que suelen hallarse en historias que, bajo una aparente superficialidad, son capaces de mostrar la profundidad del ser humano, la extrañeza de vivir en un mundo cada vez más complejo.