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Comenzar de cero

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En 2014, Lea Vélez (Madrid, 1970) se revelaba, con dos singulares novelas, «La cirujana de Palma» y «El jardín de la memoria», como una narradora caracterizada por un delicado intimismo, prosa realista, una emotiva sentimentalidad y un soterrado humor. Conflictos familiares, desencuentros amorosos, o sorprendentes desenlaces jalonan una escritura sencilla y elaborada a la vez, de minuciosa configuración e innegable rigor. Personajes de perfilada psicología, subtramas bien enlazadas y un conseguido ritmo argumental conforman una novelística que remite al clasicismo de Miguel Delibes o Ana María Matute. Con «Nuestra casa en el árbol» nos adentramos en un nuevo entramado familiar: en época reciente, una joven viuda decide dejar atrás su habitual vida urbana, la convencionalidad escolar de sus tres hijos de corta edad, y no pocos prejuicios pedagógicos para iniciar una nueva etapa en el sur de Inglaterra, en el hostal heredado de su marido. En contacto con una bucólica naturaleza campestre, en un libre replanteamiento vital y asumiendo personalmente la educación de Michael, Richard y María, Ana da un vuelco a su existencia. Proyectará así en sus hijos el paraíso perdido de la infancia, y el encanto de un añorado pasado. En la rememorativa voz adulta de Richard encontramos la clave metafórica de esta conmovedora historia: «Fue el tiempo de sembrar pasiones con largas conversaciones, el tiempo de enamorarnos de símbolos y personas que marcarían nuestras profesiones, pero, sobre todo, fue el tiempo en que mi madre construyó una casa en un árbol para salir del dolor».

Temas como la ausencia del esposo/padre, el paso de la niñez a la adolescencia, el descubrimiento del amor, o el inevitable paso del tiempo conforman una historia de contenido lirismo, aunque nada complaciente, porque también subyacen aquí escondidos episodios familiares y algún que otro fantasma del pasado. Variados referentes culturales recorren estas páginas; películas admiradas, cómics emblemáticos o símbolos de la libre expresión poética, como Bob Dylan o Walt Whitman, construyen la identidad de unos jóvenes educados en un medio natural, y con una estética que recuerda a las ficciones juveniles de Mark Twain. Un rico anecdotario festivo, ágiles diálogos humorísticos, aunque también tensas conversaciones o dolorosos recuerdos trenzan un relato de iniciación a la vida, donde se prioriza la felicidad personal, y el goce de la realidad. Quizá estos tres hermanos hayan decidido vivir en un permanente espejismo, alegre y despreocupado, donde «La desgracia es abrir los ojos a la verdad». Una singular opción, que fluye con buen pulso narrativo en esta excelente novela.