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David Vann: «Sólo puedo pensar que estoy viviendo una tragedia griega»

larazon

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Su primer libro, «A mile down» (2005), contaba la historia verdadera de sus múltiples fracasos y naufragios. Los hechos narrados en «Cocodrilo» (2015) -que sólo ha sido editado en español, por Random House- son la precuela de ese desastre. En su primera aventura como marinero, Vann se encuentra atrapado en Puerto Madero, México, lidiando con narcotraficantes, prostitutas y todo tipo de sujetos sospechosos mientras intenta una y otra vez arreglar su barco y salir de ese lugar terrorífico.
–Después del infierno que vivió en ese puerto, ¿ha regresado allí?
–Volví diez años después. Estaba escribiendo una historia para «Outside magazine» sobre un marinero de California que fue asesinado por piratas en ese mismo lugar. Santiago, mi amigo que aparece en el libro, estaba ahí. Me contó que todas las demás personas de las que escribí murieron en situaciones relacionadas con drogas menos de un año después de que me fui. Además instalaron un puerto de cruceros, pero sigue siendo un centro de narcos, lo cual es un poco extraño. Pero en México la ley puede coexistir con las drogas, porque ambos sistemas funcionan como las mafias, con sobornos.
–Fue un milagro que no muriera usted también.
–Fui estúpido. Subestimé el lugar y, para mí, ésa es la historia: cómo mi arrogancia estadounidense me hizo creer que podría lograr lo que quisiera. No me di cuenta de lo peligroso que era Puerto Madero y lo fuera de lugar que estaba yo allí, no pertenecía. Cuando recuerdo las cosas que hice, me da apuro. Creo que estuve a punto de morir varias veces, pero cuando me fui estaba ileso, sólo perdí mucho tiempo y dinero. Aunque el incidente afectó toda mi vida, me preparó para fracasos posteriores.
–Pero tantos fracasos le dieron material para éste y para su primer libro, «A mile down».
–Sí, de hecho los escribí como un sólo libro. Terminé “Leyenda de un suicidio” (2008) a los 29 y dejé de escribir durante cinco años. Luego me casé y, en mi luna de miel, comencé a escribir de nuevo. Me sentía muy perdido, así que le pregunté a un amigo qué tan largo debía ser el libro. Me contestó que 300, así que escribí 300.000 palabras. Resulta que él se refería a 300 páginas. “Cocodrilo” es la primera parte de esas 900 páginas que escribí y luego recorté a menos de la mitad. Toda la ficción que escribí después ha sido muy distinta, así que eso probablemente desoriente a los lectores que conozcan mis libros más recientes, porque éste se remonta a tiempos anteriores y es un estilo mucho más simple. Además, al ser no ficción la historia no puede ser igual de cohesiva, pero espero que sea entretenida, graciosa y extraña. Los personajes parecen sacados de un circo, tan raros. Hay mucha amenaza y peligro en todo momento, pero también humor.
–En esos otros libros lidia mucho más con el suicidio de su padre, pero en este sigue estando latente.
–Sí, fue central durante el tiempo que estuve trabajando en barcos, porque él tenía un bote de pesca comercial, que era su intento de llevar una vida autodeterminada. No le funcionó y fue una gran decepción para él, así que quizá yo me lancé a ese negocio en busca del fracaso. Quizá no quería que funcionara para ponerme a mí mismo en un lugar semejante al que él ocupó. En ese momento aún tenía la idea de que el suicidio era un legado que me estaba esperando, así que pensé que si fracasaba lo suficiente, si lo perdía todo, pero aún así estaba bien, entonces sabría que no iba a terminar como él. Yo escribo tragedia griega porque creo que así vivimos, actuamos de manera inconsciente y descontrolada, sin saber por qué hacemos las cosas. Mi vida ha sido muy extraña este último año y sólo puedo pensar que estoy viviendo una tragedia griega. Desde luego no sé hacia dónde me dirijo.
–Ha dicho que no escribirá más sobre temas familiares, ¿lo cumplirá?
–Sí, «Goat Mountain» fue el último. Luego escribí tres libros que están por salir: «Bright Air Black», sobre el mito de Medea, «Aquarium», sobre una niña de 12 años, y un tercero que tiene que ver con mi vida, pero se trata de un divorcio (acabo de divorciarme). Aunque, en realidad, ahora estoy trabajando en algo sobre mi padre, así que quizá no es cierto lo que dije. Es la primera vez que escribo sobre él en 20 años. También es verdad que está saliendo muy mal, quizá nunca se publique (risas). Lo veremos...
–Es verdad que este libro es distinto a los más recientes, pero en él la escritura sigue siendo una manera de comprender el pasado, ¿no?
–Sí, estoy haciendo lo mismo. Reescribiendo o repensando el pasado y dándole una segunda oportunidad, como buscando una segunda versión que le dé sentido. Como toda escritura, redime el fracaso y las pérdidas. Porque hubo mucha pérdida en ese episodio. Perdí mucho en muy poco tiempo, fue terrible. En retrospectiva, parece gracioso, pero sólo porque no morí.
–Estuvo a punto de morir, pero lo que más resuena de la historia es su sentimiento de culpa, ¿por qué?
–Me sentía culpable por el papel del dinero en todo el episodio. Pero también porque estaba muy al tanto de que México tiene una economía postcolonial, en la que puedes ser muy inteligente y trabajar mucho sin llegar a ninguna parte. No hay oportunidades y la mano de obra es infravalorada. Así que se trata de una culpa cultural al darme cuenta que México es un país en guerra, con un grave problema de drogas que, al final, van de camino a Estados Unidos. También lo viví recientemente en Asia, en Vietnam y las Filipinas, son países que subdesarrollados porque las grandes potencias quieren que continúen fracasando para utilizarlos como granjas de mano de obra.
–Hablando de la relación de su país con el resto de la región, ¿qué opina de la candidatura de Donald Trump?
–No soy un gran fan, como comprenderá. En los útlimos cuatro años sólo estuve un mes en Estados Unidos, para una gira promocional. Aún voto, en Florida. Pero en cada ciclo de elecciones me impresiona el bajo nivel de los debates, lo tontos que pueden llegar a ser. Cuando pienso en las grandes universidades que tenemos, toda la población educada, la innovación técnica y de negocios, el arte, la literatura, el cine, piensas queno puede ser posible que este país sea tan tonto. Pero en las elecciones presidenciales ves el peor lado de Estados Unidos. Somos una nación de tontos que votarían por alguien como Trump. Yo traté de luchar contra el movimiento pro-armas y escribí un libro sobre un tiroteo en una universidad y me llamaron «diablo» y «antiestadounidense» y me dijeron que me fuera. Pero con este libro creo que me planté cara a cara con el hecho de que soy estadounidense, aunque no me guste Estados Unidos.
–Hablando de armas, su padre se suicidó con una pistola ydespués su madre le regaló todas sus armas. Pasado el tiempo usted termina luchando contra ellas, ¿cómo fue ese proceso?
–No fue la mejor idea, la verdad (risas). Aprendí a cazar desde muy pequeño, maté mi primer venado cuando tenía 11 años y me comí el corazón y el hígado. Después de que mi padre murió tenía todo un armamento y solía disparar a los faros de las calles desde la distancia. Estaba disparando cartuchos mágnum de calibre 300 en un barrio suburbano de California y eso ni siquiera salió en las noticias ni causó alarma social porque sucede todo el tiempo.
Cuando cumplí los 16 dejé a todos mis amigos y luego hice nuevos, que eran parte del club de teatro al que me uní. Así que fueron las artes las que me llevaron en otra dirección. Nunca tomé una decisión de luchar contra las políticas pro-armas, pero se convirtió implícito en mi escritura.