El asesino sube por la escalera
Cuando Lemaitre (París, 1951) ganó el Premio Goncourt con su fascinante novela sobre la Primera Guerra Mundial y sus efectos colaterales, «Nos vemos allá arriba», era ya un reconocido escritor de novela policiaca y su primer título, «Irène», escrito en 2006, recibió los más encendidos elogios de crítica y público. Todos ellos bien merecidos, porque si hay en estos momentos un escritor en plena forma de quien se pueda leer un nuevo libro con la absoluta certeza de que no te va defraudar y te va a conducir atrapado y satisfecho hasta la última página, ése es, sin duda, Pierre Lemaitre.
En esta novela se estrena su detective fetiche, el comandante Camille Verhoeven, y lo hace mirando desde abajo, porque apenas mide un metro cuarenta y cinco, él está acostumbrado al desconcierto inicial que produce su aspecto. Camille es impulsivo, tenaz, culto, está enamorado de su esposa, Irène, y espera su primer hijo. En este dulce momento de su vida personal aparece una mujer salvajemente asesinada, troceada, y cuyo pelo ha sido cuidadosamente lavado, una mujer a la que sólo le han dejado visible un rastro de humanidad: el miedo. El crimen recuerda a otro, pero antes de averiguar a cuál se producen cuatro más, cinco que tienen algo en común: todos recrean minuciosamente otros tantos asesinatos cometidos en las páginas de famosas novelas policiacas, la primera en aparecer es todo un clásico del género, «La dalia negra», de James Ellroy. Rápidamente los periodistas empiezan a perseguir a Camille; no solo su sagacidad, también su aspecto le han convertido en un detective mediático, y la prensa bautiza al asesino: el Novelista.
Buscando pistas
El juego está servido, es preciso repasar numerosas obras policiacas, más de cien, para identificar los crímenes y buscar pistas. No falta el tributo a Dostoievsky, el creador de la novela policiaca moderna que llevó la lupa al alma del asesino, aunque hace tiempo que es dudoso que el tormento y la culpa aniden en el alma de los criminales.
Camille pide ayuda a sus agentes, a un profesor especialista en el género, a un librero de ocasión, y empiezan a llegar, además, cartas del asesino. La partida no puede estar más emocionante, el lector ya ha entrado de lleno en el juego y se encuentra haciendo cábalas y deducciones, repasando las novelas citadas, sufriendo porque Camille no puede pasar más tiempo con Irène, que va a dar a luz. Lemaitre lo ha conseguido, si lo sabrá él, no hay quien se despegue del sillón porque el lector teme convertirse en un personaje de ficción y quizá después de contestar el dichoso teléfono compruebe demasiado tarde que el asesino está subiendo la escalera. Y aún se puede jugar más: en el curso de las páginas aparecen citas, más o menos textuales, de grandes autores que van de Althusser a Shakespeare. Se puede intentar identificarlas. No hay duda: este libro es un homenaje a la literatura y Lemaitre es un genio.