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El cuento chino del Nobel

larazon

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Mo Yan recibió esta semana el Nobel. Para la Academia, su obra es una revisión mordaz de cinco décadas de propaganda, mientras que para otros se trata de una adhesión tan silente. El escritor pertenece a esa categoría de autores que usan palabras nuevas y elocuentes para describir situaciones cotidianas. Es innegable que sabe construir universos satíricos y líricos para describir la China contemporánea con unos personajes a caballo entre la ingenuidad, la ironía y la lentitud oriental. Los hay que saben ver en su estilo la vertiente «mágica» de sus referentes literarios –García Márquez, Faulkner o Calvino–, pero quien esto escribe no sabe vislumbrarlo por ninguna parte. Sí se percibe la innegable herencia filokafkiana y progogoliana... ¿Por qué? Por su ingenuidad, ironía y morosidad. Por sus contradicciones y el surrealismo endémico de la cotidianidad que narra. Pero no incurre en territorios absurdos sino más bien grotescos, empujado por un sentido del humor más imaginativo que su fantasía. Duro. Sin concesiones. Preñado de imaginería y simbolismo.... No obstante, hay más de un «pero»: su párrafo no es de seda ni subyuga. Y el lector continúa «in albis» respecto de aquello que desea dilucidar: ¿qué ocurre con su país? ¿qué lugar ocupa en el panorama internacional? Un autor que merece grandes críticas pero dudo que un Nobel.

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