Literatura

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El don de la ebriedad lírica

El don de la ebriedad lírica
El don de la ebriedad líricalarazon

Las diversas tendencias de la poesía española actual forman un heterogéneo mosaico en el que sobresale el prosaísmo lírico, la apología de la cotidianidad, el acuciante devenir del tiempo, el desarraigo sentimental, una punzante sensibilidad y un contenido malditismo. En esta línea se sitúa buena parte de la poética del también novelista, ensayista y cronista cultural Toni Montesinos (Barcelona, 1972), quien reedita «Labor de melancoholismo», un poemario –PremioCiudad de Alcalá de Henares, 2000– de escasa distribución en su día y que ahora cobra una renovada vigencia. El libro se gesta a partir de una curiosa circunstancia: una tarde de noviembre de 1993 el autor asiste, en el aula magna de la Universidad de Barcelona, a la presentación de un poemario de José María Fonollosa (1922-1991), «Ciudad del hombre: Barcelona», unos versos aquí marcados por el lírico deambular urbano, el contrariado desamor, el escepticismo expresivo y la intensa distancia irónica. El impacto en Montesinos de estos referentes será enorme, generando una voz que dialoga con el admirado, descubierto poeta, en una fecunda simbiosis de cercano coloquialismo, desinhibida emotividad, esperanzada tristeza y marginales expectativas.

Sereno y melancólico

En una cuidadosísima edición, que incluye unas esclarecedoras palabras preliminares del autor y un eficaz epílogo de José Ángel Cilleruelo, retorna oportunamente este volumen, con poemas que van desde la dipsomanía existencial de «Ebriedad» al intimismo erótico de «Confidencia», pasando por el acusado recuento vital de «Tiempo perdido» –«Me propuse relatarle mi vida: /experiencias algo tristes y turbias»–; la habitualidad familiar de «Todo gris» –«Como hacía mi padre, yo también/veo caer la lluvia en la ventana»; el desazonante sentimentalismo irónico de «Malestar general» –«Yo no sé lo que me pasa. Tan pronto/estoy sereno como melancólico./Creo que necesito una mujer–», o los atormentados recuerdos de «Patetismo a solas», con César Vallejo al fondo. Este ejercicio de «melancoholía», mezcla de figurada ebriedad y metafórica tristeza –«Bebo para no haber de soportarme»–, desarrolla un narrativismo de jocosa expresividad –«Ser tan guapo es una gran desventaja»–, impostadas identidades –«Yo sé disimular perfectamente», inquietantes perspectivas –«Qué haré con la vida cuando se rompa»–, y felices constataciones –«Esta mañana me han dicho: ''Te quiero''»–. Coloquialidad de soterrada elaboración, calmada evidencia de la temporalidad y acertado tono irónico componen este excelente poemario.