El guardián del tiempo
Ignacio Gómez de Liaño publica sus diarios personales de entre 1972 y 1977
MADRID- Los diarios son el germen del espíritu creativo y una paradoja existencial: a veces eternizan emociones fugaces y pasiones de rápida combustión. Pero también son la memoria abrupta y conservan, con reveladora pureza, la esencia de un instante, ese trozo de «yo» sepultado –con mayor o menor premeditación– en los sótanos del tiempo. Cualidades, todas ellas, que le confieren cierta mística: el trozo de vida que reflejan parece emerger, como el genio de la lámpara, sólo con volver a abrirlos. Algo similar le ocurrió a Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) cuando se enfrentó a la relectura de sus diarios: «Me impresionó mucho a nivel emocional ver el que fui entonces día a día», confiesa. Y ahora, por esa naturalidad con la que la condición humana nos llena de lugares comunes, el autor los abre al gran público con la intención de que puedan ser extensibles a cualquier persona y, de paso, con el deseo de que el lector pueda descubrir el retrato de una generación, de «una época vista desde abajo, sin grandes teorías, pero con frescura e inmediatez», comenta. Así, «En la red del tiempo 1972 1977» (Siruela) devuelve a la actualidad aquellos nombres (entre los que, para deleite morboso del lector, figuran algunos muy populares a los que el Gómez de Liaño de los años 70 –y a veces también el actual– lanza algún dardo envenenado), momentos y situaciones tal y como fueron. «El diario es una memoria inmediata de lo inmediato», matiza el autor. Por eso defiende la pureza del género frente al fraude que representan otros de corte biográfico. «El diario es el que mejor manifiesta hasta qué punto las memorias están llenas de fabulación. Cuando uno escribe sobre algo ocurrido hace más de veinte años, se produce una invención utilizando como pretexto la memoria», asegura.
Un periodo traumático
Género de tránsitos –entre la frustración y el anhelo, entre el ser que fuimos y el que somos–, el diario de un escritor comparte con el de cualquier adolescente –ávido de rincones secretos en los que vomitar ese runrún de sentimientos precipitados por la revolución hormonal– esa apariencia de boceto del ser, que comienza a definirse, y una clara «desvelación de la intimidad del autor», añade Gómez de Liaño. «En la red del tiempo» recoge el inicio de sus diarios en 1972, un periodo «traumático», en el que fue cesado como profesor en la Escuela de Arquitectura de Madrid y busca refugio en las letras: «Me permitía objetivar esas experiencias al transmitirlas al papel. Era una manera de meditación sobre la propia vida y de terapia». Pero acabó siendo el registro vivaz de un periodo determinante en la Historia de España. Una época de cambio marcada por la efervescente vida social y cultural y en la que «se concedía más importancia a valores como el arte, la literatura y la filosofía. Ahora predominan valores de tipo suntuario e incluso las artes se han convertido en una sección del mundo de consumo», lamenta al tiempo que invita a las nuevas generaciones a realizar un ejercicio de contraste: «Se pueden dar cuenta de que sus formas de vida son más acomodaticias, más cerradas y menos rebeldes e inventivas», añade Gómez de Liaño.