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El pop, esa máquina trituradora

larazon

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En 1955, Elvis acababa de entrar a grabar su primer disco. Era un perfecto desconocido. La historia del pop estaba a punto de dar comienzo según la titánica narración que Bob Stanley ha trazado de la música popular tal y como la entendemos hoy, indisolublemente ligada al capitalismo. Sin embargo, el primer hit de este cuento no será de Elvis, sino «Rock Around The Clock», de Bill Haley, un tema explosivo, provocador, excitante y masivo (fue «número uno» en EE UU y Reino Unido), que sentaba las condiciones que después deberían cumplir quienes quieran ser los Beatles, Michael Jackson o Lady Gaga. En el libro que aparece ahora traducido en España, «Yeah!, yeah! yeah!», Bob Stanley nos enseña con la narración de los hechos, sin ofrecer un apéndice de conclusiones, de qué demonios hablamos cuando decimos pop: una fábrica de dioses y de ángeles caídos, una máquina de moda con sintonía pegadiza. Una espiral diabólica de arte infeccioso, una cadena de montaje de palabras recién nacidas, una ilusión infinita de eterna juventud. Un placebo, sí pero tan verdadero...
En la contraportada de este libro, aclamado en todas sus ediciones anteriores a la española, Stanley afirma que no trata de ser una enciclopedia, y sin embargo lo es. Redactado en un estilo aséptico, el autor aborda con pulso científico un tratado del gusto popular a partir del momento en que es cuantificable y, por lo tanto, un negocio. Es obvio que antes de 1955 había grandes artistas y riquísimas tradiciones musicales, pero el eje del relato es esa tensión entre el mercado y el «underground», de donde casi todo en esta historia emana. Casi ochocientas páginas para contarla, desde los orígenes del pop (que debe entenderse en este caso como cualquier género que entra en las listas, ya sea glam o hip-hop) hasta que sus cimientos saltaron por los aires con el siglo XXI.
Managers manipuladores
El autor nos conducirá a través de los pasillos de las compañías y los estudios de grabación, nos invita a la aparición del single, el LP y el CD, nos hace partícipes del primer sitar, el clavicordio o el melotron, y nos presenta a los actores secundarios y los mánagers más manipuladores. Pero nunca se encariña con nada ni con nadie. Stanley no mira atrás cuando la máquina del «show bussiness» pica otro cadáver. Con la excepción de Brian Wilson (The Beach Boys), al que sí dedica un par de párrafos cariñosos, todos los artistas pasan por la contabilidad flemática del autor, que dice, por ejemplo, de los Rolling Stones, que «fueron indirectos responsables de algunos de los peores males del pop moderno: en los últimos 40 años, centenares de bandas han adoptado el pasotismo displicente de los Stones como pretexto para justificar su apatía, tedio o puerilidad, en lo que ha constituido un abuso sistemático del término rock and roll». Y es que para Stanley, el rock fue importante porque «salvó cuatro brechas: la que separaba a los negros de los blancos, a los jóvenes de sus mayores, a EE UU de Reino Unido, y a lo artístico y lo comercial. En los primeros 60 ya empezaba a quedar claro que el pop no era algo previsible y estúpido, sino que estaba generando algo que el arte no llegaba a comprender. Figuras como Roy Orbison y productores como Phil Spector estaban en otro plano diferente que los sacacuartos para quinceañeras».
Con el mismo pulso certero que despacha semblanzas de Fats Domino, Nirvana o Frankie Knuckles en tres líneas, dice de Dylan que «su obra es como una biblioteca de pasillos estrechos y sinuosos, y profundas estanterías de roble que atraen a quien se asoma: uno se pone a hojear volúmenes y puede que no quiera salir jamás». En la historia hay momentos de éxtasis y de ruina total, y el lector siempre espera un detalle más, una explicación, un porqué, pero invariablemente se queda con la miel en los labios. Stanley no toma ningún desvío, deja intuiciones para que quien quiera tire del hilo. El esfuerzo es titánico y el autor sale airoso. Ya sea como libro de consulta o alimento para ya iniciados, estamos ante una gran obra, una crónica de la parte más apasionante de nuestro tiempo. Quizá lo que mejor la resuma sea una cita de Leonard Bernstein que abre un capítulo: «Esta música puede ser ordinaria y esclava de la moda. La mayoría es pura bazofia, pero el 5 por ciento que se salva es tan apasionante, tan vital y tan importante que merece la atención de toda persona inteligente».