El rastro de sangre de los Thyssen
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La derrota nazi parecía ya muy cercana a finales de marzo de 1945, pero para los más fanáticos todavía quedaba tiempo para demostrar todo su odio, la verdadera cara de una máquina de matar. Eso es lo que constataron quienes acudieron a una sangrienta fiesta la noche del 24 al 25 de marzo de 1945. Se celebró en el castillo con apellido bastante bien conocido para la cultura española, Thyssen. Ella era Margit Batthyány-Thyssen y estaba casada con un conde húngaro de nombre Ivan Batthyány. La pareja, junto con un puñado de jefes locales del partido de Hitler, organizó una fiesta nocturna que tuvo su punto culminante con el asesinato de 180 judíos.
Un día esa historia le estalló a Sacha Batthyany, un periodista alemán que escribe sobre ese suceso en «La matanza de Rechnitz. Historia de mi familia», un magnífico libro-documental que acaba de publicar Seix Barral, con excelente traducción de Fernando Aramburu. Para Batthyany aquellos hechos eran especialmente dolorosos porque los protagonizaba Margit Batthyány-Thyssen, su tía, la que fue hermana mayor del barón Hans Hein-rich Thyssen-Bornemisza, el coleccionista de arte. Sacha decidió preguntarle a su padre si era verdad todo aquello y le respondió de una manera sorprendente: «Eso no tiene sentido. Hubo un crimen. Ahora bien, juzgo improbable que Margit tuviera nada que ver con ello. Era un monstruo, aunque incapaz de hacer una cosa semejante». «¿Por qué dices que Margit era un monstruo?», preguntó el sorprendido autor de «La matanza de Rechnitz. Historia de mi familia» a su padre.
Con ese punto de partida, el periodista comenzó una investigación que le obligó a revisar la historia más oscura de su familia, de los Thyssen y su muy peculiar relación con el nazismo. No se puede olvidar que en 1941 Fritz Thyssen publicó un muy controvertido libro de memorias, escrito con el periodista Emery Reves con el elocuente y directo título de título de «Yo pagué a Hitler».
¿Qué ocurrió realmente aquella nefasta noche de 1945? ¿Era cierto lo que se contaba o se trataba de una leyenda sobre una de las atrocidades del nazismo? En la noche previa al Domingo de Ramos se reunieron un grupo de oficiales nazis en el castillo de Rechnitz, en Austria casi lindando la frontera con Hungría. Allí se dio cita lo más granado del mal local, desde miembros de las SS o la Gestapo, pasando por los jefes locales del partido y las Juventudes Hitlerianas. Todas las caras que personificaban el mal pudieron disfrutar de una velada decadente a base de lujos, champán y ricos manjares. Los anfitriones, el matrimonio Batthyány-Thyssen, no ahorraron gastos para agasajar a quienes suponían importantes invitados. Hubo desde las nueve de la noche buena comida, buena bebida e, incluso, baile. Pero aquello no sería suficiente. Faltaba la guinda del pastel, el toque macabro que demostraba el material del que estaban hecho todos aquellos miserables. Los condes quisieron ofrecer un divertimento hacia la medianoche. Éste tuvo lugar muy cerca del castillo, en Kreuzstadel hasta donde llegaron varios camiones que llevaban como carga a casi 200 judíos, hombres, mujeres y niños que habían sobrevivido en el pueblo.
Buena puntería
Unos quince de los más importantes invitados del castillo fueron animados a participar en lo que fue un asesinato en masa. «¡Vamos, matemos a algunos judíos!». Y eso hicieron borrachos por el alcohol, pero sedientos de sangre. Se dice que al conde le encantaba encerrar a judíos en los lúgubres calabozos de la fortaleza para después asesinarlos personalmente, algo que le causaba un considerable placer a su esposa, la señora Thyssen. Al menos eso es lo que pudo constatar el periodista David R. Lichtfield en su libro «La historia secreta de los Thyssen», escrito con la colaboración de Caroline Schmitz y publicado hace unos años en nuestro país por Temas de Hoy.
La esposa del conde era la tía Margit y , en palabras de su sobrino Sacha Batthyany, quien iba a comer con ella en los restaurantes de Zúrich cuando era una anciana, «era la Thyssen multimillonaria y alemana; él, el conde húngaro venido a menos. Una mujer alta, con un torso robusto sobre piernas delgadas. En mi recuerdo lleva siempre un vestido abotonado hasta el cuello y fulares de seda con dibujos de caballos. (...) Yo me siento lo más lejos posible de ella. Tía Margit odiaba a los niños».
El periodista y escritor reconoce en el libro que una vez muerta, «raras veces hablábamos de ella y mis recuerdos relativos a los almuerzos en el restaurante se difuminaron hasta el día en que, leyendo el periódico, tuve noticia de aquella localidad austriaca llamada Rechnitz. De una fiesta. De una matanza. De ciento ochenta judíos que, antes de ser asesinados, tuvieron que desnudarse para que sus cadáveres se descompusieran con mayor rapidez. ¿Y tía Margit? Estaba envuelta en el asunto».
Todo eso queda contado con dolor en un libro que debería ser de lectura obligatoria para entender el mal y sus consecuencias.