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El sueño de una noche de verano

larazon

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No es frecuente que un escritor detalle los procesos de creación de la propia obra. Esta es la tarea que emprende Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) en «El sueño de San Luis», un ensayo que penetra en las claves de su narrativa, mostrándonos los entresijos de una novelística fundamentada, en buena parte, en íntimas percepciones personales y recuperadas vivencias colectivas. Esta indagación metodológica parte del sueño que tiene el autor el 21 de junio del pasado año, el día de San Luis del título y fecha de significativo simbolismo por el solsticio de verano; en esta figuración onírica se contempla a él mismo ante un ruinoso edificio por rehabilitar, al tiempo que encuentra una carpeta con notas y manuscritos de sus libros.
La madre muerta
Con este ensoñado pretexto se aborda la interpretación de sus más significativas novelas, desde «Las afueras» a la reciente «Odio atento a los pájaros», pasando por la tetralogía «Antagonía», ahora desde la triple consideración del impulso creativo, el entorno familiar y, sobre todo, la presencia del subconsciente, que adquirirá aquí un singular protagonismo. Se comprende mejor así la importancia en esta narrativa de la muerte en general y, muy en particular, la de la madre del novelista, en un bombardeo en la Barcelona de la Guerra Civil; la mítica ascendencia familiar del abuelo Agustín, su ingenio cubano y las fabulescas historias de hijos naturales y ocasionales amantes; la libertad sexual de los años sesenta en el marco de una característica progresía burguesa; la tendencia autodestructiva de muchos de los personajes del imaginario goytisolano; o la trascendencia autobiográfico-literaria de la cárcel, en su caso por cuestiones políticas, que asemeja en este sentido a las vivencias de Cervantes, Lope de Vega o Fray Luis de León. En el orden de las influencias rinde admiración a Faulkner por su dominio de la frase extensa o a Proust y su magistral planificación de «En busca del tiempo perdido»; sin olvidar a Hemingway y Joyce. Una curiosísima «Addenda» –«Pequeño diccionario personal de narrativa», de ocurrente subjetividad definitoria– y un «Post scriptum» que conviene no desvelar, completan –vida y literatura– este excelente ensayo.