En todo su valor literario
«El Señor de los Anillos» ha hecho de J.R.R. Tolkien un escritor archiconocido en todo el mundo. Es comprensible: Tolkien no fue sólo uno de los primeros en trabajar conforme a las rudimentarias convenciones de la literatura fantástica, un género entonces casi inexistente, sino que también fue capaz de producir el paradigma de dicho género. Con toda probabilidad, Tolkien será recordado por haber elaborado, a partir de un material tosco y considerado no apto para el arte, una obra clásica de la literatura universal.
Tolkien fue autor asimismo de un texto especializado y virtualmente desconocido para el público general, pero que produjo en sus lectores un impacto equiparable al que «El Señor de los Anillos» generó en los suyos. Se trata del ensayo «Beowulf: The Monsters and the Critics», basado en una conferencia que Tolkien pronunció en 1936. Beowulf había sido tradicionalmente percibido como un poema burdo y primitivo; una obra cuyo valor residía sólo en lo que la misma pudiera revelar sobre la cultura y la lengua de los anglosajones. Tolkien imprimió un giro copernicano al estado de la cuestión, demostrando que Beowulf era el producto sofisticado de una mente genial.
La publicación de una traducción de Beowulf realizada por Tolkien es a priori una buena noticia para los amantes del poema anglosajón, pues es de esperar que el único lector que tuvo la inteligencia y la sensibilidad necesarias para apreciar su valor literario haya producido una traducción que habría contentado al poeta mismo. Hay que tener en cuenta, no obstante, que Tolkien terminó la traducción en 1926, cuando tenía 34 años. Procede preguntarse, por tanto, si el entendimiento que Tolkien tenía de Beowulf en 1926 era tan profundo como cuando impartió su conferencia diez años más tarde. La respuesta es negativa.
Según Tolkien, el fundamento sobre el que el poeta construyó su obra es el doble nivel de conocimiento. Por un lado, tenemos a un narrador cristiano que relata en retrospectiva las hazañas de Beowulf y que conoce la naturaleza demoníaca de los monstruos a los que el héroe se enfrenta. Por otro, tenemos a los personajes de la historia, paganos que ven a dichos monstruos únicamente como misteriosas criaturas hostiles. He ahí la principal fuente de tensión dramática: al enfrentarse a las mismas, Beowulf lucha contra el demonio sin ni siquiera saberlo. Esta característica esencial del poema, de la que Tolkien era consciente en 1936, parece haber sido ignorada por él en 1926, a juzgar por algunas de sus opciones de traducción. Por ejemplo, el término «scuccum» (pronunciado «shúkkum»), que es utilizado por Hrothgar para referirse a Grendel y su madre, es traducido por Tolkien como «demons». Esta traducción es errónea, pues tal y como el propio Tolkien demostró posteriormente, Hrothgar desconoce el origen diabólico de los monstruos. Ésta y otras interpretaciones de un Tolkien aún inmaduro impiden al lector de su traducción apreciar lo que, según el propio Tolkien, es el principio fundamental del poema: la diferencia cognitiva que separa al narrador de los personajes. Podemos concluir que, probablemente, Tolkien habría desaprobado que su traducción de juventud viera la luz.
*Investigador en Harvard University / Universidad de Granada
rjpascual@ugr.es