Literatura

Kenia

Enfermos y malditos

Enfermos y malditos
Enfermos y malditoslarazon

¿Por qué vivir en un lugar en el que los fetos y las cervezas comparten espacio en la nevera? «Por estar vivo», nos dice su autora, una mujer que llegó a tener agujetas en los ojos de llevarlos tan abiertos para dejarse asombrar. Una corresponsal, una escritora –y una poeta, si se me permite– que lleva un lustro viviendo en Kenia, trabajando en proyectos sobre salud mental y mutilación genital femenina. De su experiencia nace este libro sobre la vida en un psiquiátrico en Makuyu, un lugar que existe para que todos lo olvidemos tras rezar su nombre, como se nos dice en el prólogo. Una tierra prometida que puede sonar a bucólica, pero que «es un pueblo de putas y drogadictos. Hay un pequeño lago lleno de vómitos y orines donde flotan condones y sobreviven milagrosamente algunos anfibios».

A pesar de todo, María nunca ha estado tan viva como allí. Por ello, lo más importante es la mirada limpia e incontaminada, capaz de narrarnos con exquisita sencillez cómo la mayoría de los pacientes habitan en el lugar común de «lo mágico» y, bajo tales condiciones, el extranjero sólo puede callar y aprender. En tierras keniatas, donde las enfermedades mentales aún son un estigma porque se consideran un castigo divino, la autora ha conocido a enfermos acusados de estar malditos, otros que han sido repudiados por sus aldeas, escondidos en minúsculos habitáculos o se les ha intentado quemar vivos. No obstante, la lección de humildad de María es abrumadora: tiene claro que no debe arrasar con su «verdad occidental», que no está allí para imponer nada porque su tarea es la de dignificar al paciente. Sin autocomplacencia, sin paternalismo, amando y odiando aquel lugar hasta convertirse en la «herida en las rodillas de aquella tierra».

Que un drama pueda ser vertido delicadamente, que la furia y el horror puedan acercarse entre sesgos de belleza, de luz de mediodía, nos remite al Kubrick de «Barry Lyndon» o a aquel comentario sarcástico, del viejo conde transilvano en el filme de Coppola, cuando ponderaba la hermosa música que hacían las criaturas de la noche.