Cultura

Crítica de libros

Entre silencios, la lluvia no amaina

Entre silencios, la lluvia no amaina
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En 1990 un desconocido Luis Landero obtenía el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa con «Juegos de la edad tardía», una sorprendente novela laberíntica aunque de fluido desarrollo argumental. «Caballeros de fortuna» (1994), «El guitarrista» (2002) y «La vida negociable» (2017) son obras que irán forjando una sólida escritura marcada por la introspección psicológica de personajes, un anecdotario paródico, cierto emotivo lirismo y una desenvuelta expresividad coloquial. «Lluvia fina» incide en estos referentes, ahondando en conflictos familiares e intensas colisiones sentimentales. En época actual, aunque con un pasado que siempre regresa al problemático presente, Gabriel propone a sus hermanas, Andrea y Sonia, superando el distanciado trato que se dispensan, celebrar juntos el ochenta cumpleaños de su madre. Esta idea desatará un vendaval de recelos, recriminaciones y secretos que le son confiados a Aurora, cuñada de ambas y ecuánime paño de lágrimas de la familia. La clave del relato está en la soberbia construcción de personajes: Gabriel, abstraído y bienintencionado; Andrea, eternamente contrariada por sus sueños abortados; Sonia, dependienta en el comercio familiar, lejos de sus aspiraciones estudiantiles; Aurora, equilibrada, tolerante y conciliadora; y la madre, autoritaria en su asumida viudedad, obsesionada con el dinero, de distante trato personal y desigual afectividad hacia los hijos. Sin olvidar a Horacio, de seductora inmadurez, ex marido de Sonia, y Roberto, actual pareja de esta.

Contradicciones y culpabilidad

La interacción entre estos protagonistas, voces cruzadas en un torrencial diálogo intimista, generará un sinfín de aplazados reproches, desveladas incógnitas y desatadas confidencias. Mediada la novela, un oscuro secreto revelado enfrenta a todos ellos a sus contradicciones y culpabilidades. El desconocimiento mutuo y la soledad marcan unas desnortadas vidas: «Al cabo del tiempo, Aurora no sabe qué pensar de Gabriel. Nunca en realidad lo conoció bien, ni se preocupó de conocerlo. ¿Para qué? Se conocieron, se gustaron, pasaron juntos muchas tardes en los parques y en los cafés, y un día entrelazaron las manos y se quedaron extáticos, mirándose físicamente a los ojos, y en un instante decidieron hacer juntos el camino de la vida... Eso fue todo». (Pág. 99)

Los recuerdos del pasado mutan en la ambigüedad de cada una, conformando un poliédrico «rashomon» que dota al relato de una dinámica fluidez. El acertado título de la novela remite al gradual chispeo de oscuros rencores acumulados en años de espesos silencios. Una siniestra anecdótica, como el episodio del gato de una adolescente Andrea, presuntamente eliminado por la madre, jalona esta historia de enfrentamientos y alguna traición sentimental. El diálogo, convierte esta novela en una apasionante ficción de hondo calado emotivo, adentrando al lector en la entraña de unas desoladoras desavenencias familiares. Acaso el auténtico tema de esta excelente novela sea la soledad inherente a la propia condición humana.