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Entre Thatcher y la heroína

larazon

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Renton y sus amigos han vuelto, sólo que ahora son un pelín más jóvenes. En «Skagboys», Irvine Welsh coloca a los chicos de «Trainspotting» (novela de culto con la que su autor debutó en 1993) en Edimburgo a comienzos de los años ochenta, poco antes de que el grupo formado por Renton, Spud Murphy, Sick Boy, Begbie y algunos personajes sucumban ante una época marcada por dos cosas: por la política económica de Margaret Thatcher y por el consumo de heroína, ese polvo blanco que, en la jerga callejera, se conoce como «skag».
Precuela de la novela que marcó a toda una generación (especialmente después de haber sido llevada a la gran pantalla), Welsh relata ahora cómo fueron los pasos previos de aquellos «skagboys» antes de lanzarse a una carrera alocada y sin rumbo. Así, a través de un lenguaje intenso y un ritmo por momentos endiablado, el creador de «Porno» muestra a un Renton hinchado de orgullo porque se ha convertido en el primer integrante de su familia que va a la universidad y porque tiene una novia con la que sueña un futuro sin sombras. También muestra a Spud, que es un esmerado empleado en una empresa de mudanzas; a Sick Boy, que crece rodeado de mujeres que lo malcrían; y a Begbie, a punto siempre de convertirse en un delirante.
Sin embargo, tras la llegada de «la Dama de Hierro» al gobierno y las primeras huelgas mineras, el mundo que estos jóvenes han empezado a construir empieza a desmoronarse lentamente junto con el porvenir que han imaginado, cercados por la falta de estímulos y de entusiasmos que les lleva a vivir en un presente continuo en el que ya no hay futuro. Sólo una fuga intensa, hecha de palabras y de intensa poesía con la que estos «skagboys» le abren las puertas al abismo.