Ese conversador nato llamado Steiner
Hubo una vez una Europa, a principios del siglo XX, en la que campaba un elevado sentido de la tolerancia convivencial, una refinada idea de la alta cultura humanista, la suprema importancia de la libertad individual, la contundente oposición a toda utópica tiranía, una distinguida elegancia ética, la exquisitez del universo sentimental, el culto a la inteligencia, la pasión por un espacio conversacional de tertulias y cafés, y una reverencial entrega al arte y la literatura.
Emil Ludwig, el conde Harry Kessler, Giovanni Papini, José Ortega y Gasset, André Maurois y, sobre todo, Stefan Zweig, formaron una generación irrepetible, una aristocracia del espíritu cuyas huellas aún pueden rastrearse en los actuales libros de Mauricio Wiesenthal o en la obra y personalidad intelectual del ensayista, crítico literario y teórico de la cultura George Steiner (París, 1929). Con el título de «Un largo sábado» se recogen las conversaciones que éste mantuvo con la periodista francesa Laure Adler entre 2002 y 2014, en lo que supone el complemento perfecto a «Errata», las sugestivas memorias del lúcido autor de trascendentales ensayos como «La idea de Europa», «El silencio de los libros» o «La poesía del pensamiento».
Lenguaje y erotismo
Con socarrona sinceridad y franca desinhibición Steiner desgrana su fundamental ideario: la defensa del europeísmo ilustrado; los elogiables valores de la tradición judía, aunque el sionismo sea rechazable; la riqueza del multilingüismo intelectual; su interés por Kafka y Heidegger o la Biblia; la relación entre lenguaje y erotismo, incluyendo alusiones personales a más de una amante; su animadversión hacia Hannah Arendt y Simone Weil, de ambiguos planteamientos ideológicos; su escepticismo ante el ecumenismo cristiano-musulmán o la decidida apuesta por la pura literatura frente al simple libro comercial y oportunista. Sin olvidar el valor de la lectura –para nuestro sonrojo, manifiesta que «se lee muy poco en España»– en la percepción de la realidad, la convicción de que su patria está donde haya un alumno al que le interese aprender, o su valentía discursiva y teorizante: «El sentido común es el enemigo del genio». Se insiste brillantemente en la consideración de la lengua inglesa como el esperanto del futuro, sin descuidar por ello la rica diversidad idiomática de la cultura europea: «Cada lengua abre una ventana a un nuevo mundo». Se denuncia implacablemente aquí el olvido de las humanidades en los planes de estudios secundarios, y hasta universitarios; así como el avasallador protagonismo de las tecnologías internáuticas, que en modo alguno podrán sustituir a la lectura o a la conversación pausada y ocurrente. En la cubierta de este interesantísimo libro, Steiner nos mira con la sonrisa de su acrisolada sabiduría, con una impagable complicidad. Estas páginas suponen una fiesta de la inteligencia y un deleite de la sensibilidad.