Literatura

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Europa no es ningún cuento

Europa no es ningún cuento
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S i no fuera por él, por Adan Kovacsics, nunca sabríamos en castellano lo que escribieron autores como Karl Kraus, como Josep Roth, como Stefan Zweig o como Imre Kertész, por nombrar sólo algunos de los grandes escritores que este eximio traductor del húngaro y del alemán ha volcado a la lengua de Miguel de Cervantes. Pero Kovacsics, que nació en Santiago de Chile, que tiene claras raíces europeas y que reside en Cataluña desde hace muchos años, además de traductor es también un excelente escritor, como ahora lo ha demostrado con su primer libro de ficción, «El vuelo de Europa», cinco relatos cuyo epicentro se encuentra, como su propio nombre sugiere, en el Viejo Continente, en lo que hoy en día se escribe y se lee y se habla en Europa.

Cinco relatos, sin embargo, que nacen sin ninguna vocación de reflejar algo extraordinario, más allá de que se funden en las lógicas imprecisas de los sueños, en esos vastos y variados territorios capaces de saltar sobre las distancias y el tiempo para detenerse en lugares, algunos de ellos con una larga tradición literaria, como son Viena, Bruselas, los Alpes o París.

Personajes particulares

En estos lugares es donde pueden aparecer personajes peculiares, únicos o insólitos; una muestra posible de un presente europeo: veraneantes en una casa de campo en medio de las montañas, un mensajero que narra por carta el desasosiego de su vida, el infierno que le tocó atravesar, incluso, en un peligroso centro psiquiátrico, un viajero que se encuentra con una exiliada un poco extraña o alguien que, tras años y años de claudicante silencio, redescubre que las palabras tienen el poder de decir las cosas y vuelve a hablar. «Nadie encuentra palabras para describir la novela que acabó de leer ayer», dice en un momento del libro uno de los personajes, como si esa frase contuviera el espíritu de los relatos: la ausencia de palabras, en el viejo continente, para expresar el porvenir.

Así, despuntados con una prosa rítmica y pausada, Kovacsics no centra los relatos en la construcción de escenas o en la eficacia de una solución. Fiel a la literatura de la que proviene, como traductor y ahora como escritor, ofrece la excelencia de su escritura a la extrañeza y a la sensación de desamparo, mostrada en unos personajes que desgranan sus historias y sus relatos en unos monólogos que, no obstante, esconden una trama secreta, el trazo de una decadencia espiritual y cultural.

«La lengua anda coja ahora si no se le suma la imagen y ésta cojea sin las palabras», asegura durante un momento del relato un personaje ya al final del libro a modo de una certera conclusión sobre cuál es el estado del Viejo Continente y, además, sobre el estado de la actual literatura. Porque, más allá de la decadencia espiritual y cultural, lo que persiste, parece decir Adan Kovacsics, es una Europa que no cesa de balancearse sobre el presente en un movimiento continuo y pendular entre un pasado escrito y un futuro sin imaginación.