Crítica de libros

Fred Vargas, la mujer araña

Fred Vargas, la mujer araña
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Los «rompol» de Fred Vargas están convirtiéndose en una religión, como lo fueron en su tiempo las novelas policiacas de Patricia Smith. Ambas son novelistas inteligentes que han renovado la tradición de la llamada «novela problema», típica de Agatha Christie, con la morbosidad de sus tramas y la creación de personajes estremecedores. Para Vargas, el inspector Jean-Bapt Adamsberg es algo más que un detective intuitivo, capaz de construir en su burbujeante imaginación montones de teorías, antes incluso de conocer en profundidad el caso que investiga. Su lógica es la de un visionario, alguien ensimismado, ajeno a la realidad, porque la realidad que da sentido a toda novela le es ajena a su autora: Adamsberg es un constructo a partir del cual ella elabora esos atípicos «rompol» («roman policier»), cuya complejidad criminal bascula entre la presciencia y unas intuiciones o sospechas que el inspector llama «burbujas gaseosas». Que nadie pide realismo ni la coherencia de una trama que avanza ajustándose hasta redondear una intriga perfectamente urdida pues juega en otra liga, la de la novela onírica, con toques patafísicos y alejada tanto del realismo como de la metafísica. Sus novelas son juegos ingeniosos de construcción lógica.

En «Cuando sale la reclusa», decimosegundo título de la saga de Adamsberg, el comisario monopoliza la historia con su carácter tenaz, inquisitivo, capaz de movilizar a su brigada y convertirla en una engrasada maquinaria de investigación. Él es el centro de la narración alrededor del cual gira no solo la acción del relato, sino la bizarra investigación que avanza a golpe de sus conjeturas. La brigada las asume como un grupo de secundarios que dan cuerpo y cierta realidad a su bizarro mundo. Fred Vargas define a Adamsberg como «soñador y utópico obstinado», un comisario que ve entre las brumas. De mentalidad visionaria y metodología errática, tiene un don, la visión proyectiva, que en el tráfago de su obsesiva investigación tiene momentos de bajón en los que se queda a ciegas, atrapado en una oscuridad profunda. El lugar donde viven las arañas «reclusas».

Mujeres encerradas

Aquí recurre al psicoanálisis y al significante lacaniano, en su versión parisina para el gran público. «Reclusas», además de arañas, remite a las mujeres encerradas en «reclusorios» medievales, y a las víctimas prisioneras en sótanos y violadas por padres pederastas. Esa obsesión por las arañas reclusas es el sueño de la represión del inspector que vio de niño a una de estas mujeres «reclusas» cerca de Lourdes. Esa forclusión infantil que su hermano detecta le impide proseguir la indagación, ayuno de ideas para perseguir a un asesino de diez malvados, que, como en «Diez negritos» de Agatha Christie, van muriendo envenenados por la araña reclusa. La violencia contra los niños y las violaciones de niñas por su padre es el fondo sobre el que se recorta esta historia de horror y muerte.

Como toda la trama parece elabora en la cabeza del excéntrico inspector, entre visiones oníricas que configuran teorías e hipótesis, la acción cabalga de forma implacable por el delirio y la lógica de un visionario policía. Como el lector ya asumió que este es el punto de partida de Fred Vargas, se abandona sin empacho al flujo de conciencia de Adamsberg, tan ingenua como proliferante. Su verborrea es un no parar de teorías que fracasan y que, de inmediato, son sustituidas por otras nuevas, todavía más abstrusas. El caso es sorprender con ingenio al lector. A ella le gusta alardear de que, además de ingeniosa es erudita, y recurre con prodigalidad a la cita culta, la referencia histórica, el ejemplo científico y la curiosidad miscelánea. Sus novelas resultan instructivas por su sapiencia de arqueozoóloga, historiadora, especialista en el medievo, y bióloga, medalla del CNRS. Y quiere que se note, porque en «Cuando sale la reclusa», como en las otras once novelas de la saga, la erudición le sale por las orejas. El mundo literario de la narradora es rabiosamente personal. Los elementos que lo conforman, definidos con la frialdad del entomólogo y combinados de forma inteligente, permiten disfrutarlos si el lector no se resiste a su melopea entre el delirio y la racionalidad cartesiana de un relato policiaco «sui géneris». En sus novelas, la trama siempre es compleja. Las pesquisas, tan elaboradas que asustan: ¿logrará Adamsberg encajar tan heterodoxas piezas? Las referencias cultas, pero finamente masticadas como la tapioca. Y las numerosas coincidencias, tantas y tan evidentes, que forman parte de su encanto literario.

En una reciente entrevista, declaraba que le apasiona el proceso de la resolución del caso criminal, obligada, sin duda, por el rigor de su experiencia científica. Asunto distinto es su ideología eco-catastrofista, que se manifiesta recurriendo a los tópicos más manidos de los calentólogos: la humanidad (sic) se va a destrozar ellas mismas y por culpa de Trump vamos directos al matadero. Lo mejor de Fred Vargas es la naturalidad con la que hilvana la lógica de sus relatos, el fino humor con el que los espolvorea, el delirio asumido de su protagonista y, en fin, el cúmulo de coincidencias felices de su trama.