Frederick Forsyth, en los huesos
Afortunadamente, desde «Chacal» (1971), nada ha cambiado en el mundo literario de Frederick Forsyth. En todo caso, en «La lista» ha depurado su técnica narrativa, ya de por sí austera, hasta dejarla en los puros huesos literarios. Algo inusual en el «best-seller», donde no es fácil la contención ni menos la concisión, pues los autores triunfan a base de engrosar con datos innecesarios y excursos farragosos unas novelas que requerirían una poda y muchas elipsis que recortaran su ampuloso énfasis retórico. Frederick Forsyth es justamente el tipo de autor opuesto a Tom Clancy, siendo dos novelistas fascinados por la tecnología armamentística militar y los sofisticados inventos de espionaje actual. Alta tecnología y armas de destrucción masiva eran para Clancy un fin en sí mismo, próximo al videojuego de guerra, mientras que para Forsyth son el medio para contar una compleja historia de intriga internacional.
También desdeña éste dotar a sus personajes de cierta psicología, normalmente tópica y simplista como la de Clancy. El lector agradece el desdén. La construcción del universo de las novelas de Forsyth es eminentemente retórico. Palabra a palabra, sumerge al lector en una narración tan irreal como plausible, en donde cada personaje es un elemento más en ese esquema meticulosamente construido para atrapar al lector y conducirlo, paso a paso, en el disfrute de un mundo creado para su fascinación.
Intriga internacional
Paradójicamente, la novela de espías es el género más parecido a la vida real: el desvelamiento de lo oculto del prójimo, el juego de intrigas que nuestra paranoia cotidiana alimenta y el triunfo final frente al mal en esa proyección imaginaria donde nuestros deseos se hacen realidad y vencen las asechanzas de nuestros enemigos. Y es en este mundo fabulado donde el autor se las ingenia para elevarlo a alturas siderales y devolverlo al lector convertido en una intriga internacional de suspense ejemplar. Como hizo siempre Hitchcock, que estilizó su obra hasta extremos de una finura que contrastaba con la vastedad de su físico.
Forsyth es un periodista contrariado que ha logrado la proeza de integrar un oficio antirretórico –eso dicen– en una austera narración literaria. De ahí esa rara mezcolanza entre datos objetivos y fabulación, dejadez a la hora de psicologizar a los personajes y centrarse en una relación dramatizada pero no fantasiosa del fundamentalismo radical y la lucha de Occidente contra el terrorismo islamista, como ya hizo en «El afgano».
Una queja, la pérdida de pasión en la narración, ya evidente en «Cobra». Forsyth hace realidad el dicho hitchcockiano de que cuando se es joven se tiene ideas pero no técnica y de viejo se posee la técnica pero faltan las ideas. Forsyth ha ganado en técnica lo que ha perdido en fulgor.