«Hay fundamentalismo ateo»
Publica «La mujer del espejo», que viaja de la Brujas renacentista a Hollywood
Lleva pegado el éxito a su sombra. Aunque internacionalmente se le conozca, sobre todo, por «El señor Ibrahim y las flores del Corán», también es filósofo, un dramaturgo aplaudido («El libertino») y ha filmado varias películas, entre ellas «Cartas a Dios» (2011). Una vez conseguido el respaldo del público, obtuvo el prestigioso premio Goncourt en 2011. Ahora publica en España, «La mujer del espejo» (Siruela). La historia de tres féminas unidas por la discriminación y separadas por el tiempo y el espacio. De la Brujas del Renacimiento, la Viena del XIX al Hollywood actual.
–Su novela constata que las mujeres tienen más capacidad introspectiva y también verbal que los varones.
–Los hombres viven en su mundo y no reflexionan sobre ellos mismos. Las mujeres, al haber estado oprimidas, y nacer con un fin (esposa, madre...), desarrollan la introspección.
–Eso ya lo sabía antes de ponerse a escribir, pero ¿qué le ha sorprendido del universo femenino?
–El cuerpo masculino es transparente, sólo lo notamos cuando estamos enfermos, podríamos decir que es abstracto; el de la mujer muy concreto: tiene la regla, le suena el reloj biológico, debe prepararse para la maternidad... También que ellas no accedían a la cultura oficial, sino a la contracultura, como la poesía mística, que es algo que adoro.
–¿Testó la verosimilitud del mundo interior de estas tres mujeres con su entorno femenino?
–Al principio sólo era capaz de escribir en primera persona de personajes femeninos, pero el teatro me obligó a ponerme en el lugar de ellas y las actrices me felicitaban por lo bien que conocía su universo. Ellas me dieron permiso.
–Fija estas tres historias en lugares y épocas idílicas, pero los problemas de sus protagonistas desmitifican esos momentos dorados...
–Las tres son la síntesis de su época. En la Brujas del Renacimiento, la clave era la religión. La virginidad de la protagonista es mística, ahora resultaría patológica. En la Viena del XIX, era el psicoanálisis la manera de entender el mundo. Y en el Hollywood actual, la química: cuando se deprimen, se toman una molécula. Pero las llaves sirven tanto para abrir como para cerrar. Y estas mujeres están prisioneras.
–Cada capítulo corresponde a una de las tres épocas, con variaciones estilísticas notables, y se alternan inexorablemente, ¿lo escribió así?
–Sí. Era todo un desafío. Quería que tuviera una arquitectura muy visible para poder potenciar luego los detalles. Mi escritor favorito es Proust, porque uno cree que está contemplando pequeñas piezas de un mosaico, y cuando acabas de leer la obra, resulta que ha construido una catedral.
–La religión cobra protagonismo. ¿Es que usted está muy interesado en el tema o es que la mayor parte de escritores europeos lo obvian?
–Creo que es lo segundo. Y no es nada fácil en un país tan laico como Francia. Soy filósofo y creyente. Si me preguntan si existe Dios, debo decir que no sé, pero que creo que sí, porque distingo entre creencia y saber. El problema es cuando se dan «síes» o «noes» rotundos: también hay mucho fundamentalismo ateo.
–En el mundo globalizado, ¿el público es uniforme en todos los países?
–Claro que no. Hay virtudes para los europeos que son defectos para los norteamericanos. Aquí soy un autor de masas, allí un elitista.
–¿Cómo alterna el cine, la novela y el teatro?
–Lo que me gusta es pasar miedo. Cuando creo que no se hacer una cosa, me pongo a ello. Compadezco a un autor que publica libro cada 18 meses o a un dramaturgo que estrena una temporada. En el momento que una novela mía ha tenido éxito, después el cuerpo me pedía pensar en una obra de teatro, más tarde un libro sobre música y después hacer cine...
La envidia es francesa
En España, donde se dice que la envidia es el deporte nacional, sería odiado por sus compañeros, ¿es igual en Francia? Nos explica que «el éxito siempre se considera sospechoso». Al principio lo pasó mal, pero ya vive feliz con el público y también con sus colegas: «Cuando vendía 4.000 ejemplares me consideraban un genio. Al subir a 40.000, todavía creían que tenía talento. El día que despaché 400.000 me convertí en un impostor. Ahora, que he sido premiado también fuera y que se estudia mi obra en la universidad, todo se ha normalizado.