Buscar Iniciar sesión

Intelectuales, ¿por qué se sienten superiores?

larazon

Creada:

Última actualización:

«Odi profanum uulgus et arceo»: así comienza Horacio desde su torre ebúrnea una de sus odas más célebres, en la que se consagra como maestro de poesía y verdad. El poeta resulta poseedor de un conocimiento más allá de lo humano que le faculta y le posibilita el acceso a verdades más allá de la experiencia y, sobre todo, prohibidas al entendimiento del resto de los mortales. En efecto, la idea del poeta sabio, del intelectual o el escriba que controla un saber vedado a los no iniciados y que, por lo tanto, le configura como un ser superior es una de las nociones de más larga trayectoria de la historia de la cultura. Ya desde los tiempos de la antigua Mesopotamia y Egipto, cuando se configura una casta sacerdotal y un grupo cerrado de escribas que se erige en posesora de las claves de un sublime y arcano saber, hasta la poesía críptica y simbolista de los siglos XIX y XX o los cenáculos literarios de la modernidad, la figura del intelectual soberbio ha ido más allá del topos literario para devenir una constante en la historia cultural.
El saber que es privilegio escuchar
Lo que otorga el sello del poder y el gusto es el saber de unos pocos, una ciencia, o un conocimiento: ya sea físico, metafísico o poético. A la historia de esta idea y a sus múltiples testimonios y transformaciones literarias, filosóficas, religiosas o meramente políticas dedica Enrique Serna un rico ensayo de reciente aparición en la editorial Taurus. El autor mexicano, más conocido por novelas como «Señorita México» o «El seductor de la patria», y variamente laureado por su labor narrativa, sorprende esta vez con una incursión muy lograda en el territorio del ensayo. «Favete linguis»: o bien, callad en un respeto reverencial, sigue nuestro Horacio. Los profanos han de guardar silencio ante el poder de la palabra del intelectual, que habla lo que Serna denomina la «lengua de los dioses», un verbo cercano a lo divino que aleja al intelectual sublime del común de los mortales. Toda lengua poética, técnica o gremial está alejada de lo normal y crea una jerga semidivina, una «Kunstsprache» que tiene un largo recorrido, desde Homero a Stefan George (este último de exagerado elitismo). No hay más que recordar a Píndaro, el águila tebana, que corrige al vulgo y a sus competidores con desdén, o a su émulo Ezra Pound para engrosar la larga nómina de ejemplos. Desde Mallarmé y Valéry, Hegel y Heidegger a Menéndez Pelayo, «Genealogía de la soberbia intelectual» analiza la vigencia de este sentimiento en la literatura y la filosofía, en la religión y las ideologías políticas, e incluso en las modas estéticas. «Musarum sacerdos»: el poeta sabio reivindica su lugar único para enseñar a los jóvenes el auténtico saber que es privilegio escuchar. La genealogía de esta vieja noción es, como muestra Serna convincentemente, antigua y prestigiosa pero muy actual a la par. Alejado del mundanal ruido aunque con aspiración a controlar el mundo desde el púlpito, su columna en los periódicos o el blog, el sabio hermético y desdeñoso ha sido una figura inseparable del poder en sus muchas ramificaciones, ya para ejercer un control religioso, social o político de los considerados inferiores. Una aristocracia de la cultura, más allá de la de nacimiento, ha configurado una sectaria «Respublica litterarum» –a veces las lenguas excluyen– que se extiende por la historia con postrimerías insospechadas y admite sólo a iniciados. El elitismo literario, que tantas veces es excusa y cobijo para la mediocridad, es examinado también en su faceta de ejercicio del poder y de la concesión del marchamo de buen o mal gusto, conformando verdaderas castas de escritores y críticos. Se reprocha en este sentido el alejamiento del arte minoritario de una sociedad que ya no lo somete a escrutinio.
Serna, a nuestro ver, entona «carmina non prius audita», por terminar también al hilo de Horacio, en un ensayo literario con voz propia y muy singular, de ideas con peso de tesis, que se fundamenta en lo primero y fundamental que ha de informar toda prosa ensayística de valor cierto: la idea. Intelectualmente, este libro es una gran invención –en el sentido de «inventio» retórica– ya desde su propio comienzo, pues hay que subrayar que está inspirado en una idea original y atractiva: la de trazar una ambiciosa y sin embargo lograda historia panorámica de la soberbia intelectual como sentimiento o aspiración de poder situarse por vía de la cultura en una esfera superior a los demás seres humanos. Saltando desde los griegos a Facebook, desde Góngora o George-Kreis al antiguo Egipto, sin solución de continuidad, qué duda cabe que el especialista en la historia antigua o en la literatura decimonónica notará –como tal vez el experto en otros períodos del recorrido que propone el autor– algunas carencias básicas en la biografía y una falta de estudios actualizados y especializados sobre algunos temas que se tratan en el ensayo. Se citan, así, libros ya antiguos o superados que estaríamos tentados de reprochar. Pero no sería justo: literariamente se ha de reconocer al autor haber hallado un brillante hilo conductor para las páginas que va trenzando hábilmente en este ensayo de deliciosa lectura. Sin duda, todo forma parte del juego ensayístico de Serna –como juego también ha querido ser esta reseña– en cuanto Serna se sitúa más allá, y menos mal, de la discusión erudita de la academia o la universidad y propone un recorrido intelectualmente brillante por la cuestión propuesta.