Literatura

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José María Merino, desde el Edén

El escritor leonés obtiene el Premio Nacional de Narrativa

Merino ya obtuvo el Nacional de la Crítica
Merino ya obtuvo el Nacional de la Críticalarazon

Conozco a José María Merino desde hace bastantes años, yo diría que desde el siglo anterior, y siempre me ha parecido no sólo uno de los escritores más importantes de la literatura hispánica, sino una persona excelente y equilibrada (cosas no fáciles de encontrar entre los escribidores). De hecho, su novela «Las visiones de Lucrecia» sigue siendo, pasados los años, una de mis favoritas. En ellas se describen las visiones de Lucrecia (una especie de esbozo de hereje Juana de Arco del siglo XVI hispánico) en las que la joven «verá» la derrota de las armadas españolas y el final de la monarquía. Y sus torturas en las cárceles de la Inquisición. José María Merino, uno de los grandes de aquella escuela narrativa leonesa que dio escritores como Julio Llamazares, Juan Pedro Aparicio o Luis Mateo Díez, nació en La Coruña en 1941, dado que su padre se había refugiado allí por la Guerra Civil retornó pronto a León, de donde era su familia. Escritor, poeta y ensayista, en marzo de 2008 fue elegido académico de la Real Academia Española.

El tránsito de lo imaginario

En 1993 ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por «No soy un libro» en 1986, el Nacional de la Crítica por «La orilla oscura», y acaba de obtener el Nacional de Narrativa por su novela «El río del Edén», la narración reflexiva de un microcosmos familiar. En su obra hay una serie de pilares, de qué manera es la relación del escritor con el texto y cómo se desarrolla el tránsito de lo imaginario a lo real, en su relato «El viajero perdido», pero también nos habla de la fuerza oculta de los sueños y su irrupción en la vigilia, como en «Un ámbito rural». En el otro lado del tapiz de la obra de José María Merino siempre intuye el lector la consideración de la palabra y la memoria no sólo como espejos de lo real, sino como su fundamento, como su sustentación. La pérdida de las palabras y de la memoria lleva a la desaparición del personaje, que también es la extinción de lo real, el final del mundo, lo que se observa en «Las palabras del mundo» y en «Del libro de los Naufragios». En mi opinión, obras como «El caldero de oro» o «Cuentos del reino secreto», enraizados en la magia leonesa de los «filandones» (cuentos hablados junto a la lumbre), redescubrieron en España la validez narrativa de la magia, de los sueños, de lo imaginado, estableciendo un puente con la narrativa del Boom latinoamericano de moda por entonces. Pero Merino o Mateo Díez buscaron aquí, en los visillos y en las callejas leonesas, el otro lado de nuestra realidad, digamos que unos espejos que frecuentábamos sin saberlo. Una realidad que vemos como a través de un ventanal cuando cae la lluvia, y así en «Las visiones de Lucrecia», Merino describe el momento en que llevan a Lucrecia de León (personaje histórico) a la cámara de tortura y ella ve «todo con ese mismo aire que tienen los sueños». De igual modo, la literatura, en Merino, se construye con el mismo material de nuestros sueños e imaginaciones.