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Karl Marx, el burgués

Jonathan Sperber publica la biografía definitiva del pensador, donde enseña su cara menos conocida. Este retrato muestra a un intelectual menos icónico, sin demonizaciones ni sacralizaciones. Un hombre acomodado, con deudas y parrandas de juventud.

Karl Marx, el burgués
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Es difícil desmitificar a Karl Marx, el legendario filósofo de Tréveris, una figura poliédrica de la historia, el pensamiento y la política que encuentra detractores acérrimos y hagiógrafos a la par desde que empezó a hacer pública su apasionante obra intelectual hasta nuestros días, tras la caída de los regímenes que se inspiraron en su doctrina. Pero esto es lo que intenta Jonathan Sperber, pretigioso historiador especialista en el siglo XIX europeo y catedrático de la Universidad de Missouri. Con un dominio apabullante de las fuentes –del inmenso archivo sobre la vida y obra de Marx–, una capacidad sintética y analítica digna de encomio y un aliento narrativo que deja ver su apasionamiento por su objeto de estudio, el autor traza una biografía seria y definitiva del filósofo. No hay trazos gruesos, simplificaciones, mitificaciones o demonizaciones: Sperber retrata a Karl Marx como fue y como vivió, intentando desvincular su figura de los grandes cambios y revoluciones (y también de los crímenes y de los logros) que los seguidores de su influyente pensamiento produjeron en diversos lugares del mundo a lo largo de los siguientes cien años.

Apasionado y controvertido

Todo ello se ve ya en el propio subtítulo del libro: «Una vida decimonónica». Sperber, experto en la historia política y cultural del siglo XIX, logra desvincular a Marx de su posteridad. Lo centra y lo sitúa en su época, en su contexto histórico, político, literario y filosófico: y se ocupa con gran detalle de su vida personal, haciéndonos conocer un Marx más humano y, quizá, menos icónico (véase la excelente selección de fotos y retratos de su círculo). Así, nos sorprende examinar su contexto familiar, en la católica Tréveris, plena de ecos posnapoleónicos y revolucionarios y ya bajo gobierno prusiano, en una familia judía (su padre abogado se convirtió al protestantismo para hacer carrera con las autoridades). Nos apasiona seguir sus andazas personales desde su formación clásica en el «gymnasium» –leía griego y latín con fluidez– a sus estudios de Derecho en Bonn y Berlín, sus veleidades literarias –fue otro literato frustrado, como el viejo Platón, que se dedicó a la filosofía–, sus peleas y parrandas juveniles, sus acalorados debates al amparo de la popular filosofía de Hegel, su noviazgo y boda con su inseparable Jenny von Westphalen, etc. Los años de formación, que casi se leen con el gusto de una «Bildungsroman», serán la clave para entender cómo se configura una personalidad única, de un gran intelectual, apasionado y controvertido, racional y metódico en su investigación histórica, que mantuvo ferozmente su independencia incluso a riesgo de parecer inflexible e intransigente.

Su gran creación intelectual, el materialismo histórico, se comprende mejor tras considerar su formación y su experiencia social: su propio origen cultural, su intento de prosperar social y académicamente nos permiten conocer a la persona mientras seguimos el hilo de su pensamiento. No es este el lugar para teorizar sobre sus doctrinas, pero la idea de que la sociedad y la historia habían de ser estudiadas a partir de las relaciones de producción entre las clases, que conformaban la estructura económica de la sociedad, se entiende en un contexto plenamente decimonónico, el de la «Wissenschaft» alemana: su metodología rigurosa y su coherente sistema hermenéutico causaron admiración desde el principio tanto entre los intelectuales afines como entre los oyentes ocasionales que pudieron atender sus exposiciones. La cuestión personal y familiar corre pareja con la militancia política, su actividad literaria y periodística, sus exilios, su vida en Londres, su círculo de amigos, con la formación de su ideario y su didáctica difusión del mismo entre la clase obrera de la primera industrialización. Sperber no nos muestra a Marx como una figura unívoca, sino un hombre cultísimo, fascinado por diversas corrientes de pensamiento y acción política, inmerso en la contemporaneidad de los años pre y postrevolucionarios de 1848, pero también acuciado por problemas cotidianos, tristezas personales y apuros económicos que le llevaron a empeñar las joyas de su esposa. Seguimos con interés su lucha por la vida y sorprende también el retrato del Marx más «burgués», con aficiones y costumbres en la ciudad que no lo diferenciarían mucho de cualquier otro padre de familia respetable de la Mitteleuropa, de origen judío y de amplia cultura.

En definitiva, esta biografía, que por cierto ha tenido una recepción crítica desigual, pues muchos marxistas le reprochan haber simplificado la obra y figura del pensador, logra plenamente sus objetivos: un retrato matizado, en contexto, de Karl Marx –uno de los intelectuales que hizo grande el siglo XIX– , lejos del aura demoníaca o sagrada que para muchos sigue teniendo.

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