La agonía de ser yo
¿Por qué leer una novela noruega de 3.600 páginas en seis volúmenes sobre un hombre que escribe una novela de 3.600 páginas dividida en seis volúmenes? Sencillamente porque es genial, porque no hay distancia entre el observador y lo observado, porque supone un proceso de inmersión catártico para quien lo escribe y también para quien lo lee, porque se juega la piel en cada párrafo y porque hay comodidad en la universalidad de su maldad... pues es la de todos. ¿Cómo se logra tanto, y de manera convincente, a lo largo de semejante incontinencia? Sinceramente, es un enigma que los críticos y estudiosos no logran descifrar.
En este cuarto volumen de su serie de «novelas de no ficción autobiográficas», se nos relata el crecimiento de la mente del autor, la agonía y el éxtasis de ser Karl Ove; de vivir dentro de sus zapatos. Nos encontramos con que el protagonista, a sus dieciocho años, aterriza en un pueblecito del norte de Noruega. Le espera un puesto como maestro y la perspectiva de entregarse a escribir. Pero ni la docencia es tan fácil como él esperaba, ni las palabras fluyen de su teclado. Su desaforado empeño de ser más grande que su propia grandeza juega en su contra y las mujeres y el alcohol le sirven de perfecta distracción para enterrar su naufragio. Asistimos a su yo más hormonal, plagado de erecciones en clase ante sus alumnas, ataques de pánico homófobos, vandalismo... Su estrategia narrativa recuerda a la de Rousseau en «Las confesiones», donde la partitura de su vida nos evidencia el rubor de su depravación. Tómame como soy, con toda mi miseria... y ahí nos gana este arrogante, grosero y sensible humano, a través de sus largas digresiones sobre sus apagones interiores, con «flashback» y «flashforward» incluidos. Las minucias siempre tienen poco peso metafórico, pero en su caso, arraigan la historia en calidad de garantes de la actualidad, siempre aderezadas con algún toque chaplinesco. Aunque «Un hombre enamorado», el segundo volumen, siga siendo el mejor, cada nueva entrega es sublime, introspectiva, visceral y telúrica. El territorio de Karl Ove es el de aquellas cosas que nos decimos de piel hacia adentro o sólo las pensamos avergonzados de afrontarlas.