«La gran literatura es de desobedientes»
Caballero Bonald recibe el mayor galardón de las letras hispanas por su «maestría al servicio del lenguaje»
Recibe el Premio Cervantes cuando ha colgado el viejo utillaje literario, cuando va de retirada, con la obra narrativa y poética de toda una vida ya completa, a sus espaldas, y afirma que ya no va a escribir más, que lo deja. «Esperaba este premio hace dos años, más que ahora, que es cuando tenía interés, pero es en este momento cuando me ha tocado el turno por edad», asegura con ironía, que es uno de los rasgos de su escritura, junto a esa rebeldía imperecedera que siempre ha destilado su prosa, su verso -más de una vez ha declarado su admiración hacia las vidas ejemplares, que no exitosas, como las de los marineros de Jack London, a los que admiraba en su juventud temprana, y de los que heredó una propensión a lo náutico. «Me falta saltar en paracaídas», asegura-.
El escritor, sentado delante de su biblioteca, que es el auténtico alma de todo autor, el espejo en el que se refleja sin deformaciones, recuerda que se levantó de la cama, acon una fiebre sin curar, con un pálpito prematuro, convencido que le darían el galardón, de que esta vez era de él.
Esperó la llamada ministerial que le tenía que comunicar el fallo del jurado mientras repasaba las notas de un ensayo recuperado asentado en un silencio reflexivo, sin perturbaciones (el escritor, que siempre ha sido muy amigo y frecuentador de las noches abiertas, ahora es un hombre abierto al recogimiento). El texto de un ensayo pretérito, de otros días y otras horas, dedicado al autor de «El Quijote» que Seix Barral recogerá, junto a otros folios dispersos, en «Oficio de lector». Una corrección que era ya como una premonición de lo que vendría, una especie de augurio involuntario: «Admiro a Cervantes, no solamente por su manera de escribir tan intelectual, por su estilo, sino por su personalidad, su forma de vivir, que es ejemplar». Después, con una pose reflexiva, dejándose llevar por el discurso iniciado, comenta que «Cervantes fue un desobediente. La gran literatura está hecha siempre por los desobedientes, los que están contra los convencionalismos, como hizo él, que defendió a los moriscos y que mostró su piedad frente a los tristes. A mí me gustaría compartir parte de esa desobediencia». Una postura que al autor de «Ágata ojo de gato» le conduce a comentar la actualidad, que es germen de una última reflexión, como una especie de conclusión antes de cualquier conclusión, y que es devastadoramente veraz: «Ahora, en nuestra sociedad, se necesita mucha desobediencia. Aparte del horror que nos llega cada día, de esa zozobra que nos indica que estamos en un camino que no se sabe lo que va a pasar, hemos llegado a la crueldad del suicidio por desahucio. Hemos alcanzado este límite, que es el de una sociedad que está enferma». Caballero Bonald, que ha discurrido por los senderos de la poética y la narración siempre desde el desafío de la originalidad, el vértigo que siempre conlleva cultivar un estilo propio, que no es más una personalidad estética, una forma de encarar la vida, de moldearla con la palabra.
Un último verso
«Se me ha cerrado la cabeza -responde cuando se le pregunta si la concesión de este premio es un estímulo para que vuelva a retomar la escritura-. No puedo llegar al esfuerzo que exige un libro. Me he quedado sin tiempo ni ganas ni para escribir una tercera parte de mis memorias. Otra cosa es que escriba algún poema, que apunte un primer verso, lo mantenga en la cabeza y lo desarrolle ahí, y si merece la pena, los transcribo a un papel». Caballero Bonald, que siempre ha creído más en las dudas, en las incertidumbres, que en las certezas, como vía de avanzar y afrontar la existencia, comenta esa bicefalia que ha cultivado, esa escisión entre el lenguaje narrativo y el versificado. «Haré esos poemas que he mencionado porque para mí en el arte de la literatura no hay temperatura mayor que la alcanzada con el lenguaje de la poesía. El poema es lo máximo que se alcanza en el lenguaje», comenta.
El escritor no olvidó a buenos amigos, y menciona el apellido Goytisolo, recuerda el nombre del «eminente» Martín de Riquer «que se merecen este premio más que yo y no lo tendrán porque me lo han dado a mí», asegura con algo de consternación que enseguida remonta con un guiño, una broma, pero que lleva su intencionalidad. «Los 125.000 euros que lleva el premio tampoco están mal. Es una inyección de vitalidad. No soy de los que desdeñan la dotación de un premio, que muchas veces ayudan a sobrevivir». Y deja colgada una sonrisa sabia en los labios para regresar a lo literario, que en su caso es lo personal: «La poesía ha sido para mí el principal soporte de mis preocupaciones artísticas. Me siento poeta, aunque también haya escrito prosa, pero debajo también está la poesía. Si he hecho algo que merezco, eso está en la poesía», asegura, como si estas palabras fueran un mensaje lanzado a futuros lectores. Reconoce que está satisfecho de su obra, y la menciona, repasa los títulos, pero también recuerda, es una personalidad de mucha memoria, abundante, a pesar de las ficciones que el tiempo va entrometiendo, a esas enemistades que ha ido encontrando: «Los enemigos se eligen relativamente. He tenido dos o tres, pero son figuras anodinas. Si hubieran sido cualquier personaje importante, sería diferente».
Caballero Bonald, que dedicará a Cervantes el discurso que leerá en el acto de entrega del premio, reconoció que «el gremio de escritores es muy envidioso. Soporta mal el triunfo ajeno. Más de uno habrá tenido un disgusto esta mañana». No quiso recordar algunos capítulos infaustos del pasado, como el de la Real Academia Española, donde jamás ha ingresado -«No he pensado en la RAE. Lo he borrado de la memoria. Además, así no estoy con algunos filólogos que no me merecen ningún crédito». Es Caballero Bonald, combativo hasta el fin. El mismo que dejó escrito al final de su último libro: «¿Eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?».