La muerte que cambió sus vidas
En la primera página de la última novela de Yiyun Li (Pekín, 1972) asaltan al lector tres palabras: pena, crematorio, funcionario, que le sitúan nada más empezar en un espacio geográfico y emocional. Cuando poco después alguien dice que la lealtad al pasado sienta las bases de una vida que se acaba por no vivir, sabemos que estamos ante una historia de vidas truncadas, las de dos mujeres, Ruyu y Moran, y un hombre, Boyang, tres amigos que se vieron implicados durante un verano de la adolescencia en el envenenamiento de una joven. Tras aquel suceso, las dos jóvenes se van a diferentes lugares de Estados Unidos y el joven se queda en Pekín.
Pasan veinte años que permiten a la autora continuos saltos en el tiempo y en el espacio para ir marcando el recorrido vital de los protagonistas y dosificar la intriga sobre las circunstancias del «accidente» que llevó a la muerte a una mujer, tras convertirla en un ser vegetativo durante dos décadas.
La gran protagonista de esta historia es Ruyu, un ser complejo y diferente magistralmente dibujado y, por tanto, perdurable. Una niña abandonada en la puerta de dos ancianas que la educan en el temor de Dios pero que será siempre una huérfana incapacitada para la compasión. A través de ella Yiyun Li habla indirectamente de China, su abandono puede deberse a la política del hijo único unida al menosprecio por las niñas; la joven llega a Pekín en el verano de 1989, cuando acaba de suceder la masacre de Tiananmén, que no se nombra en la novela, como tampoco se hace un paralelismo, que el lector puede aventurar, entre el desenlace y el auge del capitalismo en el país asiático. Gracias a Ruyu disfrutamos también de las frases más brillantes de una prosa madura y sabia que abunda en profundas y hermosas reflexiones sobre la orfandad, la soledad y la incapacidad para vivir plenamente.