Europa

París

La segunda vez que vi París

La segunda vez que vi París
La segunda vez que vi Paríslarazon

No siempre se vuelve al primer amor. Eso lo supo muy bien el escritor italiano Curzio Malaparte cuando, en junio de 1947, después de catorce años de ausencia, regresó a Francia: se dio cuenta de que el amor que sentía por ese país seguía tan intacto como siempre aunque, la verdad, ya no era el mismo de antes. Testimonio de su regreso a la Ciudad Luz, «Diario de un extranjero en París» cuenta el encuentro de Malaparte con una ciudad en la que había estado hasta 1933. Ese año regresó a Italia, donde, expulsado del Partido Nacional Fascista, fue enviado a isla de Lipari. Allí permaneció cinco años, pero Mussolini volvió a encarcelarlo varias veces más. Así que, poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial, Malaparte viajó a París y se quedó hasta diciembre de 1948.

El resultado es este diario, donde el autor de «Kaputt» vuelve a visitar sus lugares de antaño en una ciudad cuya fisonomía ha cambiado. La guerra, comprende Malaparte, ha dejado sus marcas. Al principio se siente a gusto. «Es la primera vez en catorce años, desde 1933, que duermo sin preocupaciones, sin angustias, con un sueño joven y libre. Es la primera vez en catorce años que duermo en Francia», dice, «los ruidos de la calle entraban dulcemente en mi sueño como abejas en una colmena». Pero lo que en un primer momento es un reencuentro entusiasta, poco a poco también se convierte en el encuentro con una nueva Francia y con una serie de reproches, sutilmente lanzados por escritores como François Mauriac o Albert Camus. «Lo que me sorprende y me inquieta –apunta Malaparte el 11 de junio– es la manera como Mauriac me mira. Es una mirada de reproche». Unos días más tarde, sobre Camus, señala lo siguiente: «Mostró una actitud de persona profundamente ofendida de no se sabe qué, y yo pensé que aquella actitud no impresionaba ni a las mujeres, y que era señal de poca inteligencia.»

La muchedumbre sucia

Esa nueva Francia, en cambio, el escritor italiano la ve representada en Sartre, que «ha creído que ponía de moda una actitud que en Europa ya existía antes que él», y también en «la horrible muchedumbre pequeñoburguesa de las seis de la tarde de cualquier ciudad de Europa», una muchedumbre «sucia, cansada, vestida con pretensión, atareada, egoísta, resentida, malvada, fría, soberana». En medio de esa muchedumbre francesa, señala Malaparte, un extranjero sabe que sú única condición aceptable será ser un extranjero. «Un arte difícil, pero el único que le permite sentirse, de algún modo, como en casa.»