La vuelta al (tercer) mundo en 800 días
Juan Pablo Meneses expone en un ensayo lo aislados que viven los llamados países pobres unos de otros. Una indiferencia que de no existir. podría traer cambios. También reconoce que él no es la solución a ningún mal, sólo «abre debates»
Juan Pablo Meneses expone en un ensayo lo aislados que viven los llamados países pobres unos de otros. Una indiferencia que de no existir
podría traer cambios
Julia Roberts decía en «Notting Hill» algo así como que el Tercer Mundo era ese lugar pensado para mostrar la caridad de cada uno. ¿Pero es tal y cómo nos lo pintan? Para comprobarlo de primera mano Juan Pablo Meneses decidió hacer las maletas y viajar hasta los puntos más «oscuros» de la Tierra. Allí donde la gente no es feliz, donde todo es negativo, donde sólo hay hambre y miseria, donde se reina a golpe de AK47, donde los afortunados envían un euro al día, donde habitan los«pobrecitos... Todo lo que se dice y entiende desde un mullido y cálido sofá en alguna ciudad «cool»... Pues bien, de estos «infames» sitios ha surgido «Una vuelta al Tercer Mundo» (Debate), 224 páginas que pretenden conectar todos estos lugares, o, al menos, levantar la voz entre ellos.
Porque precisamente es éste el principal problema que ha encontrado este escritor chileno en la «road movie» que le ha hecho dar la vuelta al mundo. Literal. Principio y fin en Argentina, haciendo escalas en Brasil, Senegal, Etiopía, Ucrania, Pakistán, India, Vietnam, Malasia, México, Bolivia y su Chile natal. No existe un «pensamiento tercermundista que termine uniendo a todas estas zonas y representando sus pueblos. Al igual que las grandes potencias se juntan para tomar decisiones políticas que terminan afectando a todos», confiesa. Le llamó la atención que no se pensanse en mirar a gente afín a ellos, sus compañeros de viaje, y en esa incomunicación que existe entre mundos tan similares. No importa el dónde, ninguno mira a su alrededor. Entonces, ¿qué debe tener ese pensamiento? Juan Pablo Meneses reconoce no conocer la solución, pero que si algo tiene claro es que «debería ser escrito con hambre y mucha sobrepoblación», dos de las características comunes de todas estas zonas. Ya le pasó con su anterior libro, «Niños futbolistas»: la FIFA le invitó a un congreso en Ámsterdam para que aportase su plan de «rescate». Pero como él mismo dice: «No puedo dar soluciones a algo que ellos no han podido. Yo sólo abro temas de debate. Y es por ello que creo que debemos aprovechar el estar ante un hecho histórico, como es tener un Papa tercermundista, y lograr alguna consecuencia. Positiva o negativa, pero algo debería pasar. Hay que tomar conciencia».
Y es que para Meneses todo es un «estado de ánimo». «Tiene que ver con la situación de cada uno frente al mundo y sus circunstancias. Te encuentras en un momento en el que algo te hace sentir en el tercero, y al rato otra cosa puede hacerte sentir en el primero. Por eso en esta vuelta al mundo se muestra el punto donde se conectan ambos mundos, a veces en un turismo insólito». Como el del «Khersones», un barco escuela
de tiempos de la Guerra Fría que ahora utiliza la Marina Ucraniana para iniciar a los jóvenes. La pobreza es tal que se han visto obligados a vender la mitad del navío y allí se junta la mitad de aprendices con otro 50% de turistas alemanes locos por cruzar el Cabo de Hornos a bordo de una fragata de tres mástiles. Veinte días de viaje que «al principio son todo buena onda, pero luego...», comenta el autor. Un ejemplo como bien puede ser el de sus compatriotas mineros, que tras un «tour» por medio mundo terminaron pasando al anonimato de nuevo –muchos de ellos de vuelta en la mina– por 500 míseros dólares que les dieron como derechos por la película que narraba su calvario; o el de Dakar, «una ciudad a la que no les bastó con robarles el rally más famosos del mundo, sino que además se llevaron su nombre», comenta.
Así son las conclusiones que Meneses fue sacando a lo largo de sus meses de viaje en los que aprendió a darle importancia al Whatsapp, y en especial a Domingueros, el grupo que le mantenía en contacto con los suyos. Eso sí, daba igual si estaba en Bolivia, Pakistán o Ucrania, además de todo lo anterior, encontró dos señas de identidad comunes en todos estos sitios: el mítico AK47 y la emblemática figura del Che.