Longares se pone sentimental
Cuando en 1962 Luis Martín-Santos publicaba «Tiempo de silencio», estaba revisando los postulados del realismo tradicional, aportando los ingredientes de una ficción simbólica, una mixtificación narrativa y una impostura lingüística. Le seguirían títulos como «Parábola del náufrago» (1969), de Miguel Delibes; «Oficio de tinieblas 5» (1973), de Camilo José Cela; «Gramática parda» (1982), de Juan García Hortelano; «La ciudad de los prodigios» (1986), de Eduardo Mendoza; o la trilogía «Tu rostro mañana» (2009), de Javier Marías, entre otras obras. En esta línea de transgresora renovación de la narratividad clásica cabe situar la obra de un inclasificable escritor: Manuel Longares (Madrid, 1943), con oras como «La novela del corsé» (1979) , «Romanticismo» (2001) o «El oído absoluto» (2016). Sin caer en el malditismo del recurrido autor de culto, sino con la consideración del narrador centrado en la elaboración del lenguaje y la revisión de las tramas episódicas, publica ahora «Sentimentales», una fábula sobre la fuerza de las pasiones, la formación de la sensibilidad artística, la banalidad de las convenciones sociales y el absurdo sentido de la realidad.
Trama esperpéntica
En la decimonónica atmósfera de una ciudad de provincias, dos facciones de melómanos, miembros de las sociedades musicales Septimino y Corchea, se disputan el protagonismo civil desde variadas implicaciones sentimentales, económicas y políticas. En un tono expresivo de clara deformación esperpéntica, desfilan aquí estrambóticos personajes como el alborotador rebelde Basilio Santidrián, el atrabiliario notario San-dalio Escapes, el inefable escritor costumbrista Custodio de Abolengo o la intrigante Armonía Mínguez, interactuando en un marasmo de confusas conspiraciones, divertidos equívocos, ilusionados anhelos y sonoros fracasos. La música clásica, combinada con zarzueleras expresiones del sentimiento popular, rige las vidas de estos seres obsesionados por la belleza ideal, pero enfrentados al prosaísmo de la cotidianidad y las flaquezas de la condición humana. El controvertido estreno de un evento sinfónico, el conflictivo divorcio de un engreído matrimonio de artistas y la tardanza de un excelso invitado configuran una alegoría crítica de las desmedidas ambiciones, la impostura de las apariencias y el ridículo de los vanos culturalismos.
Acentúan el carácter de burlesca pantomima un jocoso erotismo, regocijantes equívocos lingüísticos, desquiciadas situaciones imposibles y el desatado sarcasmo aplicado a trasnochadas cortesías sociales y cursis criterios estéticos. Entre las refinadas notas musicales de óperas y sinfonías, fluye la espontaneidad de coplas, jotas y villancicos, en contrastada comparación irónica entre lo culto y lo popular. La sentimentalidad se erige en concepto identitario de los personajes: «En un sentimental los afectos priman sobre las necesidades» (pág. 20), leemos en afirmación del intimismo afectivo y la sensibilidad neorromántica.