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Lorenzo Silva: «La sociedad española es como un potaje o aceite hirviendo»

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Le ha costado empuñar la espada. Lorenzo Silva es más de estrechar lazos. O puentes. Así reza la dedicatoria de su nuevo libro, «Siete ciudades en África. Historias del Marruecos español» (Fundación José Manuel Lara), que dirige a su hija recién nacida. El Premio Planeta por «La marca del meridiano» espera que la pequeña llegue algún día a ver ese vínculo físico entre África y Europa. Apenas quince kilómetros, pero repletos de historia común, como bien se encarga de retratar en un libro que recoge, además de muchos datos, el respeto por una tierra a la que le une su historia personal.
-¿Qué lleva en la maleta cada vez que viaja a Marruecos?
-Una muda para cada día y, sobre todo, algo para escribir, ya sea un portátil o un Ipad, un libro y una cámara de fotos.
-¿Y qué souvenir traería a los políticos españoles?
-(Se ríe) Té. Para que se sentaran e hicieran algo parecido al ritual marroquí, que es un momento de reunión, de confraternización y también de franqueza. Falta todo eso en la política española.
-¿A quién le pondría un burka?
-A nadie. No soy amigo de obligar a ninguna persona por ninguna razón a esconderse parcialmente del resto. Además, el burka no sólo no representa la tradición marroquí, en el fondo es una tradición muy restringida de la realidad musulmana. Y a las que lo llevan voluntariamente hay que respetarlas.
-¿Puede la diplomacia del Estrecho temblar cuando alguno de los dos reyes está en el quirófano?
-Puede ser. El hilo entre los dos monarcas es bastante importante. Incluso ha solucionado muchísimas incompetencias gubernamentales de uno y otro lado. Pero si es el nuestro, hay un recambio que mantiene también una buena relación con el rey marroquí.
-¿Hablamos ahora de primavera, verano, otoño o invierno árabe?
-Creo que nos hicimos demasiadas ilusiones con países que tienen muchas carencias económicas y sociales. No se puede entender el conflicto sin esa clave, porque los movimientos islamistas han suplido muchas privaciones y vacíos del Estado. Además, occidente nunca es neutro en estos lugares; siempre hay intereses que determinan sus decisiones.
-Dice en su libro que los líderes dibujan las líneas en los mapas que los vientos de la Historia a menudo empujan en una u otra dirección. ¿Cuál sopla actualmente entre Cataluña y el resto de España?
-Hay un vendaval que tira de la costa catalana al Mediterráneo, pero también hay fuertes vientos que empujan desde el Ebro a los catalanes. Lamentablemente, creo que se han juntado dos corrientes en la misma dirección: la parte menos tolerante, menos solidaria, menos imaginativa de la sociedad catalana muy bien armada con pretextos que le facilita un segmento de la sociedad española. Los gobiernos españoles no han gestionado con inteligencia el conflicto.
-Punset asegura que la felicidad es sentir que uno lleva las riendas de su vida, ¿Es posible con eso de «la dictadura de los mercados»?
-Depende de tus necesidades. Sobre todo de las que uno mismo se crea. Las intrínsecas son muy pocas: dormir, comer, beber y tener a alguien que nos quiera; con eso estamos servidos. A partir de ahí están las que nos creamos. Si uno las amplía en exceso está sometido a buscar la financiación para satisfacerlas.
-Bauman dice que estamos en la sociedad liquída. ¿Qué tipo de sustancia sería la española?
-(Se ríe) Yo creo que ahora oscilamos entre el potaje y el aceite hirviendo. Hay mucha confusión y se mezclan intereses, sentimientos, ideas, hechos, invenciones... Cuando uno abre cualquier debate en España, todos los argumentos son confusos y, además, falta claridad de objetivos, visión estratégica, pensamiento y visión a largo plazo. Estamos enredados permanentemente y, lo peor, parece que a muchos les compensa ese lío.
-Ha conquistado el Planeta, ¿Qué sueños le quedan por alcanzar como escritor?
-Muchísimos. Cada una de las novelas que me queda por publicar. Lo importante es pensar que siempre tienes algo que puedes y debes hacer, e intentar hacerlo lo mejor posible. La vida se hace paso a paso.
-Está muy presente en sus libros la redención, ¿de qué tendría usted que redimirse?
-Como todos los humanos, de aquellos errores que cometo. Uno tiene que tener la frialdad y la seguridad en uno mismo para saber dónde se mete la pata, cuándo tiene que sacarla y no volver a hacerlo.
-Mucha novela policíaca en su currículum, ¿una vocación frustrada?
-No, no. A mí hay muchas cosas que me gustan y otras tantas que me habrían gustado ser, pero nada me apasiona más que ser lo que soy: escritor. La literatura de ficción te da esa pequeña palanca que le permite a uno vivir otras vidas de una manera indirecta y los criminales y quienes los persiguen dicen mucho de la condición humana.
-Un personaje al que admire, con todas las de la ley.
-José Luis Sampedro, sin ninguna fisura. Una persona que fue buena, sabia, generosa, con una genuina humildad...
-¿Hay que ser alquimista para llegar a fin de mes?
-Hay que ser mago más que alquimista. Y ese es el principal fracaso de nuestra sociedad. Aquí hay una tendecia excesiva a responsabilizar a la gente por sus infortunios, pero hay muchos a los que se les ha hecho jugar con las cartas marcadas y se lo ha llevado todo un tahír. Ni se ha impedido que ese estafador jugara ni ha tenido que rendir cuentas después.
-Un músico volcaba hace poco su frustración en Twitter al ver que uno de los singles en los que había trabajado durante dos años se vendía en el supermercado por unos céntimos, ¿Le preocuparía acabar siendo un «2x1»?
-Entre haber pasado unas horas en el corazón y la imaginación de una persona y el beneficio económico que puedo conseguir, sin duda me quedo con lo primero. Tendemos a pensar a corto plazo sin darnos cuenta de que el poso más importante queda siempre a largo.