Los libros no son celosos
Eugene Field (1850-1895) fue famoso en Norteamérica a finales del siglo XIX por sus libros infantiles y su trabajo como periodista. Gran bibliómano, celebró durante su vida los placeres de la lectura y de «la caza del libro». Poco antes de morir a los cuarenta y cinco años en Chicago, cuando ya había puesto el pie en el estribo de la muerte –palabras cervantinas que con seguridad le agradarían– y se encontraba físicamente agotado, empezó la historia que desde hacía tiempo había proyectado y el placer de hablar sobre los libros que más amaba le dio nuevas fuerzas para acabar su obra pocas horas antes de morir.
El fruto de ese gran último esfuerzo fue «Los amores de un bibliómano» que se convirtió en un clásico de la literatura de humor norteamericana y del amor a los libros. Por esta historia de un anciano coleccionista de libros desfilan personajes singulares y entrañables, como sus amigos, el juez Methuen y el doctor O'Rell, su hermana, la señorita Susan y sus amores de juventud, Captivity y Fanchonette. La comparación entre el amor a los libros y a las mujeres es frecuente: el primero es el menos egoísta de los amores, quien ama a una mujer debe amarla solo a ella y no compartiría su amor con otros hombres, pero quien ama a los libros quiere que los demás compartan su amor. Además se puede amar a muchos libros a la vez sin que ninguno se enfade, pero solo se puede amar a una mujer.
Gracias a Field descubrimos la existencia del «bacillus librorum» o que existe una enfermedad llamada «cataloguitis» o que hay una alternativa al darwinismo porque, en su origen, la humanidad la formaban tres hombres: un librero, un autor y un lector. La erudición del autor podría llevarnos a suponer que su libro carece de amenidad, pero estamos ante un gran ejemplo de la unión entre la literatura y la vida. Sus comentarios están llenos de humor, ternura e ingenio. Son un canto al amor y a la amistad y una muestra de gratitud hacia los libros que le hicieron feliz, esos libros que se leen y se releen, nos alegran, nos consuelan y nos esperan si nos olvidamos de ellos.