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Tokio

Murakami, frente al terrorismo

Murakami, frente al terrorismo
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Pudo haberse previsto. Pero pocos imaginaron que ocurriría. El 20 de marzo de 1995, un atentado terrorista sacudió las entrañas de Tokio. En la mañana de ese día, cinco hombres entraron en distintos vagones del metro y pincharon, con la punta de unos paraguas, unas bolsas de plástico que llevaban consigo y que contenían gas sarín. Después salieron a la superficie, donde los esperaban sus cómplices, y huyeron. El efecto del poderoso veneno no se hizo esperar: se propagó rápidamente y dejó un saldo de trece muertos, más de seiscientas personas intoxicadas y muchas de ellas con secuelas graves. Los responsables del atentado fueron arrestados al poco tiempo. Tal como se descubrió, eran miembros de Aum Shrinrikyo, una secta liderada por el monje budista Shoko Asahara. Murakami, que por entonces vivía en Estados Unidos, acababa de regresar de vacaciones a Japón cuando ocurrieron los hechos.

Un ambiente hostil

Siguió los acontencimientos a través de la Prensa durante esos días y al año siguiente, al leer el testimonio de una de las víctimas del atentado (que había tenido que abandonar su trabajo por no poder soportar un ambiente hostil), pensó que debajo de la vida normal había «una violencia generada por nuestra sociedad, una violencia que existe y se manifiesta en cualquier entorno», con lo cual se propuso investigar sobre ello. El resultado es «Underground», un intenso trabajo en el que el autor de «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo», después de un año de entrevistas con sesenta supervivientes del atentado (entre los que se encuentran pasajeros, empleados del metro, gente normal y corriente), intenta dar forma a los hechos, voz y rostro a las víctimas y ofrecer, de paso, un relato coral, una narración distinta a la presentada por la Prensa de ese momento, centrada, como explica Murakami, en «un principio moral muy claro: lo bueno en contraposición a lo malo, la cordura opuesta a la locura, lo sano a lo enfermo. Una serie de dicotomías, en fin, muy simplista».

Así, a través de estos diferentes y minuciosos testimonios (en la segunda parte del libro, «El lugar que nos prometieron», como contrapunto Murakami transcribe una serie de entrevistas que mantuvo con algunos miembros de la secta) el autor japonés perfila un retrato crudo y sincero de una sociedad como la nipona, en donde todo, en apariencia, funciona a la perfección, lejos de la tragedia, hasta que la violencia emerge de lo más profundo de sí misma y muestra, de manera inusitada, su capacidad de destrucción.