Pentagrama de la autodestrucción
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Las memorias pueden ser un género vengativo. Una forma de ajustar cuentas con los enemigos, con uno mismo (a veces coinciden estas categorías) o con una época. Pocos autores recurren a la autobiografía como bandera de un triun-fo. James Rhodes lo ha hecho. A partir de los seis años, fue violado reiteradamente por su profesor de gimnasia. Unas agresiones que le dejaron graves secuelas físicas y psicológicas. Durante décadas, tuvo una inevitable propensión al suicidio, la automutilación, las adicciones y la destrucción. Lleno de tics, hundido en el alcohol y los complejos, le salvó la música. En concreto, Bach. «Instrumental» es la «road movie» de ese milagro. La narración es una forma rabiosa y furibunda de matar al hombre que le arruinó la infancia, de imponerse a él, de mandarle al baúl de los recuerdos, de salir de su sombra y espetarle, aquí estoy, lo he conseguido y tú no eres nadie. Con un lenguaje desenfadado, directo, coloquial, inteligente, ocurrente, divertido y demoledor, que serpentea entre la crónica, el consejo, la confesión, una sinceridad brutal y ciertas concesiones al libro de autoayuda que apenas desentonan en el pentagrama de su escritura, Rhodes, el pianista con aspecto de chico rockero que ha revolucionado los recitales, nos ofrece su autorretrato con la visceralidad y la valentía del hombre capaz de hacerse su propia autopsia. Un relato memorialístico inusual, que elude la autocompasión y el victimismo, y que arremete contra los convencionalismos de la música clásica, de sus ritos, sus popes y sus críticos consagrados, porque Rhodes es un apasionado, un «fan» que quiere sacar a la música clásica de su campana de cristal para, quizá, que salve a otros muchachos como él.