Crítica de libros

Peor que los animales

Peor que los animales
Peor que los animaleslarazon

La novela de intriga doméstica trata de escapar de las convenciones que la han hecho popular. El núcleo irradiador sigue siendo la familia y las peripecias de una madre a quien le han robado, secuestrado o asesinado a su hijo y se revuelve, entre la culpabilidad y la fiereza, contra aquellos que han destrozado su vida. El cambio que introduce Gin Phillips es colocar a una madre protectora junto a su hijo de cuatro años en un entorno feliz, el zoo, entre fieras enjauladas, cuando unos disparos le alertan de que algo terrible está ocurriendo en la entrada del zoo. La visión de cuerpos ensangrentados y hombres armados les hace retroceder y buscar un escondrijo donde guarecerse hasta saber qué está pasando.

Aunque la novela es una intriga psicológica narrada en tercera persona, el narrador se identifica con el personaje hasta monopolizar el pensamiento de la madre, como si fuera un monólogo interior, lo cual acerca su figura al lector y difumina interesadamente lo que ocurre a su alrededor: la naturaleza de los disparos, el número de asesinos que pululan por el zoo disparando a personas y animales y la incertidumbre de estas dos personas asustadas que ignoran a qué peligro se enfrentan.

El suspense está asegurado, pues nace del centro mismo del desconocimiento de lo que acecha y el terror que causa lo familiar vuelto extraño. Lo imprevisible. El zoo es una excelente metáfora de una selva domesticada que se ha vuelto hostil, pero no por los animales salvajes, sino por la irrupción de unos tipos desalmados cuya referencia son los jóvenes que perpetraron la masacre de la Escuela Secundaria de Columbine. Sin embargo, las pautas de ésta es mera anécdota en «Reino de fieras». Philips prefiere centrar la acción en la figura de la madre huyendo de unos asesinos que no acaban de concretarse del todo y el temor de que su hijo Lincoln no comprenda el peligro que corren y delate su escondrijo. Una madre a cuestas con su hijo luchando contra unos depredadores tan peligrosos como el alienígena del filme «Depredador», librado un combate sordo por defenderse de las acechanzas de estos asesinos sin rostro que están jugando con sus vidas.

A cuestas con su hijo

La primera parte es realmente intrigante. Pese a sus verborrea, consigue momentos intensos de suspense. Pero se pierde en los juegos del niño. En tranquilizarlo. Lo cual resta tensión al relato de su ocultación, hasta que, inexplicablemente, lanza el móvil a los asesinos sin razón aparente y trata de calmar el hambre del niño arriesgándose de forma absurda a salir de su escondrijo.

Resulta adecuado el acercamiento lento a la comprensión de la situación dramática en la que se encuentran, al mismo tiempo que el lector. Pero se alarga excesivamente en sus soliloquios, hasta el aburrimiento, y su obsesión por tapar el horror que les acecha con el mundo de fantasía de superhéroes del niño, hasta hacer descarrilar el suspense.

La segunda mitad, aunque inverosímil en muchos aspectos, vuelve a tensionar el relato con la acción, a partir del momento que el hijo pierde protagonismo y se centra en el grupo que huye de los asesinos. Un relate original que, teniendo todos los elementos a su alcance, no acaba de encontrar la forma de mantener al lector crítico al borde del infarto.